El beso, esa expresión física que hoy asociamos con el amor, el afecto y el interés romántico, no es una invención moderna de la civilización. Según una reciente investigación publicada en el Journal of the Human Behavior and Evolution Society, este comportamiento tiene raíces profundas que se extienden hasta 21.5 millones de años atrás.
Expertos de la Universidad de Oxford y el University College London, liderados por Matilda Brindle, Catherine F. Talbot y Stuart West, sugieren que el beso es un rasgo ancestral conservado. El estudio indica que este gesto probablemente ya era practicado por los neandertales y evolucionó en el ancestro común de los grandes simios actuales.
Más allá de la cultura humana
Para analizar este fenómeno, los científicos adoptaron un enfoque no antropocéntrico, explica Univisión. Definieron el beso como una interacción no agonística (no agresiva) que implica un contacto oral-oral entre miembros de la misma especie, con movimiento de labios pero sin transferencia de alimento.
Bajo esta lupa, el beso se ha observado en la mayoría de los grandes simios y en diversos monos de África, Europa y Asia. Aunque el comportamiento varía, se han registrado actos similares en aves, peces e incluso insectos, lo que plantea un fascinante rompecabezas para la biología evolutiva.
El riesgo frente al beneficio adaptativo
Desde una perspectiva puramente biológica, el beso representa un dilema. Los investigadores se preguntan por qué persiste un comportamiento que no parece contribuir directamente a la supervivencia y que, por el contrario, aumenta el riesgo de transmisión de enfermedades.
Sin embargo, el hecho de que se mantenga a lo largo de los milenios sugiere una función adaptativa aún por comprender plenamente. En los humanos, el beso se divide en formas platónicas (como saludos en la mejilla que denotan respeto) y sexuales (como el beso profundo), siendo este último un componente clave en la vinculación de pareja en muchas, aunque no todas, las culturas.
Un punto de partida para la ciencia
El análisis concluye que el beso es un rasgo «filogenéticamente conservado». Esto significa que ha permanecido en nuestro código de comportamiento a través de las especies extintas de homínidos.
Aunque todavía existe una escasez de datos comparativos globales, este artículo sienta las bases para futuras investigaciones que busquen descifrar por qué, a pesar de los riesgos, seguimos uniendo nuestros labios para comunicarnos.
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