Reinaldo J. Aguilera R.
@raguilera68/@AnalisisPE
Irse a otro país supone generalmente comenzar de cero: nuevas amistades en caso de no tener a alguien conocido, nuevo trabajo que en la mayoría de los casos no se tiene al llegar y definitivamente una nueva forma de vida. Las personas que emigran suelen hacerlo porque van encaminadas a un crecimiento personal y profesional; sin embargo, en el caso de los Venezolanos del Siglo XXI el emigrar es sinónimo de huir del caos, de la inseguridad, de no poder conseguir una simple medicina, de la falta de oportunidades, de la imposibilidad de obtener algo con los muy bajos ingresos y un largo etcétera que parece ser interminable.
La incertidumbre por lo que vendrá suele ser algo no muy fácil de procesar, muchas personas deciden abandonar su país de un día para otro con una maleta, sin pensar en las consecuencias que esta decisión puede generar. Cuando se encuentran de frente con la realidad, en ocasiones, no tienen idea de qué deben hacer para subsistir y mantenerse, lo cual produce rabia, tristeza y frustración.
Algo por lo que casi nunca se pasean quienes ya están afuera es el efecto “Familia”, extrañar a los parientes es lo más difícil para quiénes se van de su país, el mantener conversaciones por whatsapp, facetime, skype o por otros medios digitales puede producir una gran depresión, sin embargo, es lo más cercano a estar juntos que existe mientras transcurre esa etapa de cambio.
Otra cosa por la que no se pasean frecuentemente quienes se van de Venezuela en estos momentos, es lo relacionado con la barrera del idioma, el idioma es algo que te pertenece, lo llevas casi innato, desde mucho antes de tener uso de razón, eso está profundamente arraigado en tu personalidad hasta el punto de que llega a condicionar tu comportamiento; aparte de las dificultades profesionales y comunicativas que generalmente están presentes, el no manejar un idioma con la fluidez es una de las limitaciones que conlleva una importante carga emocional para los que se van, de allí que la mayoría está huyendo hacia Colombia, Perú, Ecuador, Chile e incluso a España mas que a otros países como EE.UU, Italia o Inglaterra.
Lo más triste de todo es que los casi 4 millones de Venezolanos que en este momento están fuera de su país natal, no lo han hecho por gusto o turismo, se han ido a causa de una feroz hiperinflación que es incontrolable, las oportunidades de algo tan simple como acceder a un crédito para adquirir una motocicleta no existe, mucho menos para una vivienda, los empleos para quienes se gradúan en alguna universidad son de muy bajo salario.
Por otra parte, no hay sitio de esparcimiento que no implique el aporte de cuantiosas cantidades de dinero, todo se hace con un esfuerzo extraordinario como comer un helado o una pizza; ir al cine se ha convertido en una odisea. Dirán que son cosas que se pueden limitar, pero créanme al hacerlo se está dejando de vivir, de desarrollarse, de interactuar, de comunicarse y todo eso no es nada positivo, de allí que la decisión de huir cobra sentido para muchos.
No hay duda que existen personas de todo tipo, algunos que se han ido por ejemplo a Estados Unidos y apenas al estar llegando, ir a hacer mercado o pagar la gasolina te parece divertido o sorprendente, así como cuando ibas de vacaciones con tus papás, donde pasas algunas semanas fuera de casa y luego regresas a contar las experiencias.
Poco a poco descubres que el café no lo hacen como en tu país, que es como aguado, pero bueno estás abierto a experimentar, pruebas dulces y bocados pequeños aquí y allá, te disfrutas cualquier actividad festiva como Independence Day, Halloween o Acción de Gracias y la pasas bien, hasta que caes en la cruda realidad de darte cuenta que ya te fuiste y entonces trabajas o trabajas, no hay de otra.
Algo que sucede siempre y muchos no se percatan es lo referente a la comparación, comparas las celebraciones de donde estés con las de tu país, todo lo que suene o se le parezca a tu tierra natal te guiña el ojo, terminas uniéndote a todos los grupos en Facebook relacionados buscando apoyo como inmigrante, generalmente no te paran mucho, uno que otro, pero más nada. Llega el momento en que cuestionas si fue una buena decisión emigrar, te da ansiedad a cada momento, comes a deshoras, un poco de desorden y desespero, duermes extraño, andas de mal humor seguido, estás triste, te pasan una nota de voz con cualquier chiste de tu país y lloras en vez de reírte, en fin, estás en una etapa de adaptación que no muchos la superan.
Lo que nos está tocando vivir a muchos venezolanos, de verdad es una experiencia de vida, muy dura por cierto, pero experiencia al fin, algunos estamos creciendo con ella, aprendiendo a apreciar lo que antes era desapercibido o común y corriente, aprovechar los momentos en familia, darnos cuenta que nada dura para siempre y que los hijos se van quizás antes de tiempo.
Estando fuera con el paso del tiempo logras entender de manera consciente que ya no estás con tu gente, la de siempre, que tus costumbres han mutado, de pronto ubicas en la farmacia algunos medicamentos que para ti son imprescindibles pero que tienen otro nombre, así abres tu mente en búsqueda de nuevas posibilidades y de pronto una pequeña luz se enciende y surgen motivos nuevos para sentirte a gusto donde estás.
Eso sí, no dudes que seguirás extrañando a tu familia, si las cosas se hacen bien seguramente te darás cuenta que tu trabajo te da la estabilidad que tu país te negó tanto y eso te impulsa a seguir esforzándote; también seguirás en contacto con los tuyos, puede llegar el momento en que estar fuera es sinónimo de lucha por tus convicciones, por tu país y también de perseverancia.
Por el momento, sabemos que muchos no volverán, quizás otros lo hagan en un futuro, pero no debemos estar del todo seguros, los que se van y establecen, inician una nueva vida con la esperanza y la certeza que en Venezuela no tuvieron, lo que hace darse cuenta de la realidad a la que el Chavismo nos enfrentó, pero nada es para siempre, la pesadilla acabará y despertaremos a un nuevo amanecer, así de simple y sencillo.
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