…El cuerpo de policía en aquella Caracas del ayer, que se nos fue, no era un cuerpo bien organizado. La policía no tenía la mayor preparación y muchos de ellos eran analfabetos. Los que no encontraban otra cosa que hacer solicitaban ese trabajo. Otros eran hombres de tropa que habían sido reclutados y los cedían para ese cargo cuando no encontraban más.
…en el siglo pasado, usaban un vestido de kaki o de dril, sumamente ordinario, una gorra con visera de celuloide, un fusil corto, conocido como tercerola; alpargatas y el tradicional paño de mano que se arrollaban en el cuello en las frías noches caraqueñas. Más tarde le pusieron zapatos, les quitaron la gorra de visera cambiándola por morriones iguales a los de la policía inglesa, sustituyeron la tercerola por un revolver y les dieron un tremendo rolo de madera. Aquellos agentes de seguridad cumplían una labor a medias, no sabían nada de los derechos y obligaciones de los ciudadanos, no tenían la más vaga idea de cuales eran exactamente sus funciones. Simplemente eran policías para intervenir en caso de riñas callejeras, De perseguir a los pocos ladrones que existían en esos tiempos y les encomendaban misiones como era de ir de cuadra en cuadra cada noche, empujando los portones de las casas para asegurarse de que estaban bien cerrados.
…El humor popular, cuando le cambiaron el fusil por el rolo de madera, los llamaban “los rolitos”. El cuartel de policía tenía muchos nombres: “el pulguero”, “el tigrito”, “la rola”, “chirona”. En un tiempo estuvo ubicado frente a la Plaza Bolívar, entre el Palacio Arzobispal y la Gobernación, pero después fue cambiado de Monjas A San Francisco. Todavía está allí el cuartel de policía en su base principal.
Los detenidos, al entrar a la policía, eran llevados a la “sala de banderas” donde un oficial de turno tomaba la declaración del agente y oía las protestas del detenido que “no había hecho nada”. Si era un hecho de sangre, tomaba notas en un libro muy detalladamente del suceso y lo hacía pasar al retén; si el delito era de menor cuantía, anotaba el nombre del detenido en una hoja aparte. Si el detenido no había cometido mayor delito y era amigo del oficial de turno, este l amonestaba y lo dejaba en libertad. Siempre ha prevalecido la amistad en todos los actos y circunstancias de nuestra vida.
…El cuartel de policía tenía la siguiente distribución, después de pasar el zaguán de entrada, donde había una guardia permanente de seis policías armados de chopos que permanecían en un banco colocado junto a la pared, estaba a mano izquierda la sala de banderas; seguía un tabique de mampostería que ocultaba el patio de los detenidos, al cual daba acceso una reja de hierro con puerta y cerradura. Del lado del patio, una serie de cuartos que servían para dormir y donde los detenidos por largo tiempo tenían un colchón, una cobija, una almohada y algunas pertenencias, al fondo de esa misma ala estaban tres cuartos con rejas para meter ahí a los detenidos peligrosos, a los que formaban camorra o a los que por determinadas circunstancias tenían que permanecer bajo llave. Al fondo un
tabique para ocultar los sanitarios, o lo pretendía ser sanitarios.
…A la mano izquierda una pared corrida, y a mitad de ella, una puerta de madera, condenada, y a la que daba acceso a una serie de escalones, sitio predilecto para algunos afortunados para dormir.
…Este patio, protegido por la intemperie por un techo de cinc de dos aguas, estaba siempre lleno de presos que permanecían por varios días de acuerdo al expediente de ingreso o pasaban luego a la cárcel. La mayor afluencia de “pensionistas “era después de las diez de la noche. A veces era tal la cantidad de detenidos, que era difícil acostarse a dormir.
…Se sucedían toda clase de escenas, desde el borracho indecente y gritón que protestaba por haber sido detenido, hasta los hombres de ingenio que hacían chistes a cada momento de aquella situación; los sábados por la noche era más concurrido porque estaban personas de todas la esferas sociales hacinadas en aquel antro, esperando que llegara mañana para que los pusieran en libertad.
En la noche, como en cualquier acto social, se formaban los grupos para contar chistes, hablar con voz muy baja muy mal del gobierno, de los motivos que dieron origen a su detención y eran muchas las cosas que se sabían de la vida íntima de la ciudad, de vez en cuando se abría la puerta de reja y entraba un nuevo huésped y los presos decían a coro: “otra papa más para el sancocho” se saludaban muy
cordialmente como si estuvieran entrando a la sala de una fiesta.
…Cuando algún borracho se ponía demasiado impertinente y comenzaba a dar voces contra el gobierno o contra la policía, diciéndoles toda clase de improperios, venían dos agentes y lo encerraban en uno de los cuartos enrejados. Si continuaba con la misma actitud, le aplicaban un correctivo bárbaro, le echaba una lata de agua helada que no solo bañaba al borracho sino también a los otros presos que compartían el calabozo.
…un poeta, metido en copas, se subía a los escalones de la puerta, y comenzaba a recitar y lo aplaudían desaforadamente. Después de las diez de la noche, se acercaba a la puerta el cabo de presos, armado con una peinilla e imponía silencio. Se callaban los presos y algunos procuraban encontrar un acomodo para acostarse a dormir. Otros se sentaban en el suelo, pegados a la pared y continuaban su charla en voz baja. De vez en cuando se oía la voz del cabo de presos: “! Cállense y pónganse a dormir!”
…A las seis de la mañana llegaba un carrito, trayendo tostadas. Arepitas fritas, conservas de coco, gofios, bizcochos de butaque, pan corriente, café negro y con leche, esto no era ningún obsequio de la policía, sino un simple negocio. Un cafecito negro costaba una locha, lo mismo que una arepita, una conserva o un bizcocho. Las empanadas y las tostadas valían medio. Era una especulación en su forma primitiva. Los que tenían dinero se desayunaban y obsequiaban a los que estaban más limpios que talón de lavandera.
…A las siete se presentaba un uniformado con una lista y comenzaba a gritar nombres, los nombrados, después de la tradicional respuesta “presente” se iban acercando a la puerta que se abría para darles salida, estaban en libertad. De pronto se escuchaba la frase muy popular: “Fulano de tal, con sus corotos” este no estaba libre, sino trasladado a la cárcel.
…Cuando un detenido permanecía muchos días en la policía, su familia le enviaba diariamente sus tres comidas en portaviandas, los portaviandas era una especie de fiambreras, compuestas de dos, tres y hasta cuatro cacerolas que calzaban unas sobre otras y se sujetaban por un doble pasador que entraba por las asas de las cacerolas, llevando en la parte superior un asa o agarradera para el transporte, las portaviandas hoy se ven muy poco, han sido sustituidas por los termos de departamentos que conservan el frio y el calor.
… A otros detenidos les enviaban colchonetas, cobijas y almohadas, en la mañana, al mediodía y en la tarde se veían una cantidad de zagaletones, mujeres pobres, mujeres de servicio llevando las esperadas portaviandas, el oficial de turno hacia revisar cada una de ellas, no fuera alguna arma escondida en su interior, era un espectáculo triste y bochornoso. A los que habían cometidos delitos menores, como una riña sin mayores consecuencias, o se habían puesto insolentes con la autoridad o formando un alboroto en casas y calles no muy santas, los soltaban al día siguiente a las siete de la mañana.

…Durante las festividades de carnaval, era un espectáculo la puerta de la policía en las horas tempranas de la mañana, pues se veían salir disfraces de todas clases en medio del bullicio de la ciudad que comenzaba sus labores de día.
…El espíritu del caraqueño había convertido aquel espectáculo triste y desolador en una continuación de la parranda, y con su buen humor mitigar en gran parte la impresión desconsoladora de un procedimiento primitivo y hasta cierto punto cruel.

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