«En aquel tiempo, Jesús elevó los ojos al cielo y exclamó: «Padre, ha llegado la hora: ¡glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te dé gloria a ti! Tú le diste poder sobre todos los mortales, y quieres que comunique la vida eterna a todos aquellos que le encomendaste. Y esta es la vida eterna: conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesús, el Cristo. Yo te he glorificado en la tierra y he terminado la obra que me habías encomendado. Ahora, Padre, dame junto a ti la misma Gloria que tenía a tu lado antes que comenzara el mundo. He manifestado tu Nombre a los hombres: hablo de los que me diste, tomándolos del mundo. Eran tuyos, y tú me los diste y han guardado tu Palabra. Ahora reconocen que todo aquello que me has dado viene de ti. El mensaje que recibí se lo he entregado y ellos lo han recibido, y reconocen de verdad que yo he salido de ti y creen que tú me has enviado. Yo ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que son tuyos y que tú me diste, pues todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo mío; yo ya he sido glorificado a través de ellos. Yo ya no estoy más en el mundo, pero ellos se quedan en el mundo, mientras yo vuelvo a ti».
Reflexión hecha por Luis Perdomo Animador Bíblico de la Diócesis de Ciudad Guayana
La Iglesia universal celebra hoy la fiesta, entre otros santos, en honor a San Juan de Rossi. Nació en 1698, en un pueblecito cerca de Génova, Italia. A los trece años se estableció en Roma, para poder estudiar en el colegio romano de los jesuitas. En el Colegio Romano hizo estudios con gran aplicación, ganándose la simpatía de sus profesores y compañeros, y fue ordenado sacerdote, a los 23 años. El Sumo Pontífice le encomendó el oficio de ir a confesar y a predicar a los presos en las cárceles y a los empleados que dirigían las prisiones. Y allí consiguió muchas conversiones. El 23 de mayo del año 1764, sufrió un ataque al corazón y murió a la edad de 66 años.
En la liturgia del día meditamos los textos: Hch 20,17-27; Sal 67 y el Evangelio de Nuestro Señor JESUCRISTO, Según San Juan capítulo 17, del verso 1 al 11a, en el que se destaca, los que muchos expertos llaman la Oración de JESÚS por el Nuevo Pueblo Santo, en la que Cristo, antes de morir, ofrece en sacrificio su propia vida; y se convierte en Sacerdote y Víctima al mismo tiempo. La palabra santificar tenía entonces dos usos: el sacerdote se santificaba, o sea, se preparaba para ser digno de ofrecer el sacrificio, y también santificaba es decir hacia santa, a la víctima al sacrificarla.
En esta oración JESÚS ruega por los suyos y por todos los que se le juntarán viniendo de todas las naciones, para que sean el Nuevo Pueblo de DIOS, o sea, un Pueblo consagrado a DIOS en la Verdad. Pues Él va a derramar sobre todos los creyentes el Espíritu de la Verdad que había sido prometido a Israel, y qué producto de su dureza de corazón se ha quedado rezagado de la Gracia, y este Espíritu instruirá interiormente, a todos aquellos que decidan honrar Su Nombre, guárdalos en la irradiación de Su propia Santidad.
Al confrontarnos con el texto vemos que, la palabra conocer es repetida varias veces, como prueba de que este conocimiento está en el centro de la oración de JESÚS, por cada uno de nosotros. Y es que, el Maestro, quiere que cada uno de los suyos conozca a DIOS. Esto exige interiorización de la palabra de DIOS, oración perseverante, y celebraciones comunitarias. Para eso tendremos la ayuda del “Espíritu Santo, del que vienen los dones de conocimiento y de sabiduría” (Col 1,9).
Y esa fortaleza y sabiduría que Cristo nos da, es precisamente para que descubramos la importancia de estar unidos. Él pidió que su Iglesia fuera una, es decir, que fuera señal de unidad en un mundo desunido. No basta con que se predique a Cristo: es necesario que todos vean en medio de ellos la Iglesia única y unida, Iglesia católica, es decir, universal, donde ninguno se sienta extraño. Iglesia unida, por un mismo Espíritu y por la unión visible de sus miembros.
Por eso es que, el ecumenismo, o sea, el esfuerzo de acercamiento y de reconciliación de todas las Iglesias cristianas, nos exige también que superemos las pequeñas barreras que nos separan y que juntos busquemos conocer a DIOS en la Verdad. Porque, no hay otro camino para que se realice la unidad de los cristianos como Cristo quiere, y por los medios que Él quiere. Y estando unidos podamos superar con mucha facilidad cada uno de los problemas y las tribulaciones que se nos presenten, tanto personal, como comunitariamente.
Señor JESÚS, te damos gracias, por habernos escogido y hacernos parte de Tu Heredad, Ayúdanos a mantenernos unidos a Ti y de esta manera el mundo pueda ver en nuestro testimonio de unidad y de servicio la grandeza de Tu AMOR por la humanidad. Amén.
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