«En aquel tiempo, Jesús dijo: ¡Pobres de ustedes, fariseos! Ustedes dan para el Templo la décima parte de todo, sin olvidar la menta, la ruda y las otras hierbas, pero descuidan la justicia y el amor a Dios. Esto es lo que tienen que practicar, sin dejar de hacer lo otro. ¡Pobres de ustedes, fariseos, que les gusta ocupar el primer puesto en las sinagogas y ser saludados en las plazas! ¡Pobres de ustedes!, porque son como esas tumbas que apenas se notan: uno no se da cuenta sino cuando ya las ha pisado.» Un maestro de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: «Maestro, al hablar así nos ofendes también a nosotros.» Él contestó: «¡Pobres de ustedes también, maestros de la Ley, porque imponen a los demás, cargas insoportables, y ustedes ni siquiera mueven un dedo para ayudarles!»
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
La Iglesia universal celebra hoy la fiesta, entre otros santos, en honor a San Eduardo, Rey generoso que jamás humilló con sus palabras a nadie. Generoso de más con los pobres y con los emigrantes. Su preocupación constante por el pueblo inglés, fue el camino para encontrar su santificación.
Y la liturgia diaria nos presenta el Evangelio de Nuestro Señor JESUCRISTO, Según San Lucas capítulo 11, del verso 42 al 46. En el que JESÚS expresa unas palabras muy duras en contra de los maestros de la Ley, por su conducta desviada en cuanto a la observancia de los Mandamientos de la Ley de DIOS, ya que anteponían sus puntos de vista particulares, para adecuarla a sus conveniencias, dejando a un lado el verdadero Espíritu de justicia social y el Amor de DIOS, presente en la redacción de dicha Ley.
Estas palabras duras recogidas en los famosos «Ayes» o malaventuranzas, es un modo de poner en jaque la conducta incoherente de quienes cuidan detalles insignificantes y descuidan lo esencial del Pensamiento Divino presente en la Sagrada Escritura. Por eso JESÚS, señala el celo inescrupuloso en pagar el diezmo hasta de la más mínima hierba, saltándose a la torera las normas morales fundamentales. De igual manera les señala la búsqueda jactanciosa de honores en público y el actuar por apariencia, lo que les asemeja a unos sepulcros blanqueados que guardan la podredumbre adentro y finalmente les reclama el hecho de cargar de pesadas obligaciones a la pobre gente, que ellos no cumple ni en lo más mínimo.
Y es que Dios nos ha dado la Ley, para que podamos garantizarnos una vida de respeto mutuo en nuestra sociedad, y de esta manera disfrutar de manera equitativa las bondades de Su Creación. El problema es que, como cualquier institución, la Ley puede ser evadida con las mismas formalidades que fueron instrumentadas para cumplirla. Esta situación pareciera que le da mucho crédito al refrán popular: «hecha la ley, hecha la trampa».
Al confrontarnos con el texto, vemos que la situación que vivimos hoy, no dista mucho del ambiente social, político y religioso, en el que JESÚS, vivió su vida terrena, en la que se impone el interés y la voluntad de unos pocos, por encima del interés colectivo. Por eso es que JESÚS, siendo DIOS, se hace Hombre, para enseñarnos con Su Palabra y con Su Testimonio de Vida, que los fundamentos para la construcción de una verdadera sociedad humana, está en la observancia de la justicia, la igualdad y la fraternidad.
Enseñanza que nos golpea duramente al ver las innumerables veces que hemos adoptados estas desviaciones que nuestro Señor JESUCRISTO, nos señala de manera explícita, la primera de ellas, es la vivir una vida cristiana apegada solamente a las prácticas religiosas y ritualista, y la segunda es la de vivir una solidaridad de apariencia, en la que tratamos de solventar algunas carencias de nuestros semejantes solo para obtener reconocimientos públicos o «para tomarnos la foto». Y es que, esas desviaciones de nuestro compromiso cristiano, debe de generarnos un compromiso, para ir al encuentro de los problemas que confrontan nuestros semejantes, que diariamente sufren las injusticias de un sistema político, económico, y social, excluyente, opresor y discriminatorio.
También es la oportunidad para preguntarnos: ¿Vivo mi compromiso cristiano para dar testimonio de servicio tal como me lo pide JESÚS, o es para que los demás digan que soy santo y justo? ¿Asumo con valentía las denuncias de las injusticias en cada lugar donde me desenvuelvo o estoy esperando que otros lo hagan por mí?
Señor JESÚS, líbranos de las prácticas ritualista y de las falsas posturas moralizantes, para vivir plenamente Tu Verdad, Justicia y Misericordia y con Tu Fuerza Espiritual, derrumbar las fachadas engañosas que esconden realidades miserables de nuestro interior. Amén.
Luis Perdomo
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