“En aquel tiempo, Jesús levantó la mirada y vio a unos ricos que depositaban sus ofrendas en el arca del tesoro del Templo. Vio también a una viuda muy pobre que echaba dos moneditas. Entonces dijo: «En verdad les digo que esa viuda sin recursos ha echado más que todos ellos, porque estos otros han dado de lo que les sobra, mientras que ella, no teniendo recursos, ha echado todo lo que tenía para vivir.»

Reflexión hecha por Luis Perdomo. Animador Bíblico de la Diócesis de Ciudad Guayana. Venezuela.

La Iglesia Universal celebra hoy la fiesta de la Presentación de Nuestra querida Madre María, cuyos orígenes hay que buscarlos en una piadosa tradición que surge en el escrito apócrifo llamado el Protoevangelio de Santiago. Históricamente el origen de esta fiesta se presenta con la dedicación de la Iglesia Santa María la Mayor en Jerusalén, en el año 543. Y se viene conmemorando en Oriente desde el siglo VI. En 1372 Gregorio XI, aconsejado por el canciller de Chipre introduce esta fiesta en Aviñon. El Papa Sixto V, la introduce a toda la Iglesia.

Y la liturgia diaria nos presenta el Evangelio de Nuestro Señor JESUCRISTO, Según San Lucas capítulo 21, del verso 1 al verso 4. En el que se presentan dos personajes bien opuestos: ricos que ofrendan grandes donativos, producto de lo que les sobra y una pobre viuda que deposita como ofrenda lo único que tiene para poder sobrevivir. JESÚS se pone en guardia frente a las actitudes de los pudientes, llenos de prosopopeya en sus vestiduras y actitudes. Por singular contraste resalta la figura de la pobre viuda que pasa desapercibida, cuando cumple un gran gesto de desprendimiento.

La tradición Lucana, presenta repetidamente el interés que JESÚS muestra por los pobres y entre ellos los huérfanos y las viudas. De allí que el Evangelio nos presente un criterio para evaluar una realidad, más desde el punto de vista cualitativo que cuantitativo. Y la cualidad siempre está ligada a las posibilidades de cada persona, grupo, comunidad o institución. Al usar este criterio se puede inferir que el donativo de los ricos es pírrico o limitado, mientras que el de la viuda es mayor, porque su generosidad ha sido total.

Por eso el Maestro nos dice que lo importante no es el monto de lo que se da, sino lo que cada uno se reserva para sí. Los grandes ricos han echado en las arcas del Templo, un gran donativo, pero de lo que le sobraba, ya que se han reservado para sí, una gran cantidad, mientras que la pobre viuda no se ha quedado con nada. Y es que DIOS no quiere nuestras cosas, que al fin y al cabo son de Él, sino nuestra más firme voluntad de hacer de nuestras vidas una oblación constante al servicio de nuestros semejantes.

Al confrontarnos con el texto, podemos darle dos relecturas, una es la actitud que tenemos los cristianos católicos que, a la hora de dar nuestro aporte en la colecta de la liturgia, que como no la denominamos “diezmo”, como las otras comunidades cristianas, sino “limosna” y es ese nuestro aporte: “una limosna”, es decir un ínfimo aporte. Y si se requiere de nuestra presencia para alguna actividad de la Iglesia, sea pastoral o social siempre andamos ocupados o con poca disponibilidad de tiempo.

La otra relectura que podemos darle a este texto es que en nuestro tiempo abundan muchas personas disfrazadas de “buenos samaritanos”, que queriendo ganar reconocimientos ante la colectividad dan de lo que le sobra. También somos muchos los que con fines pocos nobles utilizamos el hambre y la carencia de los más pobres para dárnoslas de benefactores, sin sentir verdaderamente el drama de los que está siendo objeto de nuestras acciones.

Por eso hoy es día para preguntarnos: ¿Estoy consciente de la necesidad que tiene mi comunidad para dar lo mejor de mí y todo el tiempo necesario para la búsqueda de las soluciones a esta inmensa crisis que estamos padeciendo? ¿Aporto a la Iglesia de lo que me sobra, o de lo que considero esencial para mi subsistencia? ¿Las colaboraciones que doy a mis semejantes las doy de corazón o las hago para recibir un reconocimiento?

Señor JESÚS, Ayúdanos a entender, que DIOS PADRE no quiere nuestras cosas, que al fin y al cabo son de Él, sino nuestra firme Voluntad de hacer de nuestras vidas una oblación constante al servicio de nuestros semejantes. Amén.

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