Evangelio del Día. Marcos 8,22-26

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«En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. Y le trajeron a un ciego pidiéndole que lo tocase. Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: «Ves algo?». Levantando los ojos dijo: «Veo hombres, me parecen árboles, pero andan». Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a casa diciéndole que no entrase en la aldea».

Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.

La Iglesia Universal celebra hoy la fiesta entre otros santos, en honor a San Macario el Viejo. Este santo nació en Egipto por el año 300. Pasó su niñez como pastor, y en las soledades del campo adquirió el gusto por la oración y por la meditación y el silencio. Junto con san Antonio Abad y san Atanasio de Alejandría, fundó el monacato de Oriente, por eso es considerado como uno de los Padres del Desierto, y es venerado como santo por las Iglesias copta, católica y ortodoxa.

Y la liturgia diaria, nos presenta al Evangelio según San Marcos, capítulo 8, del verso 22 al 26. donde se resalta la visita de JESÚS y sus discípulos a la población de Betsaida y en la que le presenta a un ciego, para que lo cure. JESÚS junto al invidente, se va un lugar apartado, realizando algunos gestos terapéuticos, conocidos en el entorno, El Maestro, entra en contacto con el ciego. El milagro se realiza en dos etapas, JESÚS, interviene dos veces para que el ciego pueda ver. Primero ve confusamente y luego ve perfectamente.

 Es indudable que esta curación refleja la situación de los discípulos, quienes todavía no ven con claridad el mensaje de las Buenas Nuevas del Reino, anunciadas por el Maestro. La enseñanza de JESÚS y su disposición de permanecer al lado del Maestro, les permitirá sanar poco a poco su ceguera. Por eso es que, el episodio del ciego de Betsaida es el inicio de una larga instrucción de JESÚS a sus discípulos, que abarca desde Marcos 8,27, hasta Marcos 10, 45, con la curación del ciego de Jericó. En todos estos relatos el Evangelista Marcos insiste en que los que están ciegos son Pedro y los demás discípulos.

 Al confrontarnos con el texto y ver que esta curación progresiva del ciego de Betsaida, y ubicarnos en la narrativa de este Evangelio, que es el símbolo del camino que están recorriendo los discípulos, inicialmente ciegos y que se irán abriendo gradualmente a la Fe verdadera. Podemos entender que, la Fe es un potente foco de Luz que ilumina la vida, pero a la que hay que fortalecer con la mirada puesta en JESÚS.  Ya que, por parte de DIOS, todo está dado de una vez, pero por nuestra parte, esa Luz se va acogiendo a la medida de nuestras posibilidades: como niños, como jóvenes, como adultos, en la fe.

 Cuando somos niños, la Luz de la Fe nos abre por primera vez al horizonte de DIOS como Maestro y Guía. Cuando somos jóvenes, la Fe puede crecer hasta orientar la propia vida según el querer de DIOS, alejándonos de caminos falsos. Cuando llegamos a adultos, la Luz de la Fe está llamada a Iluminar todos los rincones del propio ser, para así poder iluminar a otros, de allí la importancia del discernimiento para saber cuál camino escoger, y de qué manera vamos a vivir nuestro itinerario de Fe.

 Y que, si abrimos nuestro entendimiento, podremos darnos cuenta que el Itinerario de Fe que tenemos que recorrer es el que aparece en el relato del ciego de Betsaida. En el que se describen varias etapas: de no ver nada, por la acción de JESÚS comienza a ver sombras, para acabar luego viendo con claridad. Por lo que podemos decir que los discípulos de ayer y de hoy, estamos ciego y necesitamos con urgencia ser sanados de nuestra ceguera espiritual, ya que creemos que estamos fortalecidos, cuando en realidad estamos tambaleante y desorientados, buscando la felicidad donde no está y confundiendo la Verdad con lo que no es.

Por eso es que el Evangelio de hoy, nos invita a abrir los ojos para distinguir el rostro de JESÚS, en cada uno de nuestros semejantes y preguntarnos: ¿Cuántas veces me he hecho el ciego ante la radicalidad del Evangelio? ¿Cuántas veces anuncio a JESÚS, de la boca para afuera, y no con acciones concretas hacia mis semejantes?

Señor JESÚS, concédenos la sabiduría suficiente para poder recorrer el camino de la madurez de la Fe, desde la ceguera que nos hace caer en la confusión de valores y a comportamientos equivocados, hasta la visión creyente que, en TI, encuentra la Vida y la Salvación. Amén.

 

Luis Perdomo

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