Cada uno de los 200 gatos tiene su historia y Jadiya Ouiyzme las conoce todas. Harta de ver cómo envenenaban a los animales de su barrio, esta marroquí parlanchina y vivaracha decidió hace dos años crear su propia asociación, se endeudó para comprar un terreno y fundó lo que ahora es un oasis felino cerca de Rabat.

Junto a un río, donde a los gatos «les encanta cazar», el Pueblo de los Animales (Village des Animaux) de Jadiya intenta poner remedio a un problema endémico de Marruecos: los gatos (y perros) callejeros que pasean sin control por sus calles y carreteras y acaban en muchos casos muriendo por atropellos, enfermedades, maltrato o envenenamiento.

Esta mujer de 58 años vive en Tamesna, un pueblo a 30 kilómetros de Rabat, es licenciada en Derecho y trabaja en un salón de belleza de una cooperativa de mujeres. Allí está hasta las siete y media de la tarde. Luego, empieza su segundo empleo: dar de comer a los gatos de su pueblo y visitar a los suyos en el refugio.

Llega cada día a casa a medianoche, explica a EFE junto a una farmacia, en uno de los puntos donde les da de cenar. Pero lejos de ser un problema, es casi terapéutico.

«En el trabajo estoy estresada, pero estar con los gatos es para mi un antiestrés. Cuando llego a casa por la noche, me ducho y duermo como un bebé», dice risueña con un gato blanco en brazos.

200 HISTORIAS DE MALTRATO Y ABANDONO

Es un día caluroso de julio y dentro del refugio hay cachorros (42 en total, en plena época de camadas), además de algunos adultos discapacitados o enfermos. La mayoría están en los campos de alrededor, cazando o descansando a la sombra, y vuelven para cenar y dormir. Cada uno con su historia de maltrato o abandono.

En el refugio está Corazón, un gato atigrado al que el guardián de una casa le pegó una patada que lo llevó al veterinario y, al regresar, volvió a hacer lo mismo. Y Julia, a cuya madre y hermanos cachorros mató un hombre tirándolos desde un quinto piso. O Miracle, al que abandonaron en un bosque y fue atropellado. Se salvó, de milagro, tras pasar un mes en coma.

También hay historias de depresión, como la de Mimi, explica Jadiya señalando una gran gata siamesa gris de mirada ausente. Hace dos meses la dejó allí un hombre y no quiere salir de su caseta. No se acostumbra a estar con otros animales.

En el año y medio que lleva acogiendo felinos, Jadiya ya ha reunido unos 200 y sus instalaciones están a rebosar. En los próximos días, lamenta, llegarán muchos más de un poblado chabolista cercano que van a desmantelar. Necesita ayuda económica, veterinaria y también familias que se animen a adoptar uno en su página de Facebook, Association Village des Animaux.

CAMPAÑAS DE ESTERILIZACIÓN QUE NO LLEGAN

«Cuando empecé con esto tenía cero dirhams», explica la mujer. Ponerlo en marcha le ha costado dos créditos: uno para el terreno y los materiales (de la construcción se encargaron unos estudiantes) y otro para esterilizar a más de cien animales.

Porque la esterilización, incide, es la única manera de evitar muchas muertes de gatos en las calles de Marruecos, donde cada temporada de cría se ven cientos de cachorros. La mayoría fallecen enfermos o atropellados.

Aunque desde las instituciones en 2019 se impulsó en el país magrebí el método de atrapar, esterilizar y soltar a los animales callejeros, las organizaciones animalistas denuncian que no se ha puesto en práctica.

Para esta mujer, que prescinde de comprar ropa para pagar los gastos de los felinos, aún queda mucho por hacer. Además de campañas de esterilización, cree necesaria una ley «que respete su vida y castigue a los maltratadores».

Mientras, ella trabaja desde su rincón de Marruecos y está creando escuela. Sirve de ejemplo a mujeres como Fatima Zahra Elbouzidi, que acaba de fundar la asociación Morocco Compassion en la ciudad vecina de Temara. Es profesora de instituto y a veces lleva gatos al aula para que los adolescentes se familiaricen con ellos. «Algunos alumnos me miran raro», reconoce al teléfono.

Fatima pide más apoyo a los que, como ella y Jadiya, luchan por dar una vida mejor a los compañeros de cuatro patas. «Jadiya me animó, es una pionera y desgraciadamente trabaja sola, se está gastando el dinero de su bolsillo y casi nadie la apoya».

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