Roma.- Cuando Ines Cavalcanti empezó a ir a la escuela en un pequeño pueblo de los Alpes italianos, allá por 1960, nadie hablaba otra cosa que no fuera el occitano. Años después, para conservar una diversidad lingüística amenazada, dirige el Premio Ostana de las Lenguas madres, que este año se celebra ‘online’ por primera vez.
«El que habla una lengua porta consigo mismo un mundo», reivindica en una entrevista Cavalcanti, directora de este festival lingüístico que desde hace 11 años reúne en un pueblo minúsculo del Piamonte a decenas de artistas y escritores de lenguas minoritarias.
Por Ostana, reconocido como uno de los pueblos más bellos de Italia, a los pies del pico del Monviso, han pasado escritores como el gallego Manuel Rivas, el vasco Harkatiz Cano, la traductora al euskera Lurdes Auzmendi y decenas de autores en lenguas indígenas, como la poeta en lengua shuar de Ecuador, Maria Clara Sharupi.
La situación no es muy halagüeña para las lenguas minoritarias del mundo, y Cavalcanti reconoce que desde que se inició el proyecto del premio, en 2009, todo ha ido a peor para prácticamente todas las 7.000 lenguas que hay en el mundo.
«Las lenguas mayoritarias se comen a las minoritarias, España es un buen ejemplo de esto», apunta, aunque reconoce que también sufren lenguas habladas por decenas de millones de personas, como el francés o el italiano, por la presión del inglés.
Hasta ahora son 88 los premiados que han acudido a Ostana a lo largo de los años, más que los habitantes que tiene este pueblo.
Este año, por la pandemia del coronavirus, se está celebrando, entre ayer y hoy sábado, por Internet, con 15 horas de charlas, lecturas de poemas y música en directo en las que se hablan 37 lenguas.
Para ello el festival, que no concede un premio en esta edición, ha reunido a algunos de los más destacados participantes de las ediciones anteriores en un debate sobre el futuro de lenguas como el sardo, el amazigh o bereber, el euskera o el griko, una variante del griego medieval hablada en el sur de Italia.
«Una lengua, como una persona, no quiere morir. Incluso las lenguas en peligro de extinción han apostado por la normalización», explica Cavalcanti, que expone una situación paradójica para las lenguas minoritarias: «Las lenguas retroceden, pero las estrategias para mantener las lenguas avanzan».
Muchas han aprovechado los medios que pone a disposición Internet y han creado diccionarios en línea, entre otros proyectos. Esto permite resistir a lenguas con pocos miles de hablantes, como el griko, el lapón o el innu, una lengua indígena de Canadá.
Para la directora del premio, «allí donde hay una planificación lingüística seria y continua, hay una recuperación de la lengua», y pone como ejemplo de esto el euskera y el galés, que han recuperado hablantes en los últimos años.
Su propia historia es un testimonio del retroceso de las lenguas minoritarias. Cuenta que cuando nació, en 1951, en esta zona de los Alpes italianos fronteriza con Francia, la población era monolingüe en occitano.
«Cuando llegamos a la escuela solo había un niño que hablaba italiano y nos burlábamos de él, mira cómo han cambiado las cosas», recuerda riendo Cavalcanti.
El occitano, hablado en toda la franja que va desde la Val d’Aran en Cataluña hasta el noroeste italiano, pasando por el sur de Francia, es fundamental para el Premio Ostana, organizado por la asociación cultural Chambra d’Oc.
Este año el festival quiere mantener «el mismo espíritu y el mismo calor» que su edición presencial, y el objetivo sigue siendo el del resto de años: compartir la creación cultural en las diferentes lenguas amenazadas del mundo.
Para evitar que se pierda la riqueza lingüística, Cavalcanti cree que es fundamental «encontrar la solidaridad afuera»: «las minorías están confinadas en su lugar, y allí hacen cosas interesantísimas pero hay miedo a salir fuera y que no se les entienda».
Cita, por ejemplo, los métodos de enseñanza del catalanófilo alemán Til Stegman, que propone un aprendizaje simultáneo de siete lenguas romances, para que los hablantes de estas puedan comunicarse con otros y entenderse sin cambiar de idioma.
El cambio fundamental, sin embargo, se tiene que dar «en la conciencia colectiva» de la gente, lo mismo que ha ocurrido con otros problemas como el del medioambiente, y que es vital para mantener el mundo particular que existe en cada lengua.
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