Buenos Aires. Sumaba casi dos décadas jugando con su vida a la ruleta rusa y cada vez se lo percibía más frágil, pero igual nadie imaginaba que ese día llegaría. Hasta que el puñal con la noticia menos deseada se clavó en el corazón de los argentinos y de todos los futboleros del planeta. Había fallecido Maradona. Muchos profesionales de la comunicación no sabían muy bien cómo decirlo. Muchos maradonianos no salían de su asombro y saltaban de un medio a otro para informarse con precisión y certificar la cruel verdad. Y sí. Era cierto nomás. El 25 de noviembre de 2020, hace justo un año, moría Diego. No se trataba de una fake news.

Si la vida de Maradona siempre había sido el símbolo de la desmesura, el momento de su muerte y los días posteriores también lo fueron. El mundo lloraba por el mítico 10, por esa celebridad que combinaba la destreza futbolera, la rebeldía, el desafío al poder, el coraje y la coronación de las hazañas más impensadas con múltiples episodios ajenos a la pelota tan cuestionables como autodestructivos.

Hubo un estallido de emociones en Argentina. No importó la pandemia. El pueblo se volcó a las calles. El Gobierno dejó atrás las rigurosas recomendaciones de evitar las aglomeraciones de público y el velatorio se organizó en la Casa Rosada, con acceso para los fanáticos. Hubo alrededor de tres kilómetros de cola. Se calcula que un millón de personas se arrimaron al centro de Buenos Aires para despedirlo. Sólo se había observado una repercusión semejante cuando fallecieron Evita y Perón.

Los tres días de duelo nacional establecidos por el presidente Alberto Fernández no hubieran alcanzado para que todos los devotos de Maradona cumplieran su deseo de decirle adiós. Se comprobó cuando en la tarde del día siguiente a su muerte la familia de Diego resolvió ponerle punto final a ese momento y sepultarlo. Las puertas se cerraron y ahí todo se desbordó. Los adoradores del 10 que se habían quedado afuera hicieron fuerza para ingresar igual y chocaron con la policía. Algunos, incluido un grupo de barrabravas, lograron invadir la Casa Rosada. Hubo disturbios. Hubo corridas. Hubo descontrol. Hubo espanto a pasitos del ataúd de Diego. Como para no salirse del registro Maradona.

Las imágenes del funeral de Estado se completaron con el traslado del cuerpo desde la Casa de Gobierno hasta el cementerio de Bella Vista, todo custodiado por un conmovedor desfile de fanáticos en autos, en camiones, en motos, con multitudes al costado del camino saludando, llorando, despidiendo al mega ídolo.

Los homenajes que se replicaron en todos los rincones del planeta y en cada partido podrían resumirse en un mensaje, en ese mensaje de Messi que faltaba. Leo le rindió el mejor de los tributos un par de días más tarde, jugando para el Barcelona, en el triunfo contra el Osasuna. Lo hizo inventando un golazo y lo redondeó con una celebración majestuosa. Es que se sacó la camiseta blaugrana para lucir otra que tenía debajo, una 10 de Newell’s que Diego había usado en su breve paso por el equipo leproso, y elevó sus brazos al cielo…

También se sumaron reacciones en cadena de los más diversos líderes mundiales. El adiós a Maradona lo lamentaron Pedro Sánchez, Emmanuel Macron y varios referentes de la política latinoamericana, como Lula Da Silva, Evo Morales y José “Pepe” Mujica.

Lo paradójico resultó que ese hombre adorado por el universo, querido al extremo, murió solo. Demasiado solo. Casi abandonado. Había vuelto a dirigir al fútbol argentino. Gimnasia le había abierto la puerta como DT. En todos los estadios lo reconocían de un modo brutal, pero la pausa en la competencia obligada por la pandemia lo demolió. Su salud, ya golpeada por tantos años de desbordes y castigada en el último tiempo por su adicción al alcohol y por un severo cuadro de depresión, se deterioró aún más con el encierro.

La última aparición pública de Maradona había sido en La Plata, en el regreso de la liga argentina tras la cuarentena, justo el día de su cumpleaños 60. Pero no fue a dirigir. A ese hombre, al campeón, al futbolista que los rivales no sabían cómo frenar, esa noche lo tuvieron que llevar porque no podía caminar. Tampoco habló. Es que apenas conseguía balbucear. Luego, vino una internación que parecía un susto y que amenazaba cerrarse con una recuperación domiciliaria en una casa alquilada del barrio San Andrés de Tigre. Ahí, en su habitación, justo hace un año, lo encontraron muerto. Según los peritos que realizaron la autopsia, fue por un “edema agudo de pulmón secundario a una insuficiencia cardíaca crónica reagudizada” y en su corazón descubrieron una “miocardiopatía dilatada”. No se detectaron rastros de drogas ni de alcohol, pero sí de varios psicofármacos. No hubo muerte súbita. Estimaron una agonía de entre seis y ocho horas…

Los primeros días sin Diego resultaron insoportables. Mientras las causas de su muerte no se clarificaban, enseguida se acentuaron las internas entre familiares y también con el polémico entorno que Diego había elegido. Todo buscando culpables, pero también apuntando a sacar la mayor tajada de una herencia fabulosa. Se multiplicaron los oportunistas contando historias del 10 en televisión. Al cabo, las miserias se mezclaron con el dolor. Maradona ya estaba en el cielo, pero ni siquiera ahí tenía paz.

Redacción SNPD con información de Mundo Deportivo.

¡Síguenos en nuestras redes sociales y descargar la app!

Facebook X Instagram WhatsApp Telegram Google Play Store