En la mente de todos los que tenemos más de cuarenta años de edad aún perviven las imágenes de pequeños increíblemente desnutridos que nos llegaban de Bangladesh y Somalia en los 80′ y 90′ del siglo XX. Visiones de tragedia y mal gobierno que se hicieron virales antes de que existieran las redes sociales.
Hoy sin embargo las tornas se han cambiado, y con el girar del mundo la tortilla se invirtió. La otrora misérrima Bangladesh ha subido a partir de 1990 su PIB en un 29%, mejorando todos sus indicadores sociales y acabando con la hambruna; llegando incluso a considerarse como uno de «los próximos once» que es como llama la banca mundial a las naciones con más posibilidades de inversión en los años inmediatos.
Incluso Somalia ha superado su aguda crisis político-social, para al menos lograr salir del hambre extrema en que se encontraba antes.
Lamentablemente el reciente informe de la ONG World Vision Internacional reveló que siete de cada 10 hogares de Distrito Capital y Miranda, en nuestra amada Venezuela, no tienen suficiente comida para subsistir, y que los niños en el país pasan hambre en al menos 73% de los hogares. Las causas de este desastre son la falta de ingreso económico, escasez de alimentos, el aumento del trabajo infantil, el matrimonio infantil, la violencia doméstica y el abandono.
Según el informe de la ONG «encontró que los niños venezolanos se exponen a mendicidad (28%), trabajo doméstico (26%), ventas ambulantes (19%) e infantes obligados a vender drogas ilegales (15%).»
De acuerdo al informe en abril del 2020, el salario mínimo mensual le permitía a una familia obtener solo el 0.9% de la canasta alimentaria, es decir, la cantidad de ingesta nutricional considerada adecuada para sustentar las necesidades de una familia de cinco miembros durante un mes. Esto significaba que, en promedio, una familia necesita al menos 116 salarios mínimos para cubrir la canasta básica alimentaria.
Estos son números no actualizados al día de hoy, cuando todo varía a impulsos de un dólar que pasó largamente ya los 600 mil devaluados bolívares por cada billetito de Washington. Lo que significa que ahora cuesta mucho más una canasta alimentaria y que el salario mínimo vale infinitamente menos.
Pero además de eso Venezuela se parece a Somalia en que esa nación era la más corrupta del mundo, título que al parecer ahora le arrebatamos gracias a los últimos 20 años de revolución bolivariana, donde todos los males de la corrupción se han multiplicado en la tierra de Bolívar. Por eso nuestros niños hoy día están desnutridos, a pesar de tener las mayores reservas de petróleo del planeta y grandes refinerías, ahora no tenemos gasolina y la gente debe humillarse por días ante guardias nacionales y policías que se lucran personalmente por ponerles 20 míseros litros de gasolina. Hoy nuestras empresas están quebradas por ese mal, nuestras universidades destruidas, nuestras industrias cerradas o al borde de la quiebra, nuestros campos improductivos a pesar de tener una descomunal cantidad de millones de kilómetros fértiles.
Hoy nuestros niños no tienen alimentos suficientes ni sus padres pueden comprarlos por la corrupción que tiene al país dependiendo exclusivamente de una economía de puerto, donde todo se importa. Millones de personas esperan sin hacer nada las dádivas que enmascaradas de bono les otorga el gobierno para quebrar la voluntad de todos, o las cajas Clap que llegan una vez en la cuaresma.
Pero Venezuela no puede ser Somalia, debemos cambiar la realidad, no desde la queja infinita e inútil, ni desde la crítica despiadada e inmisericorde a todo lo que suena liderazgo, sino desde nuestra responsabilidad personal, desde el ejercicio de la ciudadanía, que con frecuencia hemos abandonado y delegado en otros. Hoy ya no hay a quien culpar, el deber es suyo, es mío, es nuestro, nos toca poner nuestro esfuerzo, reclamar nuestros derechos y asumir nuestras responsabilidades en la recuperación de un país. Y el tiempo de comenzar es ayer.
Gustavo Montaña
¡Síguenos en nuestras redes sociales y descargar la app!
