Cuando las fervorosas carmelitas arribaron de México en 1732, algunas enfebrecidas monjas se sentían amenazadas por hombres peludos o barbados, con cuernos, a los cuales sus mentes los imaginaban forzando las puertas de sus celdas.
El sobresalto causado por este inusitado ataque nocturno, atribuido al propio Satanás, era producto del miedo y muy probablemente de la historia generada por una líbido restringida dominada como estancan las religiosas por los fervorosos cantos y rezos, que en esto gastaban el tiempo por amor a Dios y temor al Diablo, es muy probable que a través del rechazo a esa imaginaria tentación, las enclaustradas religiosas lograrían “un remedio sensual de la gloria”
…Mientras que las recatadas monjas purgaran sus freudianas pesadillas con la salvadora oración matutina, los fieles acudían a la Iglesia Mayor, que ya contaba con un órgano traído de España o Santo Domingo en 1591.
Además del órgano, había música silvestre en la ciudad.
En el día del Corpus de 1595, también hubo comedias y danzas públicas, “según costumbre”.
Esto significa que ya existía una música popular que brotaba a la par de las celebraciones de las primeras fiestas religiosas, alternando los aparecidos del mas allá con las expresiones pantomímicas del Corpus Christi, en el mas acá. Estas coloridas pantomimas iban a prolongarse en la ciudad hasta muy entrado el siglo 19.
…Cuando la ciudad no estaba asediada por piratas, o cuando no habían plagas de ratones o langostas, entonces la música constituía un escape a tanto terror: una apta para la alabanza y la oración; la otra para el romance y la diversión.
Pero fue aquella de raigambre eminentemente popular religiosa, la que se proyectó y perduró en el tiempo, a la par de otras. También fue esta la música la que fue recordada durante mucho tiempo en el plano sentimental.
En 1864 un nostálgico Andrés Bello indagaba, desde Chile, acerca de las fiestas del Corpus Christi. El director del periódico El Porvenir le pedía encarecidamente a la señora Bello de Rodríguez, hermana del ilustre venezolano, que no le dijera la verdad, pues su vigencia en la ciudad la haría lucir como anticuada.
No recordaba el ilustre personaje polkas, cuadrillas o lanceros, sino que su memoria atrapaba la expresión popular de la música en su función religiosa, remontándose en sus recuerdos a los traviesos diablos que hacían de las suyas en la plaza donde muchos años después los cachos y las caretas serian sustituidos por los cornos y las cornetas.
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