

A orillas del río Orinoco, la historia de Cambalache se entrelaza con la memoria de cientos de migrantes que, llegados de distintos estados del país, encontraron en Ciudad Guayana la promesa de una vida mejor bajo el auge industrial que transformaba la región.
La explotación del hierro y la llegada de la Orinoco Mining Company, empresa estadounidense que marcó el inicio de una nueva era, dinamizaron la economía local y trazaron el mapa del desarrollo; nacieron urbanismos como los campos de la Ferrominera, El Pao y Ciudad Piar, y se tejieron carreteras, muelles y líneas férreas para transportar el mineral desde los yacimientos del Cerro Bolívar hasta los puertos sobre el Orinoco.
En las riberas, embarcaciones de madera transportaron provisiones, historias y sueños entre los primeros pobladores, muchos de ellos hoy reposan en el cementerio de la comunidad; sin embargo, sus descendientes aún dan fe de lo que ocurrió y como fue la fundación, también el crecimiento de Cambalache, un nombre que, pese al renombramiento oficial como comuna Brisas del Río Orinoco, se defiende con orgullo y tradición entre sus habitantes.
Casi tres mil familias mantienen vivas las costumbres de pesca, agricultura, comercio y ahora turismo, este último emerge como nuevo motor en una zona que sabe cómo conservar sus raíces frente al paso del tiempo.

Intercambio comercial
Aura Morillo llegó a Cambalache hace más de seis décadas, una niña de 12 años que, con sus abuelos, emprendió un viaje desde el estado Anzoátegui hasta instalarse en la margen del río Orinoco. Hoy, con 79 años, su memoria es un espejo que ilumina un pasado todavía vivo y vibrante.
“Recuerdo que la gente a tempranas horas de la mañana comenzaba a llegar a poca distancia del río Orinoco», dice Aura, sus palabras tiñen de nostalgia ese lugar, marcado por una inmensa piedra que aún sostiene los recuerdos de quienes vivieron el auge del cambalache, ese intercambio ferviente donde animales y cosechas se truecaban por alimentos traídos de otros estados.
Sus abuelos contaban que en aquel entonces el sector no tenía nombre, pero la palabra que resonaba en el bullicio de los comerciantes era “vamos hacer un cambalache”. Así, la comunidad adoptó ese nombre, que se hizo hábito y sello de identidad.
Aura fue testigo del crecimiento de Cambalache, una comunidad apartada del centro de Puerto Ordaz, poblada por ciudadanos de diversos estados. “Estudié en un espacio que cedió el Club de Leones a la comunidad y esa estructura la convirtieron en la escuela. No teníamos transporte, había que caminar a pies para ir a Puerto Ordaz y cruzar el río en chalana o lancha para ir a San Félix”, relata con la voz cargada de la frescura de quien revive aquellos tiempos.
En ocasiones, aprovechaban la cola de un señor trabajador de Ferrominera Orinoco, que tenía una vieja panel, para desplazarse. Aura recuerda que el botadero de basura estaba ubicado cerca de la vía Caracas, a pocos metros de las antenas de radio cercanas al Club Caronoco.
Este relato no solo es un testimonio de perseverancia, sino también un hilo que conecta generaciones, a través de la voz de una mujer que vio cómo su tierra y su gente se forjaron en la orilla del río Orinoco.

El bote trajo gente de todos lados
Aura Morillo recuerda como si fuera ayer cuando comenzaron a construirse los Campos de Ferrominera Orinoco. Por aquel entonces, solo había algunas casitas en Castillito y los maestros se trasladaban en bicicletas; reunían a los niños y, bajo las matas de mango, daban clases improvisadas porque no había escuela.
Aura, madre de seis hijos, vio cómo todos se radicaron en Cambalache, salvo su hija que se fue a vivir a la ciudad de Maturín, en Monagas.
Con el tiempo, Aura se convirtió en un pilar de la comunidad. “Un señor donó mil bolívares a la Asociación de Vecinos a la que pertenecía y con ese dinero comenzamos a construir la escuela, que después se culminó con verbenas y mucho esfuerzo, así nació la Escuela José María Vargas”, relata con orgullo. En sus palabras se siente el espíritu colectivo de lucha y esperanza.
La comunidad cambió, y con ella llegaron nuevos retos. El botadero de basura fue trasladado a la entrada del sector, y aunque mucha gente llegó de distintos lugares, los oriundos nunca vivieron del bote ni trabajaron en el relleno. Siempre se dedicaron a la pesca y siembra, disfrutaban de una laguna que fue el refugio de los pescadores hasta que la empresa Interalumina la transformó en una laguna de lodo rojo.
Aura también rememora que tenían su propio cementerio, hasta que decisiones municipales los obligaron a enterrar a sus muertos en San Félix y luego Chirica.
Fue fundadora de la Asociación de Vecinos y encabezó muchas luchas para conseguir los servicios básicos del barrio. Sin embargo, aún hoy el sector Brisas del Río Orinoco carece de una red de aguas negras y continúa usando pozos sépticos.
Aura no pierde la esperanza. “Espero que las nuevas autoridades mejoren los servicios básicos, porque el agua es deficiente, el transporte público escaso, la luz falla y la pobreza extrema se siente en cada esquina”, dice con la profunda convicción de quien conoce su tierra y anhela un futuro mejor para su comunidad.

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