Pekín.- Las compuertas de la censura se abrieron momentáneamente en China para que sus ciudadanos, acostumbrados a piruetas dialécticas para burlar la fiscalización estatal del ciberespacio, pudieran desahogarse a las claras ante las negligencias en cadena que llevaron a la epidemia de la COVID-19.

Ocurrió en especial tras la muerte en febrero del médico Li Wenliang, al que las autoridades en vista de la reacción popular tras su fallecimiento lloraron a su muerte, por más que antes lo apercibieran por lo que habían considerado «rumores»: en diciembre, difundió entre sus compañeros una advertencia sobre un posible nuevo tipo de neumonía.

Los medios publicaron reportajes atrevidos y sus periodistas, que de normal no tienen más remedio que agachar la cabeza y tragar con las directrices del régimen comunista, pudieron demostrar su valía en un entorno de mayor libertad de prensa.

Las redes sociales chinas, de las que habitualmente desaparecen todos los mensajes que cuestionan la versión oficial en medio de un intrincado entramado censor, comenzaron a hervir.

No se sabe si fue una licencia extraordinaria que las autoridades concedieron a los ciudadanos para expulsar su ira o si, simplemente, el aparato censor del Ejecutivo no dio abasto ante el tsunami de mensajes.

En vistas de que la situación no se calmaba, Pekín obsesionado con el mantra de la estabilidad a cualquier precio tomó medidas: dos «periodistas ciudadanos» que narraban la actualidad de Wuhan, el empresario Fan Bing y el abogado Chen Qiushi, desaparecieron a lo largo del mes de febrero.

Lo mismo les sucedió al joven reportero Li Zenhua, al activista Xu Zhiyong y al profesor de la prestigiosa Universidad de Tsinghua Xu Zhongrun.

«Cuarentena forzosa»

«Recibí su último mensaje a las 17.05 (09.05 GMT) del día 6 de febrero», cuenta un amigo del abogado-periodista desaparecido Chen Qiushi que prefiere mantenerse en el anonimato. «Le pregunté por su salud y me respondió que estaba bien. Nadie ha podido ponerse en contacto con él desde la tarde de ese día».

Su amigo supo que las autoridades pusieron a Chen en cuarentena durante 14 días, una cuarentena forzosa, porque no se arguyó motivo alguno. El decimoquinto día, decidieron prorrogar su aislamiento.

«Sospecho que quieren silenciarle. Creo que reveló algo que querían encubrir. Dio al mundo otro ángulo desde el que ver la situación real en Wuhan. Pero las autoridades solo quieren una voz», apunta.

El mismo día, cuando el entorno de Chen recibía las últimas noticias de su amigo, la ira de millones de internautas chinos estaba a punto de converger con la muerte, horas después, de Li Wenliang: el mismo médico que había tratado de prevenir a la gente de la enfermedad y había sido reprendido por «difundir rumores» sucumbía ahora a ella.

Las redes se llenaron de citas de Li, de recordatorios, de elogios, de mensajes velados contra el poder. Varios corresponsales veteranos aseguraron entonces no haber presenciado jamás una reacción semejante.

La «Difusión de rumores», un delito

Un reciente estudio de la Universidad de Toronto muestra cómo la popular aplicación de mensajería WeChat y la de retransmisión en directo YY empezaron a censurar palabras o expresiones relacionadas con la epidemia, el virus, y el Gobierno entre enero y febrero.

Además, el 1 de marzo entró en vigor una nueva legislación para regular el ciberespacio que convirtió la difusión de rumores en un delito. A pesar de que otros países han adoptado medidas similares contra las noticias esparcidas, el régimen chino considera «rumores» algunas de éstas por el mero hecho de desviarse de la «verdad oficial».

«El brote ha provocado indignación pública. Mucha gente corriente ha recurrido a expresar sus preocupaciones y difundir información sobre lo que saben de la epidemia en redes sociales», explica Patrick Poon, investigador para China de la organización defensora de los derechos humanos Amnistía Internacional (AI).

«Aunque se ha actuado contra algunos disidentes y se les ha detenido, la gente sigue tratando de difundir información, en algunos casos a través de ‘memes’ o lenguaje en clave continúa Poon, para difundir información y opiniones. La gente recurre a la creatividad para contrarrestar la censura».

Despertar de conciencias

Para muchos, la muerte de Li y la gestión de la epidemia, sobre todo en sus primeros compases, fueron motivos suficientes para atreverse a levantar la voz en público, algo de normal insólito.

Un universitario de Wuhan que solicita el anonimato cuenta: «Este virus me ha dejado conmocionado. Antes del brote, yo solía pensar: ‘Bueno, nuestro Gobierno tiene problemas, pero todos los gobiernos los tienen’ o ‘Si me callo, no hago daño a nadie'».

«Pero esta vez», relata el joven, «me ha tocado experimentarlo en primera persona. He visto morir a gente cerca de mí y me he dado cuenta de que si no se dice la verdad, si la sociedad no dice la verdad, la gente morirá, nos enfrentaremos a daños de la propiedad y a la muerte. Así que es nuestra responsabilidad como ciudadanos».

El mes pasado, un estudiante hongkonés de 20 años que se identificó como Tony y que ha participado de forma activa en las protestas prodemocráticas dijo que, incluso en la más incomparablemente libre Hong Kong, el virus ha servido para despertar la conciencia política de más ciudadanos.

«Este virus aseguró entonces Tony ha hecho que alguna gente se dé cuenta de la ineptitud del Gobierno. En mi familia solían oponerse a las protestas, pero ahora han pasado a criticar a la jefa del Gobierno local Carrie Lam. Han empezado a entender por qué salimos a luchar por la libertad».

El miedo sigue presente

No obstante, el miedo a las consecuencias por abrir la boca para disentir, en particular en la China continental, continúa.

El artista disidente chino Badiucao, afincado en Australia, traduce al inglés, ilustra y publica desde hace semanas el diario de la cuarentena de un residente de Wuhan, en el que se narra el pesaroso día a día en la ciudad más afectada por el coronavirus del mundo.

«La gente que planta cara en China se enfrenta a graves riesgos», explica «Por eso me encargo yo de publicarlo en nombre del autor», cuya identidad no ha querido hacer pública por motivos obvios.

Así las cosas, y en vista del lavado de imagen que desde hace semanas que intenta el Ejecutivo chino, hay quien como el crítico novelista Yan Lianke pide a sus compatriotas que no permitan que les borren de la memoria lo sucedido con la facilidad con la que se elimina un archivo del teléfono móvil.

«En breve, cuando suenen los gongs y los tambores, y vuelen los poemas, y haya un ruidoso homenaje a la victoria nacional en la guerra contra la nueva neumonía, espero que no todos seamos escritores de versos vacíos, sino personas con recuerdos», deseó Yan durante una ponencia en la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong Kong el pasado 21 de febrero.

«Cuando llegue la gran actuación, espero que no seamos actores en el escenario, ni público prosiguió. Sino que nos paremos en la parte más alejada de las tablas, observando la actuación en silencio con lágrimas en los ojos».

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