En un punto de encuentro se ha convertido un puesto de lotería en Cristóbal Colón, muchos vecinos coinciden en este sitio popular del barrio. Foto: Níger Martínez

En el corazón de San Félix, entre calles destrozadas y silencios prolongados por años de abandono, se encuentra el barrio Cristóbal Colón. No es un lugar que destaque por lo que poseen y por lo que no tienen, pero sus habitantes llevan escrita en el alma una historia de lucha y esperanza que se renueva día a día.

Este barrio, dividido en dos sectores con diferencias visibles en sus condiciones, fue fundado mucho antes que La Victoria, Libertador, La Granja, Moscú y Monte Horeb. Pertenece a la parroquia Vista al Sol y es un testimonio vivo de una realidad desgarradora, a la precariedad material frente a la fuerza de un optimismo inquebrantable.

A quince años atrás, el agua era un derecho más o menos constante, con la facilidad de beber directamente del tubo. Hoy, el agua llega cada ocho días, menos de dos horas en esas jornadas, y no es apta para el consumo humano.

La luz eléctrica falla sin aviso y la paciencia es la única que no ha flaqueado. El gas lleva tres meses sin llegar y las bolsas del CLAP, que alguna vez mitigaron un poco el hambre, desaparecieron sin dejar rastro.

Las calles, que alguna vez estuvieron asfaltadas, hoy apenas son un recuerdo. Intentos incompletos de la alcaldía por instalar tuberías de aguas negras solo dejaron zanjas abiertas y un paisaje de abandono. Pero allí, donde las condiciones podrían sembrar frustración, el sentimiento predominante la confianza en salir adelante y el deseo de seguir adelante perdura.

En Cristóbal Colón no hay espacio para la derrota, sino para la fortaleza que se levanta en medio de las dificultades.

Sus habitantes no solo enfrentan la ausencia de servicios; enfrentan la indiferencia de un sistema que los ha olvidado. Sin embargo, su espíritu es más fuerte que el olvido.

Más de 50 años de soledad

En la esquina entre las calles Altamira y Juan Francisco de León, un pequeño puesto de loterías y “animalitos” se ha convertido en un punto de encuentro intenso y concurrido.

La gente del barrio Cristóbal Colón llega con la esperanza de acertarle a un número, a un “animalito”, buscando aliviar un poco las dificultades cotidianas. Jesús Antonio Barreto, un hombre de la tercera edad y fundador de este sector, cuenta con orgullo cómo ese intento por la suerte le permitió ganar mil bolívares una vez, en el sorteo del día anterior.

“Cuando llegamos a este sitio era monte y culebra -relata Barreto-. Levantamos nuestro rancho en un arenal y poco a poco otras familias fueron llegando, hasta que el gobierno comenzó a parcelar, abrir calles, llevar agua y poner postes de luz.”

Hace más de 50 años, este barrio nació antes que otros vecinos como La Victoria, El Cerrito, Monte Horeb y Libertador. En ese entonces, la zona era casi una extensión de tierra virgen, un desafío para quienes la reclamaron como hogar. Hoy, cada uno de esos barrios enfrenta sus propias necesidades y dificultades, y Cristóbal Colón no es la excepción.

La dueña del negocio de loterías afirma que la situación económica golpea con fuerza a la comunidad: “Una bombona de gas de 10 kilos cuesta 25 dólares, y hace meses que no la distribuyen. Además, las bolsas del CLAP desaparecieron hace tiempo.”

El testimonio es respaldado por vecinos que padecen la falta de servicios básicos. No cuentan con red de aguas negras; muchos pozos sépticos están colapsados y las calles aún conservan las heridas de un proyecto inconcluso. “En la gestión de José Ramón López, una contratista abrió zanjas, metió tuberías muy pequeñas y dejó todo a medias”, comenta un residente.

Todos padecen

Todas las carencias impactan también en la vida escolar. Durante las recientes inscripciones, padres y representantes fueron informados que tendrían que comprar o reparar pupitres para sus hijos en el año escolar 2025-2026.

La Escuela Francisco de Miranda -que antes llevaba el nombre de Cristóbal Colón- muestra signos evidentes de deterioro: baños en condiciones críticas, techos que se filtran en temporada de lluvia y paredes desgastadas por el tiempo y la humedad.

Santos Márquez, quien tiene 30 años en el barrio y tuvo una bodega en su casa, cuenta con tristeza porqué la cerró. “Los precios no daban para más. Las ganancias apenas servían para algunas necesidades básicas y el negocio fue decayendo hasta que ya no pude seguir.”

Sin embargo, a pesar de las dificultades, una voz colectiva emerge en la comunidad. Los vecinos reconocen que hoy en día no hay “malandros”. Los delincuentes se habrían ido del barrio, viven un poco más tranquilos y sin preocupaciones.

El fundador Darío Gómez lo resume con sinceridad: “Lo único bueno es que Dios ha tenido misericordia con nosotros. El gas no llega hace más de tres meses. Tenemos que estar atentos para recolectar el agua cuando pasa por la tubería. El transporte público, que antes circulaba por la calle principal, dejó de hacerlo hace años. Las fallas eléctricas dañan los electrodomésticos y la bolsa del CLAP ya no aparece desde hace mucho.”

Cristóbal Colón no solo es un barrio marcado por la carencia y el olvido institucional; es, sin embargo, el hogar de quienes levantaron su futuro sobre la adversidad. Una comunidad que, más allá de las ausencias materiales, conserva la esperanza y la convicción de que pueden salir adelante, apostando por un mañana mejor en medio de la lucha cotidiana.

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