La Habana.- Cuba, hasta ayer miércoles territorio «libre de coronavirus«, acaba de diagnosticar sus tres primeros casos, aunque llevaba semanas preparándose para una batalla que tendrá entre sus frentes complicados el elevado porcentaje de ancianos y un suministro insuficiente de jabón.

Tres turistas italianos que llegaron a La Habana y se desplazaron de inmediato hasta la villa colonial de Trinidad, en el centro de la isla, son los «pacientes cero» en un país con mucha experiencia en movilizarse casi marcialmente en escenarios críticos como los huracanes.

Esta capacidad de respuesta, reconocida en todo el mundo, se pondrá a prueba de nuevo en un momento especialmente complicado para el país, que atraviesa la peor crisis económica en dos décadas, con desabastecimiento o insuficiencia intermitente de productos de higiene y problemas endémicos de suministro de agua, en especial en el oriente de la isla.

Debilidades: Muchos ancianos y pocos recursos

El avanzado envejecimiento poblacional de Cuba es uno de los riesgos ante el COVID-19, ya que los ancianos son uno de los grupos de mayor riesgo en caso de contraer la enfermedad, y registran también los mayores índices de mortalidad, de acuerdo con los datos globales que existen sobre la enfermedad.

De los 11,2 millones de habitantes de Cuba, el 20,7 % tiene o sobrepasa los 60 años.

Es además un segmento de población especialmente vulnerable por su bajo nivel de ingresos: la pensión mínima de jubilación apenas sobrepasa los 10 dólares mensuales, lo que repercute en una alimentación a veces insuficiente, pese a que el país subsidia algunos productos esenciales a través de la «libreta» de racionamiento.

A la vez, la enfermedad llega a Cuba en momentos de desabastecimiento por la crisis económica y el endurecimiento de las sanciones y el embargo que Estados Unidos mantiene desde hace casi seis décadas.

Lavarse frecuentemente las manos es la medida de prevención del contagio más repetida por las autoridades sanitarias. Pero los productos higiénicos, entre ellos el jabón y el detergente líquido, escasean desde hace varias semanas y según el Ministerio del Comercio Interior la situación no se estabilizará hasta mayo.

«La producción de virutas, materia prima fundamental para hacer jabones, precisa de aceites y grasas importadas que, durante el 2019, no llegaron al país, por la imposibilidad de los barcos cisternas de tocar puertos cubanos, a causa del bloqueo (embargo)», asegura una nota publicada esta semana en medios estatales.

En las tiendas cubanas que venden en moneda equivalente al dólar esta semana sí se ofrecían pastillas de jabón, pero su precio unos 35 centavos de dólar es alto para un salario promedio estatal, que es de unos 45 dólares al mes.

El otro elemento fundamental para el lavado de manos, el agua, también presenta problemas de suministro en algunas zonas de Cuba donde el líquido llega en camiones cisterna pero no a diario.

Además, debido a la sequía hay varias áreas muy pobladas de La Habana como los municipios de Cerro y 10 de Octubre donde los ciclos de abastecimiento se alargarán a partir de la próxima semana, por lo que solo habrá suministro de agua cada tres días. Eso sí, muchas viviendas cuentan con depósitos de almacenamiento que ayudan a paliar este problema.

Dos últimos factores de riesgo son otros dos clásicos cubanos relacionados con la aglomeración de personas, otra de las situaciones que los expertos piden evitar para frenar los contagios: las «colas» y las «guaguas».

Las «colas» son las abarrotadas filas habituales en el país para muchas cosas, desde trámites burocráticos a comprar alimentos que estaban desaparecidos del mercado y han regresado a los mercados.

Y las «guaguas» son los autobuses, el transporte público más utilizado en Cuba, insuficiente y saturado, especialmente en tiempos de falta de combustible también debido a las sanciones de Washington, según el Gobierno.

Fortalezas: La biomedicina y la inventiva

Pero no todo son retos frente al coronavirus, ya que los cubanos, tras décadas de aprietos económicos, están acostumbrados a encontrar soluciones a cualquier problema o, como dicen ellos, a «resolver».

Las principales fortalezas de la isla frente al COVID-19 son su sistema universal y gratuito de salud pública, así como los mecanismos de vigilancia y control que hacen que pocas cosas escapen al conocimiento de los autoridades.

Este último factor es muy cuestionado y deplorado por los críticos con el sistema cubano, pero ha demostrado alta eficacia en escenarios como este mediante la acción de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) presentes en cada barrio, a los que Fidel Castro llamaba «los ojos y oídos de la Revolución».

Así que un caso sospechoso en el vecindario acabará llegando antes que después a oídos del CDR, que lo reportará a las autoridades sanitarias.

Además, los medios estatales llevan días bombardeando a la población con información sobre el COVID-19 y se han celebrado numerosas reuniones de preparación y coordinación entre las diferentes entidades estatales.

Más allá de la capacidad de control social, Cuba cuenta con una proporción muy alta de médicos respecto a población total: nueve por cada 1.000 habitantes, según datos oficiales de 2019.

A ello se suma una prestigiosa industria biofarmacéutica ya familiarizada con la enfermedad e investigando una nueva vacuna, según reveló esta semana el primer ministro cubano, Manuel Marrero.

Uno de los medicamentos que China ha empleado en las últimas semanas para tratar el coronavirus es también cubano: el antiviral Interferón Alfa 2B recombinante (IFNrec), creado inicialmente para el tratamiento de infecciones virales provocadas por el VIH, el virus del papiloma humano y las hepatitis B y C.

Y junto a la ciencia, la inventiva: varias fábricas textiles del país han interrumpido la elaboración de uniformes y otras prendas para dedicarse de lleno a confeccionar mascarillas protectoras de tela.

También medios como el diario provincial 5 de Septiembre han publicado artículos que ilustran cómo fabricar en casa una mascarilla con un pedazo de tela y dos elásticos; y ante la ausencia de geles desinfectantes, un clásico efectivo y aún muy utilizado en el país: agua con lejía. 

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