EFE
Johannesburgo.- Veinte adolescentes sudafricanos, entre ellos algunos que ni siquiera habían volado nunca, se juntaron hace un año en un proyecto poco común: montar un avión. No solo lo consiguieron, sino que ahora usarán el aparato para cruzar África y animar a otros jóvenes a no renunciar a los sueños imposibles.
La peculiar idea, que partió de la estudiante Megan Werner cuando tenía solo 16 años, se llama «Cape to Cairo» («De Ciudad del Cabo a El Cairo»).
El nombre hace honor al viaje que a partir del próximo 15 de junio les va a llevar desde la sudafricana Ciudad del Cabo hasta la capital de Egipto, parando por una quincena de países.
«Estoy un poco nerviosa, pero lo que realmente me emociona es pensar que realmente ya hemos llegado muy lejos. Solo el cumplir el sueño de que el avión ya pueda volar es increíble…¡Es un avión construido por adolescentes!», explica a Efe Werner.
No es el primer logro extraordinario de esta joven sudafricana. A los 13 años ya publicó un libro titulado «It’s up to me. 7 ways to make a difference» («Depende de mí. Siete maneras de marcar la diferencia») y eso la llevó a dar charlas por todo el mundo, desde América a Kazajistán.
Terminada esa etapa, Werner cuenta que quería hacer algo «grande».
Sus padres, ambos en el mundo de la aviación, la inspiraron para que germinara la idea de construir una nave y pilotarla con otros adolescentes.
Así, empezó a recaudar fondos a través de una fundación e inició un proceso de selección por las escuelas de la provincia de Gauteng (centro-este de Sudáfrica), hasta conseguir a 20 finalistas que integrarían el equipo de montaje.
«Yo, personalmente, no tenía ninguna experiencia de ingeniería ni ninguno de estos adolescentes la tenía. Tuvimos que aprender cómo funcionaban las herramientas, qué se usaba para qué y tuvimos que aprender a leer los planos de ingeniería para ser capaces de montar el avión», comenta Werner.
Los seleccionados, con un grupo de adultos solo de apoyo, se reunieron en un hangar a las afueras de Johannesburgo, durante tres semanas, entre junio y julio del año pasado.
Fue una especie de campamento juvenil de ingeniería aeronáutica en el que lograron ensamblar un Sling-4, una pequeña avioneta de cuatro asientos que se puede conducir con la licencia de piloto para vuelos privados.
Una de las afortunadas para formar parte del equipo de montaje fue Agnes Keamogetswe Seemela, que ahora tiene 16 años.
«Con este proyecto yo volé por primera vez. Nunca había montado en un avión», señala esta joven.
«Yo, de hecho, nunca he salido de Sudáfrica y nunca he ido a la playa. Y ahora me han dicho que aquí, en Sudáfrica, vamos a hacer una parada para que pueda ir a la playa por primera vez», agrega.
Seemela, en concreto, trabajó montando el estabilizador horizontal y vertical, esa parte que «parece una cruz» al final de los aviones, según detalla ella misma.
«Fue una gran experiencia. Tuvimos que aprender de ingeniería, planos, aprender a usar las herramientas…Imagina, tienes 15 años, no sabes nada sobre ingeniería o de manuales y herramientas y tienes que montar un avión. ¿Qué vas a pensar? Yo decía ‘en qué me he metido…’. Pero fue divertido», recuerda.
Una vez construida la nave, se hicieron pruebas de vuelo y revisiones para que todo esté en orden.
En este tiempo, además, Werner se estuvo sacando el título de pilotaje de vuelos privados, para el que es necesario ser mayor de 17 años.
Ella misma y otros tres jóvenes de entre 17 y 19 años pilotarán el Sling-4 durante las cinco semanas de viaje a través de África, mientras que su padre y otros miembros del equipo viajarán en simultáneo en otro avión.
«Él es piloto de aerolínea con mucha experiencia y nos ayudará en todo momento a tomar las decisiones correctas», aclara.
En las paradas por el continente, el equipo dará charlas, visitará áreas rurales y desfavorecidas y ofrecerá volar a gente que quizás nunca haya visto antes un avión.
«Yo con este proyecto he aprendido que no debes dejar que el lugar que ocupas o tu pasado o lo que piensen de ti te frene en convertirte en quién quieres ser. Lo que tienes que hacer es usar eso como motivación. Yo vengo de un hogar desfavorecido en el que nadie tiene empleo, por ejemplo. Pero eso me tiene que empujar a mí a tener un empleo y a inspirar a otra gente», indica Seemela.
«Esto -agrega- me hizo darme cuenta de que yo importo, de que lo que yo tenga que decir importa. Mi voz es importante y puede ayudar a alguien que lo esté pasando mal».
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