Ecuador.- Encontrado en los años ochenta, lo que lo convierte en una especie relativamente nueva para la ciencia, el perico de Orcés es un ave endémica de Ecuador, que está en peligro de extinción, pero que tiene en las llamadas «cajas nido» una esperanza para su supervivencia.
De la familia de los loros (Psittacidae), el perico de Orcés (Pyrrhura orcesi) es una especie de ave psitaciforme, a la que se encuentra en el sur de Ecuador, principalmente en la provincia de El Oro, fronteriza con Perú.
Considerada actualmente como una especie en peligro de extinción tanto por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) como por la Lista Nacional de Aves, al perico de Orcés lo vieron los expertos en 1980 durante una expedición que investigaba parches remanentes de bosque nublado en El Oro.
Pero no fue hasta 1985 que se pudo organizar una expedición de retorno, bajo el auspicio de la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia y el Museo de Ciencias Naturales de Quito; y tres años después quedó descrita como una nueva especie para la ciencia.
Recibió la denominación de Pyrrhura orcesi, en honor a Gustavo Orcés, considerado el primer zoólogo ecuatoriano, cuyo nombre está perennizado en 22 denominaciones específicas y subespecíficas de la fauna local, según la Fundación Jocotoco, que creó la reserva Buenaventura para asegurar la conservación del ave.
Un perico que «Sigue a las nubes»
De plumaje verde oscuro con la frente roja los machos (aunque no las hembras), el perico de Orcés tiene los filos de las alas y el final de la cola de color rojo, mientras los bordes exteriores de las alas, son azulados.
De ojos rodeados por un círculo blanco, al perico de Orcés mide unos 22 centímetros de largo y pesa alrededor de 73 gramos.
Habita en bosques tropicales muy húmedos de 800 a 1.200 metros, pero cada vez se desplaza a zonas más altas pues el cambio climático ha hecho que las nubes se formen cada vez más arriba.
«El perico de Orcés le sigue a las nubes, entonces cada vez está yendo más alto», y ahora se lo puede encontrar hasta los 1.700 metros sobre el nivel del mar, aseguró a Efe José León, coordinador de investigación de Jocotoco.
De comportamiento «un poco raro» en comparación a otras especies de pericos, el de Orcés busca ayuda para criar a sus hijos.
«Los padres y madres siguen cuidando a sus crías, pero tienen la ayuda de alguien más: sus hijos primeros», lo que afecta a la supervivencia de la especie pues «todos los hijos antiguos están tomando tiempo y esfuerzo en cuidar a sus nuevos hermanos, en lugar de ellos comenzar a hacer nidos y a reproducirse», explicó.
Programas de cajas de nido
Según León, «hace tiempo» se estimaba que había una población de alrededor de 8.500 individuos, que se redujeron debido a la tala indiscriminada de árboles por muchos años, lo que limitó los espacios de anidación del ave, y ahora hay muy pocos árboles que les proveen las cavidades necesarias para hacer sus nidos.
Su árbol de anidación favorito Dacryodes peruviana es muy buscado y frecuentemente apuntado para uso humano.
Además, el complicado proceso de crianza no permite que la especie se reproduzca rápido, algo que Jocotoco también contrarresta desde 2007 con el programa de «cajas nido», gracias al cual ya han salido exitosamente 559 pichones.
«Ahorita, la población estimada de pericos de Orcés es como de 1.500, eso significa que hemos ayudado a recuperar por lo menos el 40 por ciento de esta población, lo cual es realmente un hito en conservación», apuntó en medio de la reserva Buenaventura.
De 60 centímetros de alto por 20 de ancho y con un pequeño orificio para permitir sólo el ingreso de la pequeña ave, las cajas nido tienen un sistema de impermeabilización para evitar la humedad y se colocan en el tronco de los árboles a entre tres y cinco metros del suelo.
Cuentan con una cámara para el monitoreo y algunas se han visto afectadas por abejas, comenta Leovigildo Cabrera, jefe de guardaparques en la reserva Buenaventura.
«Cuando las cajas son invadidos por abejas o por otra especie de ave, o cualquier tipo de trepatronco, los pericos ya no anidan ahí, ocupan otra caja o, si hay un tronco con un orificio o un tronco seco, ocupan un nido natural», explicó al señalar que por la tala de bosques es complicado que encuentren dónde criar pichones.
«A esta ave le conozco por tres cantos: a veces vocaliza una sola vez, a veces hace una vocalización larga, a veces hace una de llamado como advertencia para salir volando», comenta Cabrera en lo alto de una verde colina, donde su oído y ojo experto le permiten localizar con admirable facilidad al perico.
Una pequeña ave para cuya conservación, Jocotoco compró decenas de hectáreas de pastizales y las transformó en una reserva donde ahora cohabitan más de 700.000 árboles, miles de aves, innumerables anfibios y reptiles, lobos y cerdos de monte, entre otras especies.
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