«En aquel tiempo, Jesús habló a los fariseos, diciendo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida». Le dijeron los fariseos: «Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es verdadero». Jesús les contestó: «Aunque yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido y adónde voy; en cambio, ustedes no saben de dónde vengo ni adónde voy. Ustedes juzgan según la carne; yo no juzgo a nadie; y, si lo hiciera, mi juicio sería válido, porque no estoy yo solo, ¡sino yo y e! que me ha enviado, el Padre; y en la ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero. Yo doy testimonio de mí mismo, y además da testimonio de mí el que me ha enviado, el Padre». Ellos le preguntaban: «Dónde está tu Padre?». Jesús contestó: «Ni me conocen a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre». Jesús tuvo esta conversación junto al arca de las ofrendas, cuando enseñaba en el templo. Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora».
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
La Iglesia universal celebra hoy la fiesta, entre otros santos, en honor a San Isidoro, Obispo y doctor de la Iglesia, que sin tener el vigor de un Boecio o el sentido organizador de un Casiodoro, Isidoro compartió con ellos la gloria de ser el maestro de la Europa medieval y el primer organizador de la cultura cristiana. Isidoro fue muy sabio, pero al mismo tiempo de profunda humildad y caridad; no sólo obtuvo el título de «doctor egregius», sino también la aureola de la santidad. Nació en Sevilla en el año 556 y murió el 4 de abril de 636.
Y la liturgia diaria, nos presenta al Evangelio de Jesucristo según San Juan, capítulo 8, del verso 12 al 20. donde se narra la discusión de JESÚS con los fariseos, sobre su autoridad y su procedencia. Y de una manera velada se anticipa el fin que le espera, al momento de «llegar Su Hora». Pero lo extraordinarios de la perícopa, es que frente a ellos JESÚS realiza una autoproclamación sorprendente, al decirle: «Yo Soy la Luz del mundo». Y de esta manera el Maestro le muestra, al mundo, y a sus discípulos de todos los tiempos, una de las características más impactante del camino de la Fe de sus seguidores, ya que estará alumbrado por la Luz de su Señor.
Es esta una maravillosa catequesis, sobre el seguimiento, conducida por el mismo DIOS, y donde la experiencia real, de que Alguien ilumine nuestras tinieblas y sombras, nos hace proclives a desarrollar una confianza en el SER que nos trasciende y que hace honor a Su Palabra, iluminandonos con su Luz, en los momentos más oscuros de nuestra existencia. Y aun cuando se camine en tinieblas tal como lo expresa el salmo 23,4, el cristiano reafirma con confianza sus pasos, en la certeza de que el Maestro va adelante encendiendo las luces para iluminar el camino.
Al confrontarnos con el texto, y revisar nuestro entendimiento sobre el significado de Cristo Luz del mundo en nuestras vidas personales y comunitarias, y también sobre la experiencia de poder valorar la luz solar y por supuesto la luz que nos proporciona ese maravilloso invento del hombre de tener el fluido eléctrico con el cual se ilumina y se sustenta la vida productiva de la humanidad. Se entiende así que para el hombre la Luz es algo existencial, porque sin la luz del sol no se puede dar el proceso de la fotosíntesis y de la vida animal y vegetal, sin el fluido eléctrico se acabaría con buena parte del confort y el progreso y sin la Luz de DIOS volveríamos «al caos y la confusión» (Gen 1,2)
Y es que «el caos y la confusión», parecen traducir las tantas calamidades, que amenazas física y espiritualmente nuestras vidas, porque sobrepasan nuestras fuerzas, y aunque le ponemos ganas, y empeño para revertir esas situaciones, como queremos hacerlos solos, es decir sin la ayuda de JESÚS, entonces caemos una y otra vez en los mismos errores. Pero cómo el AMOR de DIOS Supera todas nuestras miserias e indiferencias, y aunque no lo llamemos Él nos ofrece el Brillo de Su Luz y nos invita a seguirle para que conduzcamos nuestras vidas hacia puertos seguros de paz y de sosiego.
De allí que hoy sea el día, para que cada uno de nosotros acepte la invitación de Cristo como la Luz verdadera. Y al aceptarlo nos llenemos de Su Paz y de Su AMOR para ir a compartirlo con todos nuestros semejantes, en todo tiempo y lugar. Y que, en este tiempo litúrgico, es decir el tiempo de la Cuaresma, que está por finalizar, sea el tiempo propicio, para intentar vivir con el gozo y la alegría necesaria, pero, sobre todo, con la debida preparación para que JESÚS, alumbre nuestras vidas y desde nuestras vidas llegue Su Luz a la humanidad.
Señor JESÚS, Tú nos pusiste en el mundo, no para juzgar a nuestros semejantes, sino para contagiarlos de Tu paz, y de Tu Luz, con cada uno de nuestros actos a favor de ellos y de esta manera podamos experimentar Tu Perdón y Tu Gracia. Amén.
Luis Perdomo
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