Lisboa, Portugal. La pandemia no solo ha dejado contagios y fallecidos en Portugal, también ha desatado una nueva pobreza: esteticistas, fisioterapeutas, taxistas y otros trabajadores con empleos estables que de un día para otro dejaron de recibir ingresos y ahora tienen que recurrir a la beneficencia para sobrevivir.

El Instituto del Empleo y la Formación Profesional luso recoge que en julio había 407.000 inscritos en los centros de desempleo, un 37 % más que hace un año, aunque la cifra es muy cuestionada por economistas, sindicatos y políticos que apuntan a que el paro real es mayor.

Unido a que casi 900.000 trabajadores sufrieron una suspensión de contrato («lay-off») y su consecuente reducción de salario, la pandemia ha engordado las colas en los bancos de alimentos y los albergues de acogida, a los que ahora tienen que recurrir familias que no estaban acostumbradas a tener que pedir ayuda.

BANCOS DE ALIMENTOS DESBORDADOS

«Fue muy angustiante», cuenta a EFE la presidenta de la Federación de Bancos de Alimentos de Portugal, Isabel Jonet, que lidera una red que actualmente ayuda a 440.000 personas en todo el país, un 15 % más que antes de la COVID-19.

Solo en los dos meses más intensos, más de 60.000 personas contactaron para pedir ayuda.

«Fue un aumento muy brutal. De un día para otro, empezamos a recibir peticiones y más peticiones. Había días en los que recibíamos 2.000», recuerda Jonet.

Son familias diferentes a las que pasaban por los bancos de alimentos antes: habla de peluqueros, entrenadores personales, fisioterapeutas, dentistas, esteticistas, empleadas domésticas, vendedores ambulantes, taxistas o conductores de VTC que vieron esfumarse sus fuentes de ingresos.

Es el caso de Ana Paula, de 36 años, que trabajaba en una tienda del centro de Lisboa y sigue en «lay-off». Su marido está desempleado y dio positivo por COVID-19, al igual que su bebé; los tres han tenido que estar aislados en casa, lo que ha dificultado todavía más su situación.

«Somos solo nosotros y el bebé, no tengo más familiares aquí. Es una situación bastante complicada», cuenta a EFE mientras hace cola en el Centro Comunitario Parroquial de Famões, a las afueras de Lisboa, una institución de la que recibe dos veces al mes una cesta de alimentos.

No sabe cuándo podrá volver al trabajo. «Creo que esta situación va a seguir hasta finales de año. Mi empresa ya ha retomado la actividad pero de una forma completamente diferente, con pocos trabajadores, y yo continúo en casa esperando», lamenta.

En la misma cola aguarda Larissa, una esteticista de 27 años que también ha recurrido al centro comunitario debido a la pandemia.

«A mi marido le hicieron un lay-off y yo me quedé en el paro, con tres hijos. Así que empezamos a recibir la cesta», explica Larissa, que espera que al menos su pareja pueda recuperar el empleo en los próximos meses.

El centro comunitario de Famões apoyaba con cestas a 48 familias a principios de marzo. Ahora ya son cerca de 140, que llegan al centro a través de la Seguridad Social o el Ayuntamiento, pero no siempre es fácil identificar a quién ayudar.

«Hay un conjunto de familias a las que es muy difícil ayudar porque es una pobreza vergonzante, no están habituadas o no quieren decir públicamente que están pasando dificultades», señala a EFE el director ejecutivo del centro, Paulo Pinheiro, que asegura que no espera que la demanda de ayuda disminuya en los próximos meses.

AUMENTAN LAS PERSONAS SIN HOGAR

A algunos, la COVID-19 les ha dejado incluso sin hogar.

Aunque aún no hay datos oficiales, las instituciones admiten un aumento de los «sinhogar con techo»: personas que duermen en albergues, pensiones o viviendas de programas de apoyo a quien no tiene donde vivir.

«Ese factor tuvo un crecimiento elevado», explica a EFE el director general del Centro de Apoyo a los Sintecho (CASA), que relata que en muchos casos proceden de sectores como restauración, transportes, construcción, artes y otros trabajos precarios con bajos salarios.

Algunas familias no han llegado a estas situaciones extremas, pero necesitan apoyo para conservar su vivienda: las solicitudes de ayuda a Cáritas Portuguesa aumentaron un 49 % durante la pandemia y la mayoría, el 60 %, estaban relacionadas con el pago de alquileres o hipotecas, según datos facilitados por la organización a EFE.

UN PAÍS QUE YA ERA POBRE

La pandemia solo ha agravado la situación de un país donde la tasa de riesgo de pobreza ya alcanzaba al 21,6 % de la población y alrededor de 3.000 personas dormían en la calle.

«Se han implementado medidas como el complemento solidario al anciano o la subida de las jubilaciones más bajas, pero todavía tenemos gente con pensiones inferiores a 180 euros al mes», lamenta la presidenta de la Federación de Bancos de Alimentos.

Jonet considera que el Gobierno va a tener que implementar nuevos apoyos sociales para las familias que necesitarán ayuda durante «un largo período de tiempo» por la pandemia, pero alerta de que no se pueden «descuidar las antiguas situaciones de pobreza».

«Esta crisis fue muy inesperada y nadie estaba preparado para la brutalidad económica y social. Todos pensábamos que la COVID-19 era solo un problema de salud, pero no lo es», dice.

EFE noticias

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