Un año después del terremoto que dejó casi 3.000 muertos en las montañas del sur de Marrakech, la ciudad ocre ha rehabilitado sus monumentos y ve crecer las cifras de turistas, ajenos a la realidad de algunas zonas del casco antiguo aún en ruinas por los efectos del seísmo.
Es el caso de la ‘mellah’ o barrio judío, el más afectado y en el que prácticamente todas sus casas, muchas de adobe, sufrieron daños o colapsaron. En el primer aniversario de la tragedia, las calles de la judería ya están despejadas y se han retirado muchos de los escombros de las casas, pero solo unas pocas se han reconstruido.
Salah Eddine, de 38 años, trabaja como obrero en una de ellas y vive con dos familias más en un edificio con patio interior y habitaciones clausuradas por miedo al derrumbe. «Hay casas que están a punto de caer, pero sus habitantes siguen viviendo en ellas», asegura.
Un barrio vaciado
Tras el terremoto, Marruecos puso en marcha un plan de reconstrucción por 11.000 millones de euros que incluye ayudas a los propietarios para rehabilitar y reconstruir sus casas (entre 7.400 y 13.000 euros) y a los inquilinos para alquilar otra vivienda (230 euros al mes durante un año). Según Latifa Lamsila, directora regional de Vivienda de Marrakech, en la ciudad 3.397 dueños de casas han recibido parte del dinero y dos tercios han comenzado ya la labor.
De ellos solo 33 las han acabado, lo que la responsable atribuye a que algunos no han arrancado a pesar de haber recibido la ayuda, a que la mano de obra es «más escasa y costosa» y a la particularidad de Marrakech, ciudad patrimonio de la humanidad con edificios de estructura compleja que requieren de «una demolición manual y minuciosa» para no afectar a los adyacentes.
Salah se queja de que no haber cobrado la subvención de 230 euros mensuales y asegura que de haberlo hecho se habría ido del barrio, como hicieron muchas familias con las réplicas por miedo de que sus casas les cayeran encima.
En una pequeña tienda de comestibles cercana, Yassine confirma el éxodo de la judería: antes atendía a 25 clientes al día y ahora solo a 5. Algunos comercios han cerrado y ahora, protesta Salah, no hay ni siquiera carnicería.
Sí ha recibido la ayuda Jaduj El Ghouti, una mujer de 55 años que vivía alquilada en una casa de la ‘mellah’ hoy impracticable y se mudó con su hija, su yerno y sus tres nietos a un pueblo de las afueras, tras pasar 4 meses en un centro de acogida de afectados por el seísmo.
En su modesta vivienda, explica que gracias a ese dinero han podido pagar el alquiler, pero tras un año las víctimas dejan de cobrar el subsidio y no sabe cómo se las arreglarán. Su familia es representativa de la pobreza de la ‘mellah’: ella mendigaba en las calles, su hija se «queda en casa» y su yerno gana unos pocos dirhams aparcando coches.
El turismo sigue creciendo
Después del seísmo, Marruecos centró sus esfuerzos en rehabilitar los monumentos de la ciudad. El delegado del Ministerio de Cultura en Marrakech, Jamal Abu al Huda Abdelmunim, afirma que dos meses después ya se abrieron a los turistas.
«Había daños leves y medianos», dice a EFE el responsable, y apunta que aún quedan trabajos por hacer en los palacios de Bahia y Badie y en las tumbas saadíes, así como en parte de las murallas (de 19 kilómetros y construidas entre el siglo XII y XVIII).
En la bulliciosa medina, el trajín de los vendedores y la ida y venida de turistas es constante. De hecho, la ciudad ocre registró en los primeros siete meses del año 5,5 millones de pernoctaciones, un 8 % más que en el mismo período de 2023, y el tráfico aéreo aumentó un 30 %.
Dos de esas turistas son Alicia Fernández y Montse Vegara, amigas de Alicante (España) que iban a viajar a Marrakech cuando sobrevino el terremoto y lo han hecho un año después porque tenían «muchas ganas» de visitar la ciudad.
«Hemos visto edificios apuntalados, que supongo que son del terremoto», dice Alicia junto a los puestos de la famosa plaza de Yamaa el Fna, y destaca la cantidad de gente: «Anoche salimos y no se podía andar por la plaza, creo que el turismo se está recuperando bien».
Otra visitante es Danielle Gaspar, una brasileña que ha viajado a Marruecos con su marido y su niña. «Estamos en un hotel en la medina y vimos algunas construcciones dañadas, me pregunto por las familias», dice esta profesora de periodismo, que espera que no haya «ningún terremoto más».
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