Montevideo.- Nada define mejor al escritor uruguayo que el término de «mito discretísimo» con que Hortensia Campanella bautizó su biografía: trabajador incansable y meticuloso; hombre sencillo, obsesionado con la puntualidad y comprometido con los derechos humanos; muy leal con sus amigos y muy amante de su único amor, Luz López Alegre, la mujer con quien compartió 60 años de vida.
Aunque ella partió tres años antes (2006), hoy ambos reposan juntos como era su deseo en el nicho 148 del Cementerio Central de Montevideo tras una humilde lápida con algunos versos de su «Defensa de la alegría»: «Defender la alegría como una trinchera / defenderla del escándalo y la rutina / de la miseria y los miserables / de las ausencias transitorias / y las definitivas».
La presencia de Luz se hizo «imprescindible» para Mario, según explica su biografía, cuando eran adolescentes, y así continuó hasta que ella falleció, con 84 años. Buena parte de sus libros van dedicados a ella, pero especialmente «Canciones del que no canta», el primer poemario tras su muerte: «a Luz, que ya no está / pero estará siempre, / en memoria de nuestros / 60 años de buen amor».
Sobre esa relación, Campanella relata una anécdota vivida en Madrid. El matrimonio Benedetti estaba a punto de instalarse definitivamente en Montevideo porque a Luz le habían diagnosticado alzhéimer y quedaron un día los tres para almorzar.
«Se sentó Mario, luego yo y enfrente se sentó Luz y, de pronto, Mario la mira y le dice, después de casi 60 años de matrimonio: ‘fuiste a la peluquería, estás muy linda’. Me pareció de una ternura y una actitud de amor duradero realmente impresionante», detalla la presidenta de la Fundación Benedetti.
La pareja formada por Ricardo Elena, médico personal del escritor, y su esposa, Judith Parnás, acompañó mucho al poeta cuando Luz enfermó y luego falleció, ya que todos eran amigos desde la juventud. Ambos reciben en su casa de Montevideo y recuerdan la tristeza que rodeó al escritor en sus últimos tres años.
«Él iba a verla todos los días (al sanatorio) y eso lo afectó demasiado, me parece. Cambió. Siempre estaba triste. Él era de chistes o anécdotas. Después cambió», explica Parnás, quien recuerda a Luz como «una persona muy dulce, muy sencilla, muy discreta».
Esa permanencia constante en un segundo plano, al costado de Mario, hizo que nunca fuera a los homenajes en los que su esposo era protagonista. «Se ponía muy nerviosa, me dijo una vez. Solo fue cuando le dieron el (premio) Reina Sofía. Se ponía muy nerviosa con todo lo de Mario, como que no estaba acostumbrada», comenta entre risas.
La amistad
En una de sus obras más conocidas, «El libro de los abrazos», el escritor uruguayo Eduardo Galeano dedica su texto «Celebración de la amistad/1» a lo que Benedetti consideraba amistad en dictadura: «Y me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los tiempos del terror, él llevaba cinco llaves ajenas en su llavero: cinco llaves, de cinco casas, de cinco amigos: las llaves que lo salvaron».
El exilio motivado por la dictadura cívico-militar en Uruguay (1973-1985) le llevó a diferentes países y, al tiempo, le acercó a muchos amigos que afrontaban idéntica situación, como el cantautor Daniel Viglietti, también paciente de Elena.
«Eran amigos de hierro, absolutamente leales en el proceder. Cariñosos, afectuosos, eran muy sensibles a todo lo que ocurría. Les molestaban enormemente las cosas malas, como los excesos políticos, cuando se pasaban a las torturas. Ahí estábamos todos juntos, fue una época muy dura», relata el doctor ya jubilado.
Elena rememora que vio «angustiado dos o tres veces» a Mario, como cuando mataron a Ernesto «Che» Guevara, cuando apresaron al exguerrillero tupamaro uruguayo Raúl Sendic, al que «tuvo dos meses en su casa cuando estaba clandestino» y «cuando mataron a (el político uruguayo Zelmar) Michelini en Buenos Aires en el exilio».
Confirma así ese firme compromiso con sus ideales políticos y la coherencia en su defensa de los derechos humanos.
Modestia, humor, deber
Eduardo Galeano, que fue muy amigo suyo pese a que era 20 años más joven que Mario, dijo una vez que «Benedetti no se cree Benedetti», algo que reitera Elena, quien dice que «Mario era completamente modesto» y que «tenía una parte íntima reservada que no la regalaba ni a los amigos».
Si algo comenta quien lo trató de cerca es que tenía muy buen humor y hacía chistes constantemente. Según el texto «Coherencia de un escritor», cedido por el que fuera su médico personal, ese humor «surgía rápido y brillante, nunca ofensivo para con el prójimo, juguetón con el amigo, agridulce consigo mismo, y muy ácido hacia los enemigos del pueblo».
Además, «su sentido del deber» era muy elevado, como recuerda Campanella al evocar un homenaje que celebró la Casa de América en Madrid en 2000, con motivo de su 80º cumpleaños.
Varios cantautores, como Joan Manuel Serrat y Tania Libertad, ofrecían un concierto con algunos de sus poemas y él se levantó a saludar, pero tropezó y se golpeó en una rodilla.
«Le dolía muchísimo pero no quiso irse de ninguna manera», explica la gestora cultural, periodista y escritora, quien pidió hielo para aplicarle «durante esa hora de actuación» mientras «él aguantaba el dolor del golpe».
Veinte años después, Madrid y Montevideo, dos de las ciudades en las que vivió, celebrarán el centenario del «mito discretísimo».
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