Imagen de prisioneros de guerra rusos encarcelados en un centro ucraniano cerca de la ciudad occidental de Leópolis.EFE/Rostyslav Averchuk

Alarmas antiaéreas interrumpen el programa diario de los prisioneros de guerra rusos encarcelados en un centro de cautivos ucraniano cerca de la ciudad occidental de Leópolis, donde todos, algunos arrepentidos y otros defendiendo la invasión rusa, esperan ser canjeados algún día y poder regresar a casa.

En fila y de forma ordenada, los prisioneros se trasladan bajo tierra hacia el refugio antiaéreo.

«Este es el lugar más seguro de Ucrania», dice durante una visita de EFE al penal -organizada por el Centro de Coordinación para el Tratamiento de Prisioneros de Guerra del Estado- Alexéi, un preso de unos cuarenta años mientras empiezan a llegar informaciones sobre explosiones en otra región.

Oriundo de Donetsk, en el este ucraniano, Alexéi cumplía una condena por robo en la ciudad que está bajo el control de Rusia desde 2014 cuando se presentó voluntario para luchar contra Ucrania.

A pesar de la presencia de varios guardias, alaba abiertamente a Rusia por lanzar la invasión en febrero de 2022 y se encoge de hombros ante la pregunta de si la destrucción de ciudades enteras en su región natal ha merecido la pena.

«Estamos acostumbrados a esto. Llevan años ‘zombificados’ por la propaganda», asevera un guardia cuando el grupo de prisioneros sale por fin del refugio y pasa por delante de retratos de las figuras históricas más notables de Ucrania.

Aunque delgados en su mayoría, ninguno de los prisioneros parece agotado mientras se dirigen a almorzar a una gran cantina. Esta es una de sus tres comidas diarias, que consiste en raciones de sopa, gachas de avena con carne, ensalada fresca y pan.

Arrepentidos

Otros van a sus lugares de trabajo, donde fabrican árboles de Navidad artificiales, sillas o palés. Casi todos los presos efectúan trabajos remunerados, excepto algunos oficiales y los que tienen problemas de salud.

Aunque algunos acceden a hablar -sin que EFE pudiera verificar si lo hacen libremente- todos se niegan a que se publiquen sus nombres completos y eligen las palabras con cuidado, preocupados de que esto pueda leerse en Rusia.

«Nunca habría ido a la guerra si hubiera sabido lo que iba a pasar», dice a EFE Andréi, de 55 años y originario de una provincia rusa, sin guardias cerca.

Como muchos aquí, firmó un contrato con las Fuerzas Armadas rusas para ganar dinero. Aunque esperaba hacer trabajos de mantenimiento en la retaguardia, fue alistado en una unidad de Infantería y enviado a la mismísima línea del frente tras un mes de entrenamiento.

Andréi dice que lo capturaron tras equivocarse de camino cuando iba a las trincheras por primera vez, incluso antes de que consiguiera recibir su primer pago mensual de más de 2.200 euros.

«Aquí nos tratan bien. Pero creo que los ucranianos cautivos lo tienen aún mejor en Rusia porque allí hay mucho espacio», sugiere mientras varias docenas de prisioneros se dispersan por un gran patio y mientras ignora las denuncias de la ONU y de Kiev sobre prisioneros ucranianos malnutridos, torturados y aislados.

Algunos leen viejos ejemplares en ruso de las novelas de Alexandr Duma y Arthur Konan Doyle de la biblioteca. También hay un pequeño campo de fútbol y algunas pesas a disposición de los que tienen algo de energía después de un día de trabajo.

La espera continúa

Unos 3.700 ucranianos y casi el mismo número de soldados rusos han sido canjeados en 57 intercambios a lo largo de los más de 2 años y medio de invasión.

En el campo de Leópolis, la mayoría de los prisioneros rusos llevan muchos meses cautivos. Siguen las noticias en la televisión ucraniana y no esperan ser intercambiados pronto.

«Rusia da prioridad a los reclutas capturados de (la región rusa de) Kursk», asegura con amargura Daniil, de 20 años, que firmó un contrato con el Ejército del Kremlin por «motivos patrióticos» y fue capturado en una emboscada hace más de un año.

En uno de los puestos de trabajo de los prisioneros hay un bloc de notas con el emblema de la Cruz Roja.

«Sus representantes nos visitan a menudo para recoger cartas para las familias (de los prisioneros) y sugerir mejoras. Ucrania les ha hecho caso», explica Vitali Matviyenko, de la agencia gubernamental ucraniana que supervisa el trato a los presos.

Las instalaciones médicas en la prisión, donde se recuperan una docena de cautivos con amputaciones y otras heridas, parecen limpias y modernas.

Andréi, el arrepentido, dice que le caen bien los ucranianos y desea que la guerra termine pronto. Sin embargo, le cuesta imaginar que Ucrania pueda ser independiente de Rusia.

«Seguiremos juntos. Como siempre hemos estado», insiste.

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