Rosa Marcano, cosecha sus propias verduras para vender en la entrada del antiguo Cambalache, Puerto Ordaz. Foto: Níger Martínez

En el corazón del antiguo Cambalache, ahora llamado Brisas del Río Orinoco, yace el sector 7, conocido también como Bicentenario. Más de cincuenta familias, con raíces profundas en la tierra y en la cantera, habitan este rincón de Puerto Ordaz, donde el sol cae pesado sobre manos curtidas por el trabajo en la agricultura, la pesca y la selección de piedras.

El suelo nunca fue fácil; la carencia de agua potable, electricidad, escuelas y transporte era un enemigo constante. Sin embargo, la dificultad no logró detener la voluntad de estos lugareños. Ingeniosamente, entroncaron pedazos de guayas desde el banco de transformadores de la Planta de Asfaltos Bolívar hacia sus hogares, trazando un camino de luz a través de la desidia estatal.

En sendos espacios olvidados como la vieja Compiedras y CETACA, se avistan familias enteras, parejas acompañadas de hijos, escarbando entre las rocas. Con paciencia, separan las piedras pequeñas de las grandes, vendiéndolas a quienes requieren materiales para construir sueños y esperanzas en otros confines.

Las jornadas acentúan su rutina de esfuerzo; a pie, cientos de kilómetros los separan de la entrada del cruce de Brisas del Río Orinoco hacia el sector 7. «Es diario», aseguran, pues tras las tres de la tarde, el transporte público desaparece, marcando un límite invisible entre la comunidad y el resto del mundo.

Frutas y verduras

En un pequeño terreno de 50 por 100 metros, Rosa Marcano y su esposo cultivan la tierra con la misma esperanza que sostiene a su comunidad. Lágrimas y sudor mezclados con la tierra que los vio nacer. Plátano, yuca, auyama, cambur manzano, topocho, entre otros frutos de la tierra, son los productos que Rosa ofrece cada día en el cruce de la entrada del sector 7 y Brisas del Río Orinoco, lugar donde la vida brota a pesar de las adversidades.

«Ya la cosecha de yuca y auyama está terminando,» comenta Rosa. «Ahora debemos preparar la tierra para sembrar nuevas verduras, o si no, ir hasta la plaza de mayoreo en San Félix para comprar y vender en nuestro sitio.»

Pero las cicatrices del abandono son profundas. Rosa y otras veinte familias han quedado sin servicio eléctrico. El transformador que alimentaba al barrio estalló hace más de dos meses, y la respuesta a sus solicitudes a través de VenApp ha sido un silencio ensordecedor.

En un acto de desesperación y solidaridad, instalaron, con esfuerzo y poco más que pedazos de dos pelos de guaya, una línea para traer la luz a sus hogares. Sin embargo, la suerte les jugó una mala pasada y el transformador se quemó, dejando a la comunidad a oscuras.

La voz de Rosa se eleva, clamando por ayuda: “Pedimos a la gobernadora del estado Bolívar, al alcalde de Caroní, y a Corpoelec que no nos abandonen. Nuestra lucha es por la luz, por lo básico, pero también por vivir dignamente.”

Escuela

Néstor José Ramos, uno de sus vecinos, lidera con empeño la recuperación de una antigua construcción de la empresa CETA C.A., hoy olvidada, pero llena de promesas.

“Estamos trabajando para convertir este espacio en aulas para más de treinta niños, hijos de esta tierra que hoy no tienen escuela y deben caminar largas distancias para estudiar,” relata con la voz cargada de compromiso.

La petición de Ramos no es solo por construcción, es un llamado a la acción. Pide apoyo a la gobernación y alcaldía de Caroní para que este sueño de educación se haga realidad.

Además, junto a otros vecinos, reclama la gestión urgente del servicio de agua potable, vital para el bienestar del vecindario. Aunque con la ayuda de la Planta de Asfaltos Bolívar, más de veinte familias lograron conectarse al banco de transformadores, la electrificación sigue siendo frágil y llena de incertidumbre.

El temor de Ramos es palpable, la desconexión de la corriente eléctrica podría sumirlos nuevamente en la oscuridad.

Otros residentes ven su comunidad como un lugar olvidado por las autoridades, con carencias que van desde aguas negras sin red hasta un transformador quemado que aún no ha sido reparado. Un residente comenta con tristeza que es una de las zonas más antiguas de Puerto Ordaz y aún espera las soluciones que les devuelvan la dignidad.

En la entrada de Brisas del Río Orinoco, Marcano y Ramos, vendedores de verduras, sueñan con el desarrollo de la zona. Proponen la construcción de kioscos que sirvan como un parador turístico, donde puedan ofrecer alimentos, artesanías y productos genuinos de esta tierra.

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