
Un estudio publicado en la revista L’Anthropologie propone una idea que podría transformar la comprensión sobre la evolución humana: un niño que vivió hace 140.000 años en el Monte Carmelo, en el noroeste de Israel, tendría rasgos morfológicos que evidencian una mezcla temprana entre Homo sapiens y neandertales.
El infante, conocido como Skhūl I, fue descubierto en 1931 y es considerado parte del cementerio más antiguo conocido.
Los investigadores sostienen que este hallazgo adelanta en unos 100.000 años el primer contacto entre ambas especies. Según el paleoantropólogo Israël Hershkovitz, líder del estudio, se trataría de “algo revolucionario”.
Un cráneo con dos historias evolutivas
La reevaluación del cráneo y la mandíbula mediante tomografías y reconstrucciones 3D permitió detectar un patrón mixto: mientras la estructura craneal coincide con la de Homo sapiens, la mandíbula muestra afinidad con la anatomía neandertal.
El equipo propone que Skhūl I formó parte de un paleodemo, una población biológicamente diversa producto de la mezcla progresiva entre grupos.
Aunque no implica que el niño fuera hijo directo de un sapiens y un neandertal, los investigadores sugieren que poseía una proporción significativa de genes neandertales.
Críticas desde la comunidad científica
No todos los especialistas están convencidos. Antonio Rosas, investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales en España, considera que la “mezcla” entre cráneo y mandíbula tiene “poco sentido biológico”, pues la anatomía genética rara vez se distribuye de manera tan aislada.
También advierte que las alteraciones del entierro podrían explicar la presencia de una mandíbula perteneciente a otro individuo.
Asimismo, otros científicos subrayan la necesidad urgente de análisis paleogenómicos, ya que, sin ADN, confirmar hibridaciones tan antiguas resulta metodológicamente complejo.
Una ventana a prácticas culturales ancestrales
Más allá de la biología, Skhūl I aporta pistas sobre conductas sociales antiguas. Fue enterrado en un cementerio colectivo junto a otros niños y adultos, posiblemente con ofrendas, lo que sugiere prácticas mortuorias intencionales y un sentido de comunidad mucho más antiguo de lo que se creía.
Los investigadores sostienen que este hallazgo desmonta la idea de que los sapiens desplazaron agresivamente a otros grupos humanos. En cambio, plantean que la convivencia prolongada y la asimilación genética fueron claves en la desaparición de otras especies.
Finalmente, para Hershkovitz, lo más revelador es que “hace 140.000 años ya existían prácticas que asociamos con sociedades humanas complejas”, lo que abre una nueva etapa en el estudio de la evolución y la cultura de nuestra especie.
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