No es Tom Brady, nadie lo es salvo el propio GOAT. Pero los Rams cuentan con una anomalía geriátrica en sus filas. Es titular indiscutible y un líder incuestionable: cuando él habla, los demás escuchan porque encarna la voz de la experiencia.
Andrew Whitworth (40 años) resulta fácilmente identificable cuando se quita el casco con la cornamenta de los carneros por su cráneo rapado al cero y su barba casi completamente blanca. Tampoco es difícil reconocerle con el uniforme al completo porque es gigantesco: mide 2,01 m. y pesa 152 kilos, el armazón necesario para ser un línea de ataque solvente y proteger a su quarterback, en este caso Matt Stafford, de las acometidas de la defensa rival.
Lleva 17 temporadas en la NFL dando y recibiendo golpes, intentando frenar a tipos no tan grandes como él pero sí más móviles, rápidos y musculosos. Ha jugado 239 partidos durante su larga carrera profesional, 235 como titular. Una vez retirado Brady (44 años) se ha convertido en el jugador más veterano de la Liga.
‘Big Whit’ es una institución, todo el mundo le respeta. Se lo ha ganado tras 11 campañas en los Bengals a los que se medirá el domingo en la Super Bowl y otras cinco en Los Angeles. Trabaja más que nadie: a sus 239 partidos hay que sumar otros 52 con la Universidad de Louisiana State, donde sólo se perdió una sesión de entrenamiento en cuatro años… para asistir a la ceremonia de graduación. Y es un excelente golfista, tenista y jugador de béisbol y basket capaz de machacar el aro, además de un siempre ocupado padre de 4 hijos.
Ha llegado hasta aquí por una senda muy distinta a la de Brady. Si Tom seguía estrictas pautas de alimentación, sueño, recuperación y reposo para seguir en la cima contra chicos que podrían ser sus hijos, Andrew Whitworth desestima ese tipo de ayudas. Nada de cámaras hiperbáricas, nada de crioterapia, nada de tecnología. Le basta con un ‘trainer’ de su confianza a quien paga de su bolsillo.
Después de un partido los hombres que forman la línea de ataque están hechos puré. Sus articulaciones crujen, tienen arañazos y moratones por todos lados, sus músculos no responden y el dolor es una mortaja que les atenaza. No es ningún secreto que los analgésicos potentes son el remedio general para seguir tirando una semana tras otra. Pero el enfoque de ‘Big Whit’ es muy distinto.
Hasta 2013, como todos los demás, tomaba ‘painkillers’ que le redimían del infierno traumático aunque dejaban sus sentidos en un limbo, algo que nunca le gustó. Un buen día dejó de hacerlo: cree en la adaptación de su cuerpo al dolor porque es algo que le ha enseñado su propia experiencia. Se ha acostumbrado a convivir con él y, simplemente, lo almacena en un rincón de su mente, lo ignora. Y estamos hablando de alguien que en su larga trayectoria se ha dañado todos los dedos de las manos, el ligamento del codo, los hombros, las caderas, rótulas, tobillos, la parte inferior de la columna vertebral y, recientemente, los ligamentos cruzados de la rodilla. Nada que le impida estar el domingo en la final.
Natural de Monroe (Lousiana), estaba en su último año en LSU cuando golpeó el Huracán Katrina; él movilizó a sus compañeros para no sólo donar, sino distribuir en persona, ropa y calzado a algunos de los cientos de miles de afectados. Ya en los Rams, en 2018 los incendios descontrolados de California devastaron buena parte de la inmensa área metropolitana, obligando a mucha gente –Whitworth entre ellos- a evacuar sus casas. Al día siguiente, tras pedir permiso al ‘coach’ McVay, ‘Big Whit’ se dirigió a sus compañeros, instándoles a ayudar. Él firmó el primer cheque, dando ejemplo, y donó el resto de su sueldo durante toda la temporada para ayudar a las familias perjudicadas. Cuando sus compañeros tenían dudas sobre cuánto dinero dar a la causa, le preguntaban a él.
La relación entre Sean McVay y Andrew Whitworth es muy peculiar. El entrenador (36) es cuatro años más joven que su discípulo, así que muchas veces le pide consejo. Auténticos amigos, sus familias pasan las vacaciones juntas y a menudo uno comienza una frase y la termina el otro, tal es su nivel de complicidad.
‘Big Whit’ nunca soñó que podría ceñirse un anillo; tras 11 años en Cincinnati estrellándose contra la realidad de la franquicia más perdedora de la Liga, sabía que allí el techo estaba muy bajo, así que en cuanto la ocasión fue propicia como agente libre se marchó a California. Sin embargo, caprichos del destino, será ante ‘sus’ Bengals que se juegue la guinda al pastel de su increíble carrera.
Tomado de MSN
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