
Brasil cerró 2025 como actor clave contra el calentamiento global al acoger la COP30, primera cumbre climática de la ONU en la Amazonía, reforzando la imagen del Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva como promotor de transición energética, bioeconomía y conservación forestal.
Sin embargo, los modestos resultados —sin compromisos vinculantes sobre deforestación ni fósiles— dejaron «sinsabor». La propuesta de Lula para hojas de ruta graduales contra hidrocarburos (75% de emisiones globales) trastabilló por oposición de Arabia Saudí, Rusia e India, pese a apoyo de 80 países.
La presidencia brasileña anunció procesos autónomos para 2026: uno para eliminar fósiles, otro para revertir deforestación hasta 2030. Se realizarán en encuentros previos a COP31 en Turquía (Colombia, Alemania, Pacífico insular), con consultas a científicos, gobiernos, industria y sociedad civil.
De 195 naciones en la Convención ONU, solo 122 presentaron NDC más ambiciosas para 2035 (plazo febrero, solo 64 en septiembre). Estas hojas de ruta no son vinculantes ni obligan al Acuerdo de París.
Plan Clima nacional aprobado
El Gobierno aprobó la hoja de ruta para reducir emisiones de 2.040 Mt CO2e (2022) a 1.200 Mt para 2030, extendiéndose a 2035. Prioriza transformación energética, agrícola y transporte; más renovables (88,2% matriz actual hidro, eólica, solar); menos fósiles; deforestación cero en Amazonía; restauración ecosistemas y agricultura sostenible.
Esto coincide con planes de expandir explotación petrolera cerca de la desembocadura del Amazonas, generando dudas sobre coherencia ambiental.
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