Mujeres escuchan hoy el taller dictado por Paulette Abdallah durante una jornada del colectivo Rulos de Venezuela, en Catia, Caracas (Venezuela). EFE/ Rayner Peña R

Paulette le ha dado más volumen a su cabello, una melena afro que, dice ella misma a EFE, la hace caminar con orgullo en Venezuela, donde está promoviendo el uso de estos peinados para celebrar la herencia mestiza y unir fuerzas contra el racismo «implícito» que -asegura- hay en el país.

La joven, publicista de carrera, dicta hoy talleres sobre identidad cultural, amor propio y cuidado del cabello, además de atender gratuitamente a decenas de niñas y adolescentes que participan en las actividades de sensibilización y embellecimiento organizadas por el colectivo Rulos de Venezuela.

Esta iniciativa, que surgió de su necesidad de mostrar -cuando vivió en el extranjero- que en su país hay mujeres con rizos y afro, pasó, en el último trienio, de ser una cuenta de Instagram al nombre de una comunidad virtual con más de 20.000 personas que hablan sobre discriminación, cuidado del cabello, racismo y empoderamiento femenino.

SER VISIBLES

Mientras vivió en el extranjero, Paulette dejó de alisarse el pelo, «una esclavitud» a la que, recuerda, se sometió durante años por decisión propia, pero también porque no encontró alternativas que le permitieran manejar su cabellera.

Una vez que aprendió a llevar su afro, fue consciente del hecho de que en el imaginario colectivo que pueda haber sobre Venezuela no figuran este tipo de rasgos, así que empezó a mostrarlo -con fotos suyas y de amigas- en redes sociales, donde ganó sus primeras aliadas.

«Se empezó a sumar más gente, la cuenta creció muchísimo, empezamos a hablar de discriminación laboral, del cabello (…) se volvió una comunidad fuerte y empezamos a hablar de cosas importantes que no se estaban hablando en Venezuela», rememora.

De vuelta en su país, la idea de vivir como vendedora y asesora de imagen para personas afrodescendientes se quedó corta, pues, señala, encontró a «tantas personas que preguntaban lo mismo» que decidió hacer talleres comunitarios, lo que la ha llevado a pueblos costeros en los que la población negra es predominante.

«No pensé hacer activismo y menos activismo a este nivel, pero una cosa me ha ido llevando a la otra, las cosas se han dado solas porque creo que era algo necesario en el país», remarca.

RACISMO IMPLÍCITO

A su modo de ver, en Venezuela existe «un estereotipo de belleza muy específico» que excluye al «mal llamado cabello malo» (cualquiera que no sea liso), por considerarse que «no es tan profesional, no es tan bonito», una verdad tallada en la película venezolana «Pelo Malo», de la directora Mariana Rondón.

«Hay ciertos estratos sociales en los que, si tú quieres entrar, nadie te va a decir que el cabello está mal, pero es preferible que no lo tengas así, (pasa lo mismo) si quieres aspirar a ciertos trabajos, o aparecer en ciertos lugares o ser parte de ciertos grupos», prosigue la publicista.

Para luchar contra esos prejuicios, Paulette se reúne con pequeños grupos de niñas y adolescentes a las que les enseña que el tipo de cabello que tienen habla de su cultura y ancestros, al tiempo que las anima a cultivar esa «semilla de pertenencia» y a no ser «esclavas de la plancha o del qué dirán».

«En Venezuela hay racismo, (pero) está disfrazado de clasismo. Hay que quitar varias capas, pero sí existe (…) es un techo» que impide el libre desenvolvimiento de la población negra, dice, y pone como ejemplo la ausencia de personas con peinados afro en la televisión local y en la publicidad.

«Nadie dice que no puedes salir (ahí), pero ¿cuántas oportunidades hay?», se cuestiona.

Para enseñar a su hija a valorar su propia belleza, Andrea Rebolledo la llevó a una de las jornadas de Rulos Venezuela que tuvo lugar en la barriada caraqueña de Catia, donde la pequeña Brianni encontró niñas como ella y escuchó historias positivas sobre su cabello, sin dejar pasar la oportunidad de conseguir un peinado.

Su madre, de 21 años, salió agradecida de la actividad, pues, asegura a EFE, aprendió formas básicas de tratar el cabello de su hija de cuatro años y otras «cosas» que espera repetirle a la pequeña cuando el ánimo le falle.

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