Beirut.- De un lado para otro en su casa destruida, Elie mira cómo un amigo coloca bloques de hormigón para construir la pared de su cocina, destrozada por la explosión en el puerto de Beirut, tras decidir que continuarán viviendo entre esas cuatro paredes a pesar de la destrucción y sin la ayuda del Estado.
“No vamos a dejar este lugar, nos quedaremos aquí”, dice Elie mientras su familia atiende a los obreros que han contratado para despejar los escombros de su hogar, situado en el barrio de Karantina, uno de los más afectados en Beirut al estar ubicado frente al puerto.
Elie es bombero y ha perdido a 10 de sus compañeros en la deflagración. “Podría haber estado allí”, relata.
El pasado 4 de agosto, casi 3.000 toneladas de nitrato de amonio que llevaban seis años almacenando en un galpón del puerto explotaron provocando una catástrofe en la capital, que ha dejado hasta el momento 171 muertos y casi 300.000 personas sin hogar, según datos oficiales de la gobernación de Beirut.
Sin el gobierno
La deflagración derrumbó los muros de la casa de Elie y su familia, que está en una planta baja, como si fueran fichas de dominó, mientras se encontraban entre sus cuatro paredes. Resultaron heridos sin tener que ser hospitalizados.
“Volamos y todo saltó por los aires”, cuenta Elie.
Elie no confía en el Estado, no quiere ninguna ayuda que provenga de él.
“¡Oh, el Estado! ¿qué Estado? Nadie vino aquí, ni las fuerzas de seguridad, ni el Ejército, nadie. Solo saben intensificar su presencia por la noche y ya está”, indica este hombre de 35 años.
“Todo lo hacemos por nuestra cuenta, no queremos nada del Estado, solo queremos que nos dejen en paz”, asegura, y le interrumpe su amigo Mohamed, de origen sirio, que le ayuda a reconstruir: “Nos venden los bloques a 10.000 libras libanesas, (6,58 dólares, al cambio oficial) y hoy a 15.000”, el equivalente a 9,87 dólares.
“Cada casa necesita por lo menos 50.000 euros”, asevera, mientras la moneda local no deja de fluctuar en el mercado negro ilegal, que cotiza a 7.300 el dólar, lo que supone una pérdida de más del 80 % durante estas últimas semanas ya que el cambio oficial sigue fijado a 1.500.
Las autoridades de la Gobernación de Beirut han informado de que los daños podrían rondar los 3.000 o 5.000 millones de dólares, mientras que el jefe humanitario de la ONU, Mark Lowcock, ha advertido que la reconstrucción costará miles de millones de dólares y requerirá un amplio apoyo.
Preocupados por los edificios
Al entrar a Karantina, Samira Suid da gracias de no haber estado en su hogar cuando se produjo la explosión, que arrancó hasta el papel pintado de sus paredes.
“Esto era el salón, aquí la cocina, los dormitorios, el baño… y mira cómo está el techo. Hemos tirado ya los muebles rotos”, señala Samira mientras tres jóvenes arrojan bolsas con sus enseres a un camión de mudanza desde el balcón del piso donde ha vivido desde que se casó.
“Nadie vino del Estado ni del Ayuntamiento (..) soy ingeniero y sé que no hay nada peligroso en el edificio, pero debemos arreglar las escaleras aquí porque están a punto de caer”, afirma su marido Roger Suid.
Al igual que muchos edificios del centro de la capital, las construcciones son muy antiguas y han sobrevivido a una guerra civil (1975-1990) y la de 2006 entre Israel y el grupo chií libanés Hizbulá.
Roger, de 60 años, asevera que el edificio “es muy antiguo y debe ser restaurado. Algunos pilares están dañados y hemos puesto dos fuera para soportar la casa, pero arriba no hay. Si hay otra sacudida, se derrumba todo a la calle”, sentencia.
Pese a que Samira esté empaquetando todos sus recuerdos en cajas, Roger tiene claro que volverán a vivir bajo ese techo.
“Estoy esperando a que se arregle la casa y que Beirut vuelva», zanja.
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