El sol empieza a calentar la calle 7 de San Félix, pero ni la luz logra disipar el olor denso que recorre la arteria comercial. Allí, donde debería haber bullicio de compradores y pregoneros, persiste el aire enrarecido, fusionado entre aguas negras y el reclamo de quienes dependen cada día de los vendedores de alimentos.
La cotidianidad de los vendedores ha quedado marcada por la resignación y la precariedad. Petra García, desde hace años y dependiente de la economía informal, confiesa que ya perdió la cuenta de las veces que pidió, sin resultado alguno, la reparación de botes de aguas blancas y cloacas desbordadas. “Nadie responde. La salud está cada vez más en peligro”, lamenta, mientras observa el tránsito imposible entre huecos, charcos y barro.
Desde la esquina de Pollo Sabroso hasta el mercado municipal, la situación empeora, los vendedores improvisan sus puestos sobre la calle, mientras las aguas residuales corren bajo los mostradores y las moscas revolotean sobre charcuterías, hortalizas y carne.
“El abandono no se puede ocultar”, apunta un comerciante que ve cómo bajan las ventas y se agrava el deterioro de la edificación del mercado de buhoneros La Esperanza. Rejas oxidadas, electricidad inconstante y espacios convertidos en baños a cielo abierto completan el cuadro de decadencia.
Vendedores
La voz de José Belmonte, vendedor ambulante, se une a la inconformidad general: “En reiteradas oportunidades hemos pedido ayuda a la alcaldía, pero ignoran los llamados. Así es muy difícil mantenerse”, afirma.
La ausencia de asfalto convierte algunos tramos de la calle en lodazales cada vez que llueve, situación que afecta sobre todo los fines de semana, cuando la mayoría de los compradores llega al sector.
María, una compradora asidua, asegura que se ve obligada a acudir al mercado pese a todo, porque allí logra abaratar los alimentos. “Evito los puestos de afuera por la suciedad y prefiero los de adentro, en las cavas”, comenta. Otros usuarios se debaten entre los precios variables y el riesgo sanitario evidente.
Desenlace
Vendedores y clientes alzan la voz, exclaman que urge una solución para las aguas putrefactas que afectan no solo a la calle 7, sino también a la comunidad La Esperanza y a la escuela cercana.
Comerciantes formales recuerdan que pagan impuestos y exigen que esos recursos se traduzcan en mejoras como ha ocurrido en otras zonas del centro de San Félix.
Por ahora, el abandono y el hedor son el rostro visible de una calle que, lejos de prosperar, se consume lentamente entre la apatía institucional y la resistencia de sus protagonistas.
¡Síguenos en nuestras redes sociales y descargar la app!