Diez familias damnificadas por la crecida del río Caroní, vecinos piden ayuda. Foto: Níger Martínez

El rumor de la crecida recorrió primero los bordes del sector Acapulco, parroquia Dalla Costa, como una amenaza lejana. Pero en cuestión de horas, el río Caroní saltó sus límites habituales y se tragó la carretera principal.

La comunidad, antes vinculada al resto de San Félix por ese delgado hilo de asfalto, quedó repentinamente aislada, sólo en lancha o a pie sobre el agua se podía entrar ahora.

El paisaje cambió en una tarde. El río, ya entonces hinchado y rápido, arrastraba ramas, barro y basura que golpeaban sin piedad los cimientos de las casas más próximas.

Los que allí viven, cerca de sesenta familias, estaban acostumbrados a las lluvias y a los ciclos del río, pero sabían que esta vez era distinto. La casa de al menos cinco vecinos fue devorada por el agua de un día para otro.

Familias vulnerables y la lista de temores

Diez familias declaradas como damnificadas observan con impotencia la marca húmeda avanzando hacia las puertas. Entre la población hay 75 niños y varios ancianos, atrapados junto a los adultos en una incertidumbre que crece con el nivel del agua.

Los funcionarios de Protección Civil acudieron a la emergencia. Tienen propuestas y es trasladar a los más afectados a la sede del VEN911, pero la comunidad se rehúsa. Temen no por el río, sino por lo que deja atrás, sus casas quedarían a merced de extraños y de la delincuencia.

La alcaldía, por su parte, ofreció bombonas de gas, pero la ayuda no es suficiente. Falta lo esencial: agua potable, alimentos, medicinas contra la fiebre, la diarrea o el paludismo.

“Aquí habitan 19 niños en este pequeño sector”, cuenta Yuleidi Petete, madre y refugiada improvisada en un rancho. Ella observa a sus hijos y teme la próxima enfermedad, el zumbido de los mosquitos y la posible presencia de las culebras de agua.

Con el aumento del agua llegaron también otros peligros, las culebras comenzaron a deslizarse por los patios, y las babas. “Pedimos ayuda, medicamentos, mosquiteros, agua potable y comida”, repite Yuleidi.

La vida se vuelve más difícil para todos. Los pescadores, acostumbrados a vivir del río, encuentran ahora imposible lanzar sus redes; la pesca, su sustento, se hace inalcanzable.

El consejo comunal: resistencia y petición

Rubén Patete y Leyda Martínez, del consejo comunal, siguen tocando puertas. Saben que sólo cuentan con una lancha…, sin gasolina y un pozo profundo, hoy contaminado. “No queremos pensar cómo enfrentar una emergencia de noche, sin manera de salir”, suspira Rubén.

Ellos y otros líderes vecinales hacen un llamado, casi un grito de socorro, a la gobernadora y el alcalde. Piden una visita, una mirada, un gesto que los saque de la vulnerabilidad que se hace más aguda con cada gota caída.

Las familias de Acapulco miran el agua y se preguntan qué vendrá. El río Caroní, con su furia cíclica, cada año les recuerda la fragilidad de sus vidas.

En cada amanecer, niños, madres y ancianos esperan no sólo la retirada del agua, sino la llegada de una ayuda que no termine con la temporada de lluvias, ni con la noticia de la crecida

 

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