“En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola por algunos que estaban convencidos de ser justos y despreciaban a los demás.

Dos hombres subieron al Templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto de pie, oraba en su interior de esta manera: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, o como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y doy la décima parte de todas mis entradas.”

Mientras tanto el publicano se quedaba atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador.”

Yo les digo que este último estaba en gracia de Dios cuando volvió a su casa, pero el fariseo no. Porque el que se hace grande será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana.

La Iglesia universal, celebra hoy la fiesta entre otros santos, en honor a los santos Rodrigo, presbítero, y Salomón, laico, ambos mártires. El primero, al negarse a aceptar a Mahoma como el verdadero profeta enviado por el Omnipotente, fue encarcelado. En el cautiverio coincidió con Salomón, que algún tiempo antes había pertenecido a la religión mahometana, ya habiendo renunciado a ella se había convertido al cristianismo. Los dos fueron condenados a morir decapitados, ambos en el mismo día y a la misma hora, finalizaron gloriosamente el curso de su combate en la vida terrena, el día 13 de marzo del año 895.

Y la liturgia del día nos presenta el Evangelio de Nuestro Señor JESUCRISTO, según Lucas capítulo 18, verso 9 al verso 14. En el que JESÚS relata la parábola del fariseo que se consideraba un hombre justo y el publicano que asume su condición de pecador arrepentido. Lo que motiva al Maestro para exponer esta parábola, es el hecho de que algunos maestros de la Ley se tenían por justos, por sus prácticas religiosas y despreciaban a los demás, por ser poco observadores de la misma.

La parábola desenmascara los sentimientos anidados en el interior de los personajes que se erigen como conductores del sector religioso, es decir los fariseos, fervorosos cumplidores de la Ley y de los preceptos. Revela también el sentir de un cobrador de impuesto que asume su responsabilidad de estar actuando contra las cosas de DIOS, por lo que implora piedad. Y es que los fariseos ponían mucho empeño en cumplir la Ley de DIOS y multiplicaban los ayunos y las obras de misericordia. Desgraciadamente se atribuían a sí mismos el mérito de su vida tan ejemplar, y pensaban que sus buenas obras obligaban a DIOS a que los premiara. El publicano, en cambio, se reconoce pecador ante DIOS y ante los hombres, y no pide más que su perdón, ya que no tiene nada que esgrimir a su favor.

Al confrontarnos con el texto, vemos que JESÚS nos invita a reconocernos frágiles, limitados y pecadores, si queremos tener la única «justicia» o rectitud que vale a los ojos de DIOS, pues no se trata de adquirirla a fuerza de méritos y de prácticas religiosas, sino de recibirla de DIOS como un don que Él otorga a los que esperan de Él, el Perdón y la Sanación. Porque la Salvación es Gratuita, por lo que no la debemos entender como una compensación o un pago por lo que hacemos.

Y es que, lo que DIOS quiere para nosotros es tan grande que nuestras limitaciones humanas nunca nos van a permitir entrar en una total sintonía con Su Plan de Salvación. Y nunca podremos adquirirlo a costa de prácticas religiosas vacías, limosnas carentes de misericordia o actos de piedad para que nos vean. Sino más bien anonadándonos y haciéndonos partícipes de la “Civilización del AMOR”, donde todos nos consideremos hermanos con la misma dignidad e hijos de un PADRE MISERICORDIOSO que nos Da Su Gracia, para tener la opción de ser Salvados.    

De allí la necesidad de vernos retratados en la actitud del publicano pecador, que mantiene su distancia con el fariseo porque no quiere contaminarlo con su impureza. Es tal su conciencia de pecador, que ni siquiera se atreve a levantar la mirada ante DIOS, solo gime de manera adolorida: ¡oh DIOS ten compasión de mí, que soy un pecador! DIOS no deja pasar por alto esta actitud de arrepentimiento y de inmediato le concede el perdón. Esto es atestiguado por JESÚS: “bajó a su casa JUSTIFICADO” es decir SANTIFICADO.

Señor JESÚS, danos el suficiente discernimiento para entender que mientras más tratemos de justificarnos por nuestras obras y práctica religiosa, más nos alejamos de TI y cuando nos anonadamos y asumimos nuestra condición de pecadores, es cuando más cerca estamos de Ti. Amén.

Luis Perdomo

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