“En aquel tiempo, cuando terminó de enseñar al pueblo, Jesús entró en Cafarnaúm. Había allí un capitán que tenía un sirviente muy enfermo al que quería mucho, y que estaba a punto de morir. Habiendo oído hablar de Jesús, le envió algunos judíos importantes para rogarle que viniera y salvara a su siervo. Llegaron donde Jesús y le rogaron insistentemente, diciéndole: «Este hombre se merece que le hagas este favor, pues ama a nuestro pueblo y nos ha construido una sinagoga.» Jesús se puso en camino con ellos. No estaban ya lejos de la casa, cuando el capitán envió a unos amigos para que le dijeran: «Señor, no te molestes, pues ¿quién soy yo, para que entres bajo mi techo? Por eso ni siquiera me atreví a ir personalmente donde ti. Basta que tú digas una palabra y mi sirviente se sanará. Yo mismo, a pesar de que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y cuando le ordeno a uno: «Vete», va; y si le digo a otro: «Ven», viene; y si digo a mi sirviente: «Haz esto», lo hace.» Al oír estas palabras, Jesús quedó admirado, y volviéndose hacia la gente que lo seguía, dijo: «Les aseguro, que ni siquiera en Israel he hallado una fe tan grande.» Y cuando los enviados regresaron a casa, encontraron al sirviente totalmente restablecido”.
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana
La Iglesia universal celebra hoy la Fiesta, entre otros santos, en honor a San Juan Crisóstomo. Este Padre de la Iglesia fue famoso por sus discursos públicos y por su denuncia de los abusos de las autoridades imperiales y de la vida licenciosa del clero bizantino. En razón de su extraordinaria elocuencia que lo consagró como el máximo orador entre los Padres griegos, es considerado el patrono de los predicadores.
Y la liturgia diaria, nos presenta al Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas, capítulo 7, del verso 1 al verso 10. En el que se relata la curación a distancia por parte de JESÚS, del sirviente de un centurión romano, que había sabido ganarse el aprecio de los judíos de Cafarnaúm, al punto de haber dado un aporte para la construcción de la Sinagoga, tal como lo expresan el grupo de judíos que interceden por su petición ante JESÚS.
El centurión romano, se destaca por sus actos de piedad y sobre todo por su preocupación que muestra por los de su casa, en particular por los sirvientes. Ese hombre ciertamente era bueno, pero conocía demasiado bien los prejuicios de los judíos como para atreverse a presentar personalmente ante JESÚS del que todos hablaban. Y por eso le pide a JESÚS que no venga a su casa. Acto que causó mucha extrañeza, ya que, mientras otros exigían ser tocados por el Maestro porque tiene algún poder de curandero, éste, en cambio, ha comprendido que JESÚS tiene el mismo poder de DIOS y no es necesario que vaya hasta el enfermo.
Esta actitud es admirada por JESÚS, que ve en este hombre unas cualidades y sobre todo una Fe, que con frecuencia escaseaba dentro de sus paisanos judíos. Y por eso es que su acto de Fe, que fue tan grande y tan significativo, ha quedado plasmado para la posteridad, no solo en la Sagrada Escritura, sino que lo recordamos cada vez que celebramos nuestra Eucaristía, cuando respondemos: “Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una Palabra Tuya bastará para sanarme”
Al confrontarnos con el texto, vemos que el Poder de la Palabra de JESÚS y la Fe generosa del centurión romano hacen posible el Milagro a distancia de la sanación de un enfermo, Comunicando Su Sanación y Salvación no solo para el enfermo, sino también para el intercesor. Y es que la Fe no es una cuestión de rituales o de nomenclaturas religiosas, sino la de poner la vida al servicio de los demás sin importar los riesgos, los estatus y el que, dirán.
Por eso es que, como seguidores de JESÚS, tenemos que tener la capacidad de admirarnos y de reconocer las distintas manifestaciones de Fe tan maravillosa, en personas de fe que practican otras religiones o que, sin ser de ninguna religión, viven los valores del Reino de DIOS, de manera excepcional. Pero teniendo claro que nadie va al PADRE, sino es por el Hijo, es decir creyendo y configurándonos con JESÚS, es que podemos llegar al PADRE, y por eso tenemos que conocerlo, para poder tener una Fe no solo de prácticas rituales, sino también de servicio como la del centurión romano.
Señor JESÚS, Tú nos enseñas que la Fe no es una cuestión de rituales o de nomenclaturas religiosas, sino la de poner la vida al servicio de los demás en el desarrollo de la vida cotidiana. Ayúdanos a ser servidores diligentes que testimoniemos con nuestras obras nuestra fe en Ti. Amén.
Luis Perdomo
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