“En aquel tiempo, Jesús se dirigió a un pueblo llamado Naím, y con él iban sus discípulos y un buen número de personas. Cuando llegó a la puerta del pueblo, sacaban a enterrar a un muerto: era el hijo único de su madre, que era viuda, y mucha gente del pueblo la acompañaba. Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: «No llores.» Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron. Dijo Jesús entonces: «Joven, yo te lo mando, levántate.» El muerto se incorporó inmediatamente y se puso a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Un santo temor se apoderó de todos y alababan a Dios, diciendo: «Es un gran profeta el que nos ha llegado. Dios ha visitado a su pueblo”.
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana
La Iglesia católica, muchos grupos protestantes y ortodoxos celebran hoy la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, ya que este día es el aniversario de la consagración de la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén en el año 335. Pero en el calendario litúrgico propio de la Iglesia en Venezuela, la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz se celebra el 3 de mayo.
Y la liturgia del día nos presenta el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, según San Lucas capítulo 7, del verso 11 al verso 17. en el que se destaca el episodio de la resurrección del hijo de la viuda de Naím. La narración comienza describiendo el desarrollo de un día de la vida misionera de JESÚS, que con un gran gentío se dirige a la Ciudad de Naím, cercana a Nazaret, y aparece como en otras ocasiones una persona con una necesidad, esta vez es una viuda cuyo único hijo ha muerto. El Maestro siente compasión por ella. Las acciones que se desarrollan a continuación siguen el esquema clásico de las sanaciones: se acercó, tocó el féretro y mando al muchacho a levantarse, y “él se levantó y se puso a hablar”.
Muy oportuno es recordar que, viuda y sin hijo: para el pueblo de Israel, era el colmo de las desgracias. La madre representa a la humanidad que lleva su condición dolorosa. «Sufrirás por tus hijos», así se le dijo después del pecado de la desobediencia. Y que, por eso, la Ley de Israel, particularmente el libro del Deuteronomio estipula unos recursos y unos medios para socorrer a los desprotegidos sociales, pero en la práctica era todo lo contrario, ya que, casi nadie se quejaba de tal desacato social de esa importante parte de la Ley. Por eso es que entre todos los marginados sociales la viuda y los huérfanos llevaban la peor parte.
Y es esa la corrección social la que quiere enfrentar el prodigio que es narrado en el Evangelio de hoy, que representa esa profunda transformación humana que JESÚS opera en el interior de las injusticias sociales. Es esto lo que palpa el público asistente, en estos signos, donde hay una evidente opción de DIOS por los desprotegidos, de allí su reacción de admiración. También se ve claramente que JESÚS hace de la Misericordia una Ley, ya que la función de la misma en Israel, no era solo la de reprimir las malas conductas, sino la de promover la solidaridad, el servicio y la justicia.
Esa fue la lectura que le dieron a este gesto de JESÚS, las primeras comunidades cristianas, ya que casi todo su esfuerzo pastoral fue dirigido a hacerle frente a estas desviaciones sociales y tratar de solventar el estado de exclusión en que se encontraban la inmensa mayoría del pueblo.
Al confrontarnos con el texto, vemos que la situación de la viuda de Naím no es muy diferente a la de muchas mujeres del mundo y en especial a la trágica realidad que viven las mujeres en nuestra sociedad venezolana. Ya que muchas han tenido que criar a sus hijos solas y otras han perdido a sus hijos y esposos en situaciones de violencia. Por lo que nos hemos acostumbrado tanto a ver este drama, en la que todos de alguna manera la hemos experimentado, por lo que ya pareciera algo tan normal. Lo que nos lleva a decir que nuestra sociedad entierra llorando a sus jóvenes, pero lo hace, muchas veces, después de haberles quitado las razones de vivir, por no tener opciones de esparcimiento, de estudio, de trabajo o de formalizar una familia.
Por eso es que la confrontación con este texto debe de llevarnos a un compromiso de asumir como lo hizo JESÚS, una acción decidida en favor de los huérfanos, de las viudas y de los marginados de todo orden. Y sin miedo, participar en todas las áreas y estructuras de nuestra sociedad, para desde allí exigir con contundencia una mayor atención, por parte de las autoridades y de los ciudadanos, a este cáncer social que nos está matando a todos. Es sin duda un desafío que está inmerso en nuestro compromiso cristiano de amar a nuestros semejantes, pero que en este tiempo nos exige una mayor creatividad a la hora de ejecutarlo, porque siempre hay la forma de hacerlo.
Señor JESÚS, ayúdanos a entender que ser parte de una comunidad cristiana, no es solo para corregir las malas conductas de sus miembros, sino también para promover la solidaridad, el servicio y la justicia, en medio de los entornos donde nos desarrollamos. Amén
Luis Perdomo
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