Evangelio del Día. Mateo 7,1-5

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 «En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: No juzguen a los demás y no serán juzgados ustedes. Porque de la misma manera que ustedes juzguen, así serán juzgados, y la misma medida que ustedes usen para los demás, será usada para ustedes. ¿Qué pasa? Ves la pelusa en el ojo de tu hermano, ¿y no te das cuenta del tronco que hay en el tuyo?  Y dices a tu hermano: ¿Déjame sacarte esa pelusa del ojo, teniendo tú un tronco en el tuyo? Hipócrita, saca primero el tronco que tienes en tu ojo y así verás mejor para sacar la pelusa del ojo de tu hermano».

  Reflexión hecha por Luis Perdomo Animador Bíblico de la Diócesis de Ciudad Guayana. Venezuela.

 La Iglesia universal celebra hoy la fiesta, entre otros santos, en honor a San Silverio Papa y Mártir. Desde el exilio, San Silverio escribiría: «Me alimento con el pan de la tribulación y el agua de la angustia, pero jamás he renunciado, y tampoco ahora renuncio a mi cargo». San Silverio nos enseña el valor de la perseverancia en la fe en épocas de turbulencias políticas.

  Y la liturgia del día nos presenta el Evangelio de Nuestro Señor JESUCRISTO, según San Mateo capítulo 7, del verso 1 al verso 5. En el que nuestro Señor JESUCRISTO, expone a sus discípulos una norma existencial para la vida del cristiano y que desde la constitución de las primeras comunidades hasta nuestros días ha sido un mandato bien difícil de observar: no juzgar, es decir no hacernos jueces de nuestro prójimo.

 Ya que como seres humanos es natural sentir repulsión por los defectos y pecado de los demás y nos presentamos como expertos en descubrir actitudes, acciones y palabras que no concuerdan con lo que consideramos bueno y justo. Somos rigurosos e inflexibles ante los demás, pero muy pocas veces usamos esa misma inflexibilidad con nuestros procederes. A menudo juzgamos y condenamos a otros con el solo fin de presentarnos como buenos a nosotros mismos. Por eso es que JESÚS nos estremece con Sus Palabras y nos aclara que, cuando negamos a otros la misericordia, nos alejamos de la cercanía de DIOS y somos nosotros los que perdemos la Misericordia de DIOS.

 Al confrontarnos con el texto y ver que el desarrollo de los diversos ambientes en los que nos desenvolvemos, ya sea en la familia, en el trabajo, en los partidos políticos, en las cámaras de comercio, en los colegios profesionales y hasta en grupos pastorales de las distintas iglesias, nos reunimos para hablar mal de los demás y alardear de la supuesta mejor conducta de sus miembros. Unos pocos se sentarán en el banquillo de los acusados, pero la mayoría de sus miembros optará por sentarse en el lugar del juez, del fiscal o del jurado. Es como si quisiéramos hacer el examen de conciencia de los demás y no el nuestro, que es del que, en realidad, somos responsables.

  Un comportamiento que es expresión de hipocresía y no corresponde a la enseñanza del Evangelio, que nos pide no menospreciar, sino acoger a nuestros hermanos. Ya que el Evangelio nos llama a adentrarnos en la lógica del AMOR cristiano, solidario y universal. En esta lógica el otro nunca será inculpado de desconocido o sometido a inexplicables juicios, sino que será valorado como persona en sus posibilidades y límites, es decir en su capacidad de discernir y actuar con libertad.

 Por eso es que JESÚS nos pide hoy y siempre, que nos preocupemos más de nuestra propia conversión y menos de las de los demás, pues eso es obra de DIOS, ya que los otros los ayudaremos en su conversión, no tanto con nuestras palabras y críticas, sino de acuerdo a cómo los tratemos a ellos y a como aceptemos el Mensaje de Amor de JESÚS y hacerlo realidad en nuestra relación comunitaria. De allí que, hoy sea el día para preguntarnos: ¿Hacemos con frecuencia un examen sincero de nuestra conciencia? ¿Estamos dispuestos a reconocer y a corregir nuestros errores?

 Señor JESÚS, perdona nuestras soberbias y concédenos un corazón humilde y abierto para reconocer nuestros errores y estar dispuestos a caminar en una auténtica y continua conversión, aceptando los errores y las equivocaciones de nuestros hermanos, tal como Tú aceptas las nuestras. Amén.

Luis Perdomo

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