Cuando hace nueve años Jonas Poher Rasmussen logró convencer a su amigo Amin (nombre ficticio) para llevar su historia al cine, no se podía imaginar que la película resultante, Flee, estaría nominada a tres Oscar tras haber deslumbrado en festivales de todo el mundo.
«Es una locura porque es algo que surgió de una conversación con un amigo mío hace más de 8 ó 9 años. Y al principio pensamos que podría ser un pequeño documental animado corto y luego fue creciendo (…) Y estar aquí con tres nominaciones al Oscar… no lo vimos venir, es realmente increíble», explica Rasmussen en una entrevista virtual desde Dinamarca.
Las nominaciones al Oscar en las categorías de Mejor Película Internacional, Mejor Documental y Mejor Cinta de Animación se unen al galardón del prestigio Festival de Animación de Annecy (Francia), a los dos Premios del Cine Europeo Mejor Documental y Mejor Filme de Animación- y a otra cuarentena más de reconocimientos.
Todo por llevar al cine la historia de su amigo Amin, que llegó a su ciudad con apenas 15 años, solo y creyendo que estaba en Suecia. Había salido con su madre y su hermano de Afganistán para recalar durante unos horribles años en Moscú, antes de poder viajar pagando a una organización ilegal para viajar a tierras suecas.
«Siempre tuve curiosidad por su historia, por supuesto, desde que llegó, por saber cómo y por qué vino, pero él no quería hablar de eso y, por supuesto, lo respeté», recuerda el realizador.
Llegó hace 25 años a Dinamarca y hace 15 Rasmussen se planteó hacer un documental para la radio en la que trabajaba, pero Amin dijo que no. «Me dijo que sabía que tendría que compartir su historia en algún momento y que cuando estuviera listo para hacerlo, le gustaría compartirla conmigo».
La historia de Amin siempre estuvo en su cabeza y hace unos diez años participó en un taller de documentación y animación. Y cuando le pidieron una idea para realizar, pensó inmediatamente en su amigo.
Fue justamente el hecho de que fuera en animación lo que convenció a Amin para contar su tremenda experiencia porque así podía seguir siendo anónimo y nadie le reconocería por la calle ni le preguntaría por sus traumas.
Flee cuenta con un espectacular realismo ese viaje de Amin, el miedo de su salida de Afganistán, el terror que le producía la policía rusa, los dos intentos para abandonar Moscú -el primero con su familia y el segundo solo- y la llegada a una ciudad desconocida y con un idioma imposible de entender.
Para contar la historia, Rasmussen buscó un estilo de animación que apoyara el testimonio y que no se convirtiera en protagonista. Ha sido su primera película animada y estaba obsesionado por ser «lo más realista posible».
Quería que en el filme se viera el Afganistán de los años ochenta, el Moscú de los noventa y la Dinamarca actual. Y no olvidarse de que se reflejara la expresividad de Amin.
Para tenerlo todo decidió combinar escenas más coloristas con otras monocromáticas, que utilizó para los momentos más emotivos y más surrealistas. Una labor casi artesana que le ha hecho darse cuenta de que con la animación se puede contar cualquier cosa y abordar cualquier tema, incluso uno tan complejo como el de la migración.
Hacer esta película hizo que Rasmussen cambiara su perspectiva sobre el problema de la migración. «Comenzamos a hacerla en 2013, en 2015 fue la crisis de los refugiados y, de repente, vimos a los refugiados por toda Europa».
Se dio cuenta de que ser refugiado no es una identidad, sino una circunstancia de la vida. Amin no es solo un refugiado, es un académico, es gay, en un amante de los gatos.. enumera el realizador, que para preparar la película entrevistó unas 20 veces a su amigo en el plazo de cuatro ó cinco años, profundizando poco a poco.
«Hubo momentos de bloqueo», fue un proceso lento que contaba con el acuerdo previo de parar y abandonar el proyecto si su amigo no se sentía bien. Una experiencia casi de psicoanálisis que a Amin le permitió «desahogarse porque había estado cargando esta historia durante muchos años».
Pero consiguió contarla y Rasmussen convertirla en una película sutil, sensible y nada sensiblera, que examina con precisión los hechos y los sentimientos pero que nunca cae en la lágrima fácil.
A pesar de la pandemia, el director danés pudo viajar a presentarla a diversos festivales, donde habló con espectadores que habían vivido experiencias similares, tanto desde el punto de vista de la migración como de la búsqueda de un lugar en el mundo donde poder ser plenamente quien se quiera ser.
«Creo que la mayoría de las personas en algún momento de su vida buscan ese lugar donde puedan ser honestos, quiénes son y algunas personas lo encuentran y otras no. Por eso creo que esta es una historia muy universal».
Y una historia con la que ha tratado de poner «un rostro humano a los refugiados». «Necesitamos tratarlos como tales y ver que todas esas personas en nuestras fronteras son seres humanos como el resto de nosotros».
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