José Manuel Bartolozzi

Aferrado a su fe, agradecido por cada amanecer y con unas inmensas ganas de vivir. Así se describe José Manuel Bartolozzi, un hombre que, a sus 37 años de edad, decidió convertir la página más oscura de su vida en un libro que acompaña, inspira y abraza: «La Vida que quedó».

Bartolozzi no es un escritor profesional ni un personaje de ficción. Su libro no responde a la fórmula de la literatura de autoayuda ni busca impactar con datos técnicos. Es un testimonio vivo.

En él cuenta su historia —la real, la íntima, la desgarradora— sobre cómo sobrevivió a un episodio que marcó para siempre su existencia y cómo aprendió, con el tiempo, a convivir con el dolor sin dejar de mirar hacia adelante.

Hace 15 años, Bartolozzi salió de vacaciones con su familia y terminó sobreviviendo al accidente que lo dejó sin su madre, su abuela, su hermana, su hermanito de apenas dos años y un primo adolescente.

José Manuel es sobreviviente del vuelo 2350 que cubría la ruta Porlamar–Puerto Ordaz, y que se precipitó a tierra un lunes 13 de septiembre de 2010, a tan solo 10 millas de la pista del aeropuerto Manuel Carlos Piar, en Ciudad Guayana, dejando un saldo de 17 fallecidos y 34 sobrevivientes.

«Esto no es una historia inventada, ni un personaje armado», dijo. «Es mi vida, mis recuerdos, mis preguntas y mis días grises. Escribí este libro para contar cómo lo viví, cómo lo afronté, cómo sané. Es una historia muy oscura, sí, pero también hay mucho amor».

Del duelo a la escritura

Tras perder a su madre, su abuela, su hermana, su hermano y su primo en un mismo instante, José Manuel Bartolozzi atravesó una década de reconstrucción interna. Durante años convivió con sentimientos de culpa y preguntas sin respuesta.

«Eran como una cárcel», confesó. «Preguntas de por qué yo quedé vivo, por qué ellos no. Hasta que un día decidí no quedarme más en ese lugar».

Ese momento —ese «despertar» como él lo llama— fue el inicio de su camino hacia la sanación. No fue un proceso fácil. Entre terapias, noches de pesadillas y días de ansiedad, Bartolozzi entendió que el dolor no se supera, sino que se aprende a vivir con él.

«Antes me negaba a sentirlo. Hoy, cuando viene un día gris, lo abrazo y me tengo paciencia. Sé que es parte del proceso», cuenta.

Es de esa transformación, y no del accidente en sí, de lo que trata ‘La vida que quedó’. El libro comienza narrando su infancia, los pilares de amor y valores familiares que marcaron sus primeros años, y poco a poco conduce al lector a los episodios que pusieron a prueba la fortaleza de ese árbol.

«Fue muy duro escribirlo», admite. «Sufrí, lloré, recordé cosas que había bloqueado. Pero entendí que debía hacerlo».

La decisión final la tomó, dice, tras soñar con su madre: «Ella me dijo ‘tienes que hacerlo’. Quise interpretarlo como el ‘play’ para empezar».

Una obra que acompaña

Más allá de la tragedia personal, ‘La vida que quedó’ tiene un propósito social. Bartolozzi lo concibe como un refugio para quienes atraviesan duelos, pérdidas y dolores profundos.

«No es una herramienta profesional», aclara. «Es mi historia. Pero puede servir de compañía, como un abrazo. Quiero que quienes lean mi libro sepan que después de los días más oscuros siempre habrá luz».

Desde su publicación, la respuesta del público ha sido, en sus palabras, «maravillosa».

No en términos materiales, sino en empatía. Personas que han leído el libro se le acercan para contarle sus propias historias. «Ahí es cuando me doy cuenta de que valió la pena», afirma.

Fe, gratitud y propósito

En sus páginas, Bartolozzi también hace un espacio para hablar de su fe. No se trata, insiste, de religión, sino de una relación íntima y constante con Dios que ya existía antes de su tragedia y que hoy sigue siendo su sostén. «Yo no necesité pasar por una tragedia para buscar de Dios», dice. «Siempre estuve cerca de Él. Ojalá la gente entendiera que con Él lo tenemos todo».

Para Bartolozzi, escribir ‘La Vida que quedó’ no solo fue un ejercicio de memoria, sino de agradecimiento.

«Después de tanta lágrima y tanto sufrimiento, la vida que me quedó es una vida de gratitud. Agradezco por lo más mínimo. Valoro las cosas del día a día que antes no veía. Pudieran pensar que mi vida terminó, pero no: todos esos pedazos se unieron y formaron al José Manuel de hoy, más feliz que nunca».

Un testimonio de esperanza

En tiempos de crisis, dolor social y pérdidas colectivas, la historia de José Manuel Bartolozzi resuena como un recordatorio poderoso: incluso en medio de la oscuridad, hay motivos para seguir.

‘La Vida que quedó’ no ofrece fórmulas mágicas, sino una experiencia real de resiliencia.

«Yo sigo queriendo estar vivo, haciendo cosas», afirma. «La única manera de honrar a los míos es seguir viviendo. Tengo días grises, sí, pero sigo agradecido. Este libro es mi manera de abrazar y acompañar a otros en su propio proceso».

La vida que quedó no es solo una historia de supervivencia. Es una historia de reconstrucción, de aceptación, de agradecimiento. Es el testimonio de alguien que vivió una de las tragedias más duras que se puedan imaginar y, aun así, eligió vivir.

Y esa decisión —tan simple y tan poderosa— es el verdadero corazón de este libro.

«Muchas personas dijeron que ojalá no me diera por quitarme la vida. La gente no se imagina cuánto me dolía escuchar eso. Jamás pasó por mi mente. Eso me fortaleció. La honra y la gloria es para Dios».

Si estás atravesando un duelo, una pérdida o una etapa oscura, La vida que quedó es más que un libro. Es un abrazo, un espejo y una luz. Porque, como bien dice su autor, después de los días más grises, todavía hay razones para vivir.

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