Río de Janeiro/Lima, Brasil/Perú. Desde las profundidades húmedas de los bosques tropicales, el místico y silencioso jaguar, el felino más grande de América, resiste pese a las adversidades de los incendios, la deforestación y la caza furtiva.
Este domingo 29 se conmemora el Día Internacional del Jaguar, una fecha en la que las organizaciones medioambientales prenden las alarmas, preocupadas por la disminución de la población de este felino en el continente y especialmente en Brasil, donde se concentra el 54 % de los jaguares en Suramérica.
La salud de este imponente y sigiloso felino, conocido también como jaguareté u otorongo en la región, está indisolublemente unida a la de un hábitat como el amazónico y son los mismos daños que amenazan al este pulmón del mundo los que ponen en riesgo su permanencia, empezando por el fuego.
ARDE LA SELVA
«Se estima que los recientes incendios que azotaron el Pantanal y a la Amazonía (brasileñas) desde comienzos del año mataron, hirieron o desplazaron a cientos de jaguares», indicó a Efe Marcelo Oliveira, analista de conservación del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés) en Brasil.
De acuerdo con el investigador, solo en la región amazónica, unos 1.000 felinos de esta especie han sido afectados en los dos últimos años por el aumento de la deforestación.
Entre enero y octubre de este año fueron identificados más de 93.000 focos de incendio en la mayor selva tropical del planeta y, en el Pantanal, se estima que una superficie de 4,2 millones de hectáreas fue consumida por las llamas (el 28 % del bioma).
Según Oliveira, los incendios rompen el equilibrio de los bosques porque afectan la vegetación nativa, que a su vez impacta a los mamíferos más pequeños, que son fuente de vida de la «onça pintada», como se conoce al felino en Brasil.
Aunque parte de los incendios son causados por la sequía que empieza con fuerza en Brasil a partir de mayo, también son promovidos por manos criminales, especialmente hacendados que fomentan la deforestación para roturarlas o convertirlas en pastizales para la ganadería.
BANDERA CONTRA EL COMERCIO ILEGAL
Más allá de los fuegos y la destrucción de los bosques tropicales, el jaguar en Suramérica también es abatido por la caza furtiva, asociada tanto al conflicto de convivencia con poblaciones humanas como a la comercialización de sus partes, especialmente su piel y sus colmillos, que van al mercado asiático, donde se le atribuyen propiedades afrodisíacas.
Investigaciones señalan que parte del sistema óseo de los jaguares es utilizado para la elaboración de medicinas tradicionales.
Según explicó a Efe Ricardo Bulhosa, presidente de la organización no gubernamental Pro-carnívoros, como el tigre está más controlado y más fiscalizado, ahora se está utilizando material otros grandes felinos, como los jaguares, para la elaboración de este tipo de medicina.
No por casualidad, este felino es la bandera simbólica de la lucha contra el comercio ilegal de la vida silvestre.
BAILE DE CIFRAS
Pese a no estar en vías de extinción, el jaguar está considerado una «especie casi amenazada» por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN).
Los expertos estiman que, en el último siglo, este carnívoro ha perdido aproximadamente el 50% de su rango de distribución, pero existe mucha variación en los datos poblacionales reportados hasta ahora, pues apenas hay registros en libertad del felino.
El número total de individuos, de acuerdo con WWF, oscilaría entre los 64.000 y los 170.000 en la vida silvestre, siendo Brasil el principal centro de conservación.
Según la ONG Pro-carnívoros, allí viven unos 87.000 jaguares, aunque los datos oficiales hablan de unos 55.000, de los cuales cerca de 40.000 viven en la selva amazónica, 13.450 en el Pantanal, 1.000 en el Cerrado, 250 en la Caatinga y 300 en la Mata (bosque) Atlántica.
Luego de Brasil, Perú alberga la segunda mayor población de jaguares.
En tierras peruanas, el tamaño del otorongo, el nombre favorito del animal en el país, oscila entre los 40 y los 90 kilos, un rango sustancialmente inferior a las especies que habitan en Brasil, que pueden alcanzar los 150 kilos.
Así lo detalló a Efe el investigador en ecología animal Alfonso Zúñiga, quien explicó que este fenómeno se debe a las características propias del territorio. «Nuestra amazonía (la peruana) es cerrada, densa, y por tanto necesitan ser animales más pequeños para poder moverse por el terreno», dijo.
«AMBIGUO» EN CULTURAS INDÍGENAS
Este gran depredador fue dotado de capacidades protectoras y considerado un símbolo de poder en los contextos mesoamericanos de la antigüedad, de los que se conservan representaciones en forma de vasijas de cerámica, por ejemplo.
«En los Andes, en específico, el pueblo Mochica consideraba al felino como símbolo de poder» y la «cultura Chavín, por su parte, consideraba también al felino como un animal sagrado», aseveró Fabiola La Rosa, oficial de Vida Silvestre de WWF.
A día de hoy, sin embargo, «no hay ninguna idea autóctona en los pueblos indígenas de defender, proteger o dar ofrendas al animal», apuntó en una entrevista con Efe Juan Javier Rivera, doctor en Antropología por la Pontificia Universidad Católica de Perú.
Pero, como sucede con el puma (puma concolor) en los pueblos de las tierras altas peruanas, el jaguar continúa teniendo un «carácter bastante ambiguo» en las culturas amazónicas.
De acuerdo con Rivera, estos felinos son «temidos» por los pueblos indígenas pero, al mismo tiempo, su «estatus ontológico es continuo con el de los hombres», pues «la distinción entre hombre y animal no es tan clara en el mundo amerindio».
«Los jaguares o los pumas, desde la perspectiva de las comunidades indígenas, no son un cuerpo ontológicamente estable», insistió el doctor.
De hecho, añadió, existe «una especie de fluidez» que permite que «un hombre, si conoce las técnicas apropiadas, se pueda volver un jaguar» y, a la vez, cuando «uno se encuentra al felino nunca puede estar seguro de si es un animal o un hombre transformado».
EFE noticias
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