Todo el personal, eclesiástico o laico, desde los ceremonieros a los ascensoristas, que estarán vinculados en la organización del cónclave para elegir al nuevo papa, prestarán este lunes juramento para guardar absoluto secreto de todo lo que ocurra. Todas las personas que participarán en el cónclave a partir del día 7, aprobadas por el cardenal camarlengo y los tres cardenales asistentes, de acuerdo con la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, deberán prestar y firmar el juramento a las 17.00 horas (15.00 GMT) en la Capilla Paulina.EFE/Estado Vaticano/Simone Risoluti ***SOLO USO EDITORIAL/SOLO DISPONIBLE PARA ILUSTRAR LA NOTICIA QUE ACOMPAÑA (CRÉDITO OBLIGATORIO)***

El Vaticano busca al sucesor de Francisco y una de las incógnitas, además de la identidad del elegido, es el nombre que adoptará el futuro papa, una antiquísima tradición que suele servir como primera declaración de intenciones.

¿Será Francisco II? ¿Benedicto XVII? ¿Otro de los muchos Gregorio, Inocencio o León que se sucedieron a lo largo de la historia? Esto nadie lo sabe, pero especular o hasta apostar por eventuales nombres se ha convertido en una práctica habitual en estos días romanos.

Un total de 133 cardenales se encerrarán mañana en la Capilla Sixtina para elegir en un cónclave al sucesor del papa Francisco y el resultado no se conocerá hasta que el elegido se asome al balcón de la basílica de San Pedro para presentarse al mundo.

‘Sibi nomen imposuit’

La primera misión del designado será elegir un nombre papal y, para ello, aun dentro de una Sixtina entre aplausos, otro cardenal le preguntará si acepta el nombramiento y cómo desea ser llamado.

Después, desde el balcón de la basílica de San Pedro, se desvelará la identidad del nuevo pontífice con la fórmula en latín ‘Habemus papam’ y, tras anunciar su nombre de pila, revelará el pontificio: ‘Qui sibi nomen imposuit’ (que ha decidido llamarse)…

La tradición de que los papas cambien sus nombres al comienzo de sus ‘reinados’ surge en los albores mismos del cristianismo. El propio Jesús de Nazaret rebautizó a Simón como Pedro, el fundador de su iglesia y, por lo tanto, primero entre los pontífices venideros.

No obstante, el origen de esta costumbre es mucho menos bíblica y bastante posterior en el tiempo, ya que en los primeros siglos de la iglesia los obispos de Roma usaron generalmente sus propios nombres, acompañado a menudo con sus lugares de origen.

La usanza cambió en el año 533, en las ruinas del Imperio Romano, cuando el elegido, Mercurio di Proietto, decidió llamarse Juan II para no llevar la denominación de un dios pagano.

Su pontificado duró dos años, hasta el 535, pero a partir de ese momento muchos de sus sucesores decidieron imitarle cambiando sus nombres de pila por el de apóstoles, mártires y otros jerarcas del cristianismo.

Toda una declaración

Con el paso del tiempo, esta práctica de la elección del nombre ha significado en muchas ocasiones toda una declaración de intenciones.

El argentino Jorge Mario Bergoglio sorprendió al estrenar en 2013 el nombre de Francisco en honor al santo de Asís. Después explicaría que fue el cardenal brasileño Claudio Hummes quien se lo sugirió al poco de ser elegido en el cónclave: «No te olvides de los pobres».

Juan Pablo I (1978), fue el primero en unir dos nombres, recogiendo la herencia de sus dos influyentes predecesores, Juan XXIII (1958-1963) y Pablo VI (1963-1978), encargados de inaugurar y clausurar el revolucionario Concilio Vaticano II (1962-1965).

Y tras el fugaz reinado del ‘papa de septiembre’, pues gobernó solo durante 33 días, llegó el largo pontificado de Juan Pablo II.

Juanes, Gregorios, Leones…

Hasta la fecha, el nombre preferido por los pontífices de la historia: Juan, el ‘discípulo a quien Jesús amaba’: se repite en 21 ocasiones.

Le siguen, con 16, los Gregorios, el último el benedictino italiano Bartolomeo Alberto (1831-1846), y los Benedictos, como el alemán Joseph Ratzinger (2005-2013).

En una ocasión, Benedicto XVI justificó su decisión para seguir los pasos del «venerado» Benedicto XV, «que guio la iglesia en un doloroso periodo por la I Guerra Mundial» y para honrar a Benedicto de Norcia, patrón de Europa y Occidente.

Asimismo, los Clemente se han repetido en catorce ocasiones, los Inocencio y León en trece, los Pío en doce y, después, destacan los papas Stefano (9), Bonifacio (8) u Urbano (8).

¿Se sumará el futuro papa a esta lista o añadirá un nombre nuevo a la inmensa lista de pontífices de la historia? La respuesta solo se conocerá tras la ‘fumata’ blanca que anuncie el acuerdo, aunque puede que algunos de los cardenales llamados a votar y susceptibles de que los eligen ya tengan alguna idea en sus propias mentes.

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