El presidente de EE.UU., Donald Trump, junto a la primera dama, Melania Trump, habla brevemente con la prensa en la Casa Blanca, en una fotografía de archivo. EFE/JIM LO SCALZO

La guerra arancelaria desencadenada por Donald Trump ha supuesto uno de los momentos más disruptivos de los primeros 100 días de su segundo mandato, con un impacto global de una magnitud histórica y que podría haber sido mayor de no haber sido contenida por el pánico en los mercados.

El 2 de abril, bautizado como el ‘Día de Liberación’ (igual que lo fueron las jornadas de su victoria electoral y su toma de posesión), Trump se presentaba con un enorme cartón con una tabla de países y aranceles aplicados a decenas de países y territorios. Menos de una semana después, la realidad del caos provocado le obligaba a contener su instinto y deseo de represaliar con tarifas a todo aquel que, en su opinión, se aprovecha de los EE. UU.

Trump adora los aranceles, la «principal herramienta de la política económica» de su administración, explica a EFE Alan Deardoff, profesor emérito de política pública y economía de la Universidad de Michigan. Sin embargo, se ha visto frenado por las reacciones de las bolsas, el mercado de bonos del Tesoro y el rechazo de grandes empresarios.

Su órdago duró menos de una semana, lo que tardó la Casa Blanca en imponer una pausa de 90 días en la aplicación de la mayor parte de los aranceles que había anunciado. Solo quedan efectivos los del 25 % al acero y aluminio; del 10 % a las importaciones de casi todos sus socios; y los del 145 % aplicados a los productos chinos.

La justificación de la decisión para recular: «hay que tener flexibilidad».

Los volantazos –y posterior frenazo– de la administración Trump con los aranceles tiene un denominador común: el miedo. A pesar de que Trump lo haya negado y dijera hace unos días, en una entrevista a la revista Time, que «no estaba preocupado» ante el descalabro de las bolsas, todos los expertos coinciden en que la descapitalización de los mercados y el impacto en la deuda pública obligaron a la Casa Blanca a pulsar el botón de pausa.

El punto clave fue la subida de los rendimientos de la deuda pública, que –como confesó el director del Consejo Económico Nacional, Kevin Hasset– provocó que hubiera «algo más de urgencia» a la hora de pausar aranceles, un freno que la administración Trump se empeña a decir que «iba a suceder de todas formas», justificándose en la estrategia transaccional del presidente para conseguir presionar a sus socios para sentarse a negociar.

La pausa estará vigente «hasta que tengamos las cifras que quiero tener», dijo Trump a Time, para después añadir que se ha reunido «con muchos países», si bien no dijo cuantos ni cuales.

El caos de los vaivenes arancelarios, la duda propia de la incertidumbre de la acción presidencial y las sacudidas en las bolsas está frenando la economía estadounidense y las previsiones mundiales.

«Estamos entrando en una nueva era a medida que se reinicia el sistema económico mundial que ha funcionado durante los últimos 80 años», declaró el economista jefe del FMI, Pierre-Olivier Gourinchas, en las reuniones de primavera de un organismo económico que redujo de golpe medio punto el crecimiento mundial por la guerra comercial global.

Enfrentamiento con China «insostenible»

El principal foco de la política arancelaria siempre iba a ser y fue China. La efervescencia e imprevisibilidad de Trump vivió unas jornadas en las que aparecían por sorpresa aumentos de los aranceles a los productos chinos, hasta alcanzar una tasa del 145 % sobre la mayoría de bienes del país asiático.

Pekín criticó la medida pero respondió con sus represalias arancelarias –con tasas a los productos estadounidenses del 125 %–, y el órdago de Trump ha perdido fuelle, en un pulso para el que ya ha tendido la mano a la negociación y hay visos de intento de desescalada.

El punto de inflexión público que marcó el cambio de registro en el choque con China fue la confesión en un evento privado de Scott Bessent, secretario del Tesoro, de que la guerra comercial, en los términos actuales, es «insostenible» y, por tanto, habría que dar marcha atrás de algún modo.

Poco después, a raíz de las palabras de su representante económico, declaraba que los aranceles a los productos de China iban a bajar «sustancialmente, pero no serán cero», y prometía que ya están en negociaciones para llegar a un acuerdo.

Pekín salió rápidamente al paso, consciente que los pasos en falso de Trump y la obligada contención de sus aranceles le coloca en una posición de firmeza. «No estamos en consultas ni negociaciones. Los EE. UU. deben para de crear confusión», dijo el ministerio de Asuntos Exteriores chino en X.

El uso de los aranceles no tiene tampoco gran apoyo en el ámbito doméstico. Una encuesta reciente del Pew Research Center apuntaba que el 59 % de los estadounidenses rechaza los incrementos arancelarios de la administración Trump; un 15 % menciona los aranceles, y la política comercial en general, como una de las acciones que menos gustan del segundo mandato del republicano.

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