
En la Zona Industrial de Matanzas, Puerto Ordaz, Ciudad Guayana, la calle Pardillo se ha convertido en un desafío diario para conductores y empresarios.
Esta vía clave, que conecta con gigantes como Alcasa, UD 321, Timaca, CVG Carbonorca, Hierro Beco y Transporte Nacional de Pdvsa, luce como un campo de batalla; huecos «kilométricos» que parecen cráteres, tuberías rotas con fugas de agua y un lodazal implacable cuando llueve.
El tráfico constante de vehículos pesados ha acelerado el colapso de esta arterial, abandonada sin asfaltado por años.
A pocos metros del distribuidor de Alcasa, el Hotel The Rock Inn recibe turistas que deben sortear el caos vial, mientras dos grandes empresas sobreviven a duras penas y otras cerraron por falta de capital y la crisis nacional que agrava el deterioro.
La oscuridad nocturna transforma la calle en «boca de lobo», sin iluminación adecuada. Empresarios y transportistas han denunciado repetidamente el problema a gobiernos local y regional, exigiendo asfaltado urgente, pero las respuestas brillan por su ausencia pese al impacto en la productividad industrial.
El paso lento por montones de escombros y pozos gigantes genera daños millonarios en vehículos y frena operaciones esenciales. Mientras la zona clama por intervención, Matanzas espera que las autoridades prioricen esta ruta vital antes de que el abandono totalice más cierres y pérdidas.
Autoridades gubernamentales conocen del problema
La realidad de la zona industrial de Matanzas sigue siendo un reflejo de abandono y silencios oficiales. Pese a que el Gobierno nacional, la alcaldía de Caroní y la Gobernación de Bolívar conocen la precariedad que allí persiste, las respuestas todavía no llegan para quienes habitan ese territorio olvidado.
Alonso llegó hace cinco años desde el estado Sucre, buscando mejores condiciones de vida. Se instaló en una habitación del antiguo Hotel La Luna, que permanece desocupado y deteriorado. Allí, junto a su esposa y dos hijos, comparte techo con otras 15 familias que han rescatado sensiblemente los espacios para hacerlos habitables.
“Migré del estado Sucre al estado Bolívar buscando calidad de vida. La situación es un poco mejor, no como uno quisiera, pero sí hemos podido sobrevivir la escasez”, relata Alonso con resignación.
En medio de la adversidad, dice que no les falta ninguno de los servicios básicos: luz eléctrica y agua por tuberías. Sin embargo, el agua no es apta para el consumo humano y deben salir diariamente hacia la congeladora, al otro lado, para traer agua potable y asegurar la salud de sus familias.
Así, en el silencioso abandono, más que desesperanza, lo que aflora es la lucha cotidiana por sobrevivir en un lugar que poco parece importar a las autoridades.
Empresas en ruinas
Un lugareño resguarda desde hace más de ocho años una empresa abandonada, mientras sus dueños transitan entre el país y el exterior. “Ellos van y vienen, siempre están pendientes de su empresa. He sido testigo de cómo muchos galpones han sido desmantelados”, confiesa con voz cargada de preocupación, en un sector donde el deterioro se ha convertido en norma.
Grandes compañías metalmecánicas, metalúrgicas y de construcción han sucumbido al desmantelamiento sistemático, ejecutado por grupos organizados que irrumpen de noche con equipos de oxicorte y camiones de carga.
Estas bandas extraen estructuras metálicas para venderlas como chatarra en recuperadoras, dejando tras de sí ruinas que alguna vez simbolizaron el auge industrial de Ciudad Guayana.
El vigilante clama por presencia policial constante, alertando que después de las diez de la noche los delincuentes inician su labor destructiva en galpones desprotegidos.
En un área donde apenas el 10% de las pymes sobrevive a la quiebra de las empresas básicas, la impunidad agrava el abandono que ya denuncian familias como la de Alonso en el Hotel La Luna.
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