Doha, Catar. En la luminosa Doha, donde las luces desafían a la noche, el rojo y el verde han tomado fuerza. Un edificio emblemático de la capital catarí proyecta una bandera marroquí sobre su fachada, la misma que cuelga de algunos balcones en zonas residenciales.

La camiseta roja del equipo africano es la que más se ve en las calles en vísperas de una jornada histórica: Marruecos se enfrenta este miércoles a Francia por un puesto en la final del Mundial. Lo hará en medio del desierto, en el estadio Al Bayt que simula una jaima beduina y que gritará masivamente en favor del equipo árabe.

«Todos vamos con Marruecos, son hermanos», asegura Sarah, tunecina que trabaja en el país y que resume bien el sentimiento generalizado.

En el crisol de nacionalidades que es este pequeño emirato de 3 millones de habitantes, de trabajadores de muchos países que han acudido al calor de los «gaseodólares» que emergen de su privilegiado subsuelo, Marruecos se ha convertido en un símbolo.

«Si ellos pueden hacerlo, nosotros también», señala Muhamad, keniano de nacimiento que trabaja de guardia de seguridad durante el Mundial.

El seleccionador de Marruecos, Walid Regragui, recoge el guante. «Somos el equipo de muchos países pequeños, en vías de desarrollo. Somos su esperanza», asegura.

Los «Leones del Atlas» llevarán sobre sus espaldas muchos estandartes. El primero el de Marruecos y las más de 20.000 gargantas que gritarán a su favor.

«Sabemos que será un ambiente hostil», reconoce el capitán de los franceses, Hugo Lloris. «Son muy ruidosos, para eso nos preparamos», agrega el seleccionador, Didier Deschamps.

Pero no por sabida la intimidación dejará de jugar su papel. «Son la mejor afición del mundo. No tienen nada que envidiar a la de Argentina o la de Brasil, también se dejan fortunas para venir a apoyarnos», señala Regragui.

VUELOS PROGRAMADOS

Unos 30 vuelos están programados para transportar a aficionados marroquíes hasta el emirato pérsico. No estarán solos. Muchos otros africanos, árabes y de otros países que sienten el orgullo del pequeño les respaldarán.

En el zoco de la capital la camiseta marroquí se agota. «Antes pedían más la de argentina o la de Brasil. Ahora la de Marruecos», asegura un comerciante.

El seleccionador echa leña: «A algunos les molesta que un pequeño país árabe afronte a los todopoderosos europeos. Pero hemos venido para quedarnos».

La pasión por el país magrebí ha impregnado todas las esferas de Catar. Parte de la familia del emir no duda en enfundarse los colores rojo y verde en los palcos de los estadios.

Los cataríes no parecían entusiasmados con el Mundial. En el descanso del partido inaugural incluso dejaron las gradas medio vacías cuando su equipo se desplomó ante Ecuador.

Pero con Marruecos han encontrado un nuevo brío. Si no los cataríes, sí los miles de trabajadores que pueblan el país.

El duelo puede tener también una dimensión política. El presidente francés, Emmnauel Macron, muy frío hasta ahora con el Mundial para no molestar a los defensores de los derechos humanos críticos con el emirato, anuncia su presencia en las semifinales. «Va a apoyar a la selección», aseguran sus acólitos que descartan así todo aval a las políticas cataríes.

Mohamed VI todavía no ha confirmado si viajará. Pero su nombre sale con frecuencia de la boca del seleccionador, que asegura que si el fútbol ha progresado en Marruecos es, sobre todo, por la voluntad del soberano.

Los llamamientos al rezo resuenan en Doha, una ciudad que se ha levantado de la nada. La FIFA presume de haber llevado el fútbol al mundo árabe y Marruecos ha recogido el guante. Los «Leones del Atlas» celebran sus victorias bailando con sus madres en el césped. La familia es un valor central en el mundo árabe y, ahora, todos sienten a Marruecos como miembros de la suya.

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