San Francisco.- Silicon Valley vivió su primer día de confinamiento por el coronavirus, pero no todo el mundo lo pasó de la misma forma: mientras que para la industria tecnológica fue una jornada casi normal e incluso apetecible, los trabajadores presenciales la pasaron angustiados y preocupados de cara al futuro.
La pandemia ha puesto de relieve una vez más la enorme dualidad que vive la «meca» mundial de la tecnología, en la que la experiencia diaria de quienes se dedican directa o indirectamente al sector aproximadamente un 20 % de los trabajadores nada tiene que ver con la del resto.
«Es muy agradable no tener que trasladarme al trabajo, eso es un aspecto muy positivo», explica Brice Tuttle, quien trabaja para una firma con miles de empleados y con la sede en San José California, EE.UU., muy conocida pero que pide que no sea nombrada por la estricta política de no hablar con la prensa que las tecnológicas mantienen con sus empleados.
La orden de confinamiento emitida por seis condados del área de la bahía de San Francisco (que en su conjunto incluyen la totalidad de Silicon Valley) no ha variado la rutina de Tuttle, que ya llevaba dos semanas y media trabajando desde casa, igual que la mayoría de sus colegas.
«Empezó como algo voluntario, luego se convirtió en una recomendación fuerte y hace dos semanas pasó a ser obligatorio», apunta este diseñador gráfico de 31 años, que se congratula de que tanto la empresa como él a nivel individual tengan «una buena infraestructura» que facilita el trabajo remoto.
El caso de la compañía de Tuttle se repite en todas las grandes firmas tecnológicas: desde que Twitter con sede en San Francisco fuese la primera en pedir a todos sus empleados que trabajasen desde casa el 2 de marzo, una por una fueron haciendo lo propio, minimizando casi al completo los efectos de la orden de ayer.
Pero aunque sea famoso por ello, en Silicon Valley no todo el mundo vive de la tecnología, sino que la gran mayoría de trabajadores se dedican a otros sectores, que en muchos casos requieren de la presencia física de los empleados, con lo que no pueden permitirse seguir funcionando durante el confinamiento ni trabajar remotamente.
«Estoy un poco asustada, la verdad. Mi jefe me dijo que no íbamos a abrir y que no sabe cuándo volveremos a la normalidad», cuenta por teléfono desde su casa Angie Fernández, de 25 años y que trabaja sirviendo pastas y cafés en una cafetería del barrio de Richmond en San Francisco.
Como a Fernández, el confinamiento ha dejado en un estado de incertidumbre absoluta a camareros, cocineros, dependientes de tiendas, conductores y un sinfín de otros empleos que ya de por sí se hallan en una gran desventaja salarial y de condiciones respecto al patrón oro de Silicon Valley: la tecnología.
La brecha se acrecienta todavía más cuando se tienen en cuenta las medidas que las grandes tecnológicas están tomando con sus empleados para paliar los posibles efectos económicos negativos de la situación, como por ejemplo el anuncio de Facebook de este martes de compensarles a todos con 1.000 dólares extra en su próxima nómina.
El contraste con la situación de Fernández no podría ser mayor, ya que ella no solo no recibirá un «bonus» de ningún tipo, sino que es posible que la cafetería que la emplea tenga dificultades para mantenerle el sueldo si la situación se alarga por más de las tres semanas actualmente previstas.
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