

Entre el polvo de las pedreras de Cambalache en Puerto Ordaz y el humo constante de la carbonera en Chirica Vieja de San Félix, se teje una historia de esfuerzo y resistencia. No hay edad que importe cuando el hambre aprieta, ni condición que frene a quienes necesitan llevar el pan a la mesa.
En Ciudad Guayana, hombres y mujeres se aferran a la tierra, al carbón y a las piedras, luchando constantemente por una vida mejor.
De un extremo a otro de esta comunidad vibrante pero marcada por la dureza, los trabajadores deslumbran con su voluntad indestructible. Antes prósperos propietarios de canteras levantaron un espacio donde cientos encontraron un modo de ganarse la vida, amontonando piedras de diversos tamaños con las manos que alguna vez fueron suaves, hoy endurecidas y llenas de callos. La pala y el pico se vuelven prolongaciones de sus brazos; el sol, un adversario implacable que deja marcas indelebles en sus pieles.
En los caminos polvorientos de La Danta y de Compiedras, las mujeres, endurecidas por las largas horas bajo el sol, recogen piedras con la esperanza de sostener a sus hijos.
El proceso es incansable y artesanal, desde separar las piedras pequeñas llamadas arrocillo hasta enfrentar las más grandes, mientras la mente viaja inevitablemente a los pequeños en casa que esperan su cuidado y alimento.
Esta es la lucha diaria entre carbonera y canteras, donde la dignidad se mezcla con el sudor, y la esperanza se abre paso entre el polvo y las brasas. Voces que podrían pasar desapercibidas, testimonios que revelan un mundo sombrío pero lleno de coraje.
Crisis
Mairis Guilarte es madre de tres hijos, de 17, 15 y 10 años. Anteriormente vivía en Guarataro, vía a Caicara del Orinoco, municipio Cedeño, pero regresó por segunda vez al sector Cambalache con nuevas perspectivas para mejorar su calidad de vida.
«Algunas veces me toca ir a trabajar a la pedrera y otras se queda organizando la casa y ayudando a su esposo en la iglesia evangélica El Redil de Las Ovejas», explicó Guilarte. Además, aseguró que tiene un pequeño emprendimiento en su casa junto con otras mujeres cristianas de la congregación, que consiste en recolectar material aurífero para luego venderlo.
Uno de los graves problemas de la calle La Esperanza del sector Cambalache, ahora llamado Brisas del Río Orinoco, es la escasez de agua. Allí, tienen que pagar hasta 500 bolívares por un tambor del líquido vital. «El dólar sube todos los días y con él, los precios de los artículos de primera necesidad», apuntó.
A pocos metros vive en una pequeña barraca de zinc Adriana Torres, otra mujer incansable que se dedica a la recolección de piedras. Ella sale por las mañanas rumbo a Compiedra y regresa al mediodía; después de descansar un rato, vuelve a la cantera para continuar trabajando.
Adriana manifestó que la escasez de agua en el sector se agrava y pone en riesgo a familias que no pueden comprar un tambor de agua, que ya supera los 500 bolívares.
«El aumento del dólar nos está consumiendo a diario. Cuando el vendedor de agua viene al otro día al barrio, el agua ya tiene otro precio, mientras que muchas personas en la comunidad no tienen para comprarla».
El hombre de la casa es su hijo de 17 años, un adolescente que busca diariamente el sustento. En la cantera trabajan con pico, pala y chicura. «Es un trabajo fuerte para una mujer, pero hay que hacerlo porque nadie va a traernos la comida a la casa», aseguró, un poco confundida.
No solo labora en la pedrera, también se dedica a la siembra. En el patio de su casa tiene muchas matas de plátano, topochos, yuca y otros árboles comestibles.
Sin descanso
Las mujeres solas que bregan de sol a sol no se detienen. Sus hijos esperan en casa que llegue el alimento.
Algunas madres jóvenes que no tienen quien cuide a sus niños se los llevan al área de trabajo, unos sitios inhóspitos que no brindan ningún tipo de seguridad. Es el caso de una madre con hijos pequeños, que hace sacrificios para excavar y conseguir un poco de material ferroso para vender y mantener a sus hijos.
En un espacio entre la maleza, en un pequeño botadero antiguo de escombros, Ana se abre paso con un palín para extraer material ferroso que quedó sepultado. Los pedazos de varillas de hierro salen uno a uno, luego de estar apilados en ese lugar. Confiesa que a veces va a la cantera, otras pasa el tiempo buscando entre la maleza trozos de hierro que antes no tenían valor y ahora suben de precio diariamente.
No solo en las canteras de Cambalache trabajan mujeres arduamente; también las hay en la carbonera de Chirica Vieja en San Félix. Una mujer que prefirió mantenerse en anonimato dijo que lleva más de 15 años quemando madera para hacer carbón en un botadero detrás del aserradero del sector Colinas de Chirica.
Ella se protege el cabello con una vieja camisa y cubre sus brazos con una camisa de mangas largas, similar a la indumentaria de los trabajadores de las empresas básicas. Asegura que durante este tiempo ha logrado sacar adelante a su familia y darle estudios a uno de sus hijos.
Conoce que la faena diaria en este lugar es dura. «Lo más peligroso es el polvillo que sale de la torva del aserradero y se esparce por todo el ambiente», afirmó. Ese polvo entra en los pulmones, sumado al humo que sale de la madera quemada, aunque agradece a Dios porque hasta ahora no se ha enfermado.
Así como esta joven mujer, existen muchas otras en la carbonera, algunas acompañan a sus parejas en la quema de madera para convertirla en carbón.
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