El olor se adueñó de la calle Nueva Esparta, afecta a un sin número de vecinos. Foto: Níger Martínez

En la calle Nueva Esparta de Vista Alegre, parroquia Nueva Chirica, San Félix, un río interminable de aguas negras serpentea las 24 horas, devorando aceras, asfalto y esperanzas.

Los vecinos, con botas improvisadas y narices tapadas, zanquean el lodazal fétido que brota de una boca de visita rota, fluye ante una carnicería y se estanca en alcantarillas colapsadas. «No recordamos la última vez que pasó un carro por aquí», confiesa Ángel Requena, con la voz quebrada por meses de humillación olfativa.

El hedor putrefacto impregna hogares y pulmones, convirtiendo la vía en un pantano intransitable donde solo peatones desafían el contagio. Requena relata un calvario burocrático, cartas apiladas en la Alcaldía de Caroní, quejas eternas en VenApp, notificaciones a Hidrológica Bolívar. Nada. «Hemos ido casa por casa recogiendo firmas, pero es como gritar al vacío», dice, mientras un niño salpica accidentalmente el agua contaminada.

La gota que colmó el vaso llegó en Servicios Patrióticos, «Nos mandaron a resolverlo nosotros, que no hay presupuesto ni equipos», denuncia un habitante angustiado, ocultando el nombre por temor a represalias. La cloaca, testigo mudo de negligencia, bloquea el acceso vital a esta comunidad obrera, aislando a familias que claman por una excavadora, un camión cisterna, cualquier gesto de autoridad. En San Félix, el progreso pasa de largo mientras Vista Alegre se ahoga en su propio desecho.

Mientras tanto

En el lodazal perpetuo de la calle Nueva Esparta, un muro improvisado de concreto serpentea como última barricada de dignidad, erigido por manos callosas de Vista Alegre.

«Lo hicimos para que no inunde todo, pero los olores putrefactos se cuelan por ventanas y puertas como fantasmas», confiesa una ciudadana con los ojos enrojecidos por el asedio olfativo. Este paliativo vecinal, nacido de la desesperación, retiene el río negro pero no ahoga el gemido constante de la cloaca fracturada que pudre el aire de la parroquia Nueva Chirica.

«Imposible comprar los tubos, abrir la calle, conectar tuberías… Se necesita maquinaria pesada que no tenemos», exclama otro lugareño, gesticulando hacia el tubo subterráneo roto que vomita residuales por bocas de visita colapsadas.

Pedro Luis, un transeúnte que zanquea el pantano con botas embarradas, detalla el diagnóstico: «No es un parche, hace falta ingeniería seria. Si lo tocamos nosotros, empeoramos el desastre para toda la comunidad». Su voz se quiebra al revelar que Vista Alegre alberga múltiples bocas desbordadas, un rosario de fallas que ahoga barrios enteros en San Félix.

El muro de concreto, testigo de esfuerzos heroicos, cruje bajo la presión hidráulica del desborde las 24 horas del día.

Familias encienden velas aromáticas y ventiladores en vano, mientras niños juegan al borde del contagio.

Problema sanitario

El río negro no se conforma con Nueva Esparta; un rosario de bocas de visita vomitantes circulan por calle Baralt, justo al costado de la Planta de Tratamiento de Agua de Hidrobolívar, expulsando excrementos las 24 horas en un escarnio irónico a la autoridad sanitaria. «Aquí, al lado de la planta que debería solucionarlo todo, el mal olor nos asfixia día y noche», denuncia un padre que arrastra a su hijo por el lodo, mientras moscas zumban como verdugos invisibles.

La plaga cloacal avanza implacable: calle Monagas y la principal de Vista Alegre se ahogan en el mismo pantano fétido, convirtiendo arterias vitales en ciénagas peatonales.

El drama alcanza su clímax en los alrededores de la Escuela Aquiles Nazoa, donde cloacas desbordadas exhalan vapores fecales directo a los pulmones de niños inocentes.

El contagio se ramifica al barrio José Félix Rivas, anegando calles como Independencia, Unión y Portuguesa en un laberinto de aguas residuales que aíslan familias enteras.

Vista Alegre no es un caso aislado: es un grito colectivo de San Félix, clamando por excavadoras, ingenieros y dignidad antes de que el río negro engulla sus sueños.

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