Jerusalén.- «Esto es un problema de toda la cristiandad. ¿Cómo vamos a mantener la herencia palestina, cristiana y musulmana, en la Ciudad Vieja de Jerusalén?», clama enfadado Abu Walid Dajani, director general del Hotel Imperial, propiedad del Patriarcado Griego Ortodoxo y del que su familia es arrendador protegido desde 1949.

Dajani, un palestino cristiano de 78 años, protesta por la opaca operación en la que en 2004 el anterior patriarca ortodoxo griego de Jerusalén, Ireneos I, revendió el contrato de alquiler del hotel a una firma basada en las Islas Vírgenes, vinculada a la organización sionista colona Ateret Cohanim, que no oculta su interés en «revivir la vida judía en el corazón de Jerusalén» adquiriendo propiedades, según explicó a EFE su director, el australiano Daniel Luria.

El gerente del Imperial recuerda como uno de los peores días de su vida el 18 de marzo de 2005, cuando el diario israelí Maariv reveló en su portada la venta, por 1,25 millones de dólares, del contrato de arrendamiento del hotel durante 98 años, con posibilidad de extenderlos por ese periodo de tiempo dos veces más, un total de 294 años.

En circunstancias similares, Ateret Cohanim también se hizo con el control de otras dos propiedades del Patriarcado Griego en Jerusalén este ocupado: el cercano Hostal Petra (500.000 dólares) -donde familias judías ya ocuparon en marzo las 18 habitaciones de la planta baja-, y una tercera propiedad en el barrio cristiano llamada Muzamiya House (55.000 dólares).

APOYO DE LA CRISTIANDAD

«Rezo cada día para que todo se solucione, pero necesitamos el apoyo del mundo entero, de todas las iglesias, para presionar al Gobierno israelí para que mantenga estas propiedades en manos del Patriarcado Griego Ortodoxo», lamentó Dajani en una entrevista con EFE en este hotel boutique de 44 habitaciones, construido para alojar a los oficiales del Kaiser Wilhelm de Alemania en su visita a Tierra Santa en 1898.

«Biden, reúnase con los líderes cristianos aunque solo sea diez minutos», pidió al presidente estadounidense, quien visitará Jerusalén el 13 y 14 de julio.

Walid Dajani y su hermano asumieron el control del hotel en 1963, en base al estatus de inquilino protegido por tres generaciones que ostenta la familia desde que su padre arrendara el edificio en 1949. Bajo esa misma fórmula, Walid deseaba ceder el negocio a sus hijos y extender el contrato por tres generaciones más.

Otras once familias viven del trabajo que genera este histórico hotel, en una ubicación privilegiada en el barrio cristiano de la Ciudad Vieja, con vistas a la Puerta de Yafa y a la Ciudadela de David.

«Voy a luchar hasta mi último aliento contra el desahucio de mi familia», indica Walid mostrando las 800 páginas de la denuncia que pide su expulsión, avalada a principios de junio por la Corte Suprema de Israel, poniendo fin a una larga disputa judicial con Ateret Cohanim que comenzó en 2008.

En vano, el actual patriarca griego de Jerusalén, Teófilo III -quién sustituyo en 2005 a Ireneos I, destituido por estas polémicas operaciones- intentó impugnar la venta de los contratos de arrendamiento por corrupción y falta de transparencia, pero la justicia israelí rechazó en varias instancias esas alegaciones del Patriarcado greco-ortodoxo de Tierra Santa, la segunda entidad con más propiedades en Israel, solo por detrás de la Autoridad de Tierras israelí.

TERRITORIO OCUPADO

Sin embargo, en tanto que Jerusalén este es desde 1967 territorio ocupado según la legalidad internacional, Israel no puede imponer sus normas ni decisiones judiciales; pero el Estado Judío se anexionó la mitad oriental unilateralmente en 1980 y aplica allí sus leyes desde entonces.

«Si este edificio acaba en manos de extremistas judíos, se allana el camino para que esto se repita en más lugares de Tierra Santa. Va a causar serios problemas, violencia étnica probablemente», vislumbra con pesimismo Walid, cuyas fotos con Teófilo III y otros líderes cristianos copan las paredes del coqueto hotel.

Desde Ateret Cohanim la visión es otra. Luria insiste en el «derecho legítimo» de cualquiera a comprar propiedades en todo Jerusalén, «la capital reunificada de Israel».

«Cuando un cristiano o un musulmán compran a un judío, nadie habla de que el judío es expulsado. Es el mercado inmobiliario», argumenta Luria, quien acusa a la prensa internacional de «antisemitismo» al informar de estos casos.

Admite con orgullo que su organización ha instalado a más de mil familias judías en los barrios cristiano y musulmán de la Ciudad Vieja, y apunta que hay más de 4.000 árabes viviendo en barrios judíos de Jerusalén.

Para Luria, el derecho de su organización a comprar el Hotel Imperial o el Hostal Petra toma fuerza por sus «indiscutibles raíces judías». El último, «hoy convertido en un hostal cutre para mochileros venido a menos, fue un precioso hotel kosher», gestionado por dos familias judías, los Amzaleg primero y los Amdursky después, entre la década de 1880 hasta finales de la de 1920, cuando los inmuebles pasaron a manos de la Iglesia greco-ortodoxa.

«Nadie acusó entonces a los cristianos de expulsar a los judíos, que somos el pueblo indígena de esta tierra», apunta Luria, aunque reconoce que los Amdursky abandonaron Jerusalén por problemas económicos, por las revueltas árabes de 1929 y por los estragos del terremoto de 1927, cuyas huellas aún son visibles en la fachada del Petra.

Sara Gómez Armas EFE

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