La pianista venezolana Gabriela Montero triunfó en el concierto que dio en una sala neoyorquina y que estuvo dedicado al tema de la emigración, con el que la intérprete siente una especial conexión al llevar doce años sin haber regresado a su patria por razones políticas.
Montero interpretó en la sala 92NY, un prestigioso punto de referencia de la música clásica en el barrio del Upper East Side piezas de tres grandes autores rusos: Sergei Prokofiev —Sarcasmos y la Sonata de Piano número 2 en Re menor—, Sergei Rachmaninoff —Sonata de piano número 2 en Si bemol menor— e Igor Stravinsky (Sonata de piano).
Los tres autores, como confesó Montero, fueron elegidos por ella por su trayectoria vital: los tres tuvieron sus diferencias políticas con la Unión Soviética en su momento y se exiliaron momentánea o definitivamente, eligiendo Estados Unidos como patria de acogida.
También la familia de Montero abandonó Venezuela por sus diferencias con el chavismo hace más de veinte años, y si bien ella regresaba regularmente a su país, dejó de hacerlo hace 12 años por lo que llamó su «activismo frontal» contra el gobierno de Nicolás Maduro.
Dar a conocer situación de Venezuela
Durante un tiempo, Montero utilizó el escenario para, además de interpretar su música favorita, hacer llegar al mundo las condiciones que sufre el pueblo venezolano, sobre todo entre los años 2011 y 2015, en los distintos conciertos que dio por el mundo.
Sin embargo, poco a poco comprendió que no era eso lo que el público esperaba de un artista: «Al artista se le ve como alguien que trae belleza y poesía a tu vida, y cuando el artista usa el escenario como plataforma de denuncia, ya no es ese ser que trae fantasía, y el público desconecta contigo», explicó.
De un tiempo a esta parte, Montero ha dejado de lanzar mensajes políticos explícitos y prefiere expresarse solo con la música, además de que cree que ya todo el mundo ha comprendido lo que pasa en Venezuela, particularmente tras el éxodo de cuatro millones de personas en los últimos años.
En el concierto en Nueva York, Gabriela Montero volvió a demostrar su pericia técnica al interpretar temas complejos que fueron muy aplaudidos por un público exigente.
Pero la pieza más original, con la que cerró el concierto, no fue una composición de ningún genio ruso, sino una improvisación de la propia Montero sobre las imágenes de la película muda de Charlie Chaplin «El inmigrante» (1917), una comedia dramática sobre la dureza de la emigración tanto durante el viaje como tras la llegada a América.
Con el curso de las imágenes de fondo, Gabriela Montero improvisó el acompañamiento, una experiencia que ya ha repetido en varias ocasiones, pero que —recordó— siempre es diferente porque esa es la esencia misma de la improvisación.
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