«¡Mírenlo!», exclama de repente Zainab, una palestina de 54 años, desde el cuarto de estar de su casa en la aldea de Ras Ein Al Auya, mientras comparte un té fuerte y dulzón con menta en un caluroso día de junio. Señala hacia la carretera de tierra junto a su terreno, por donde en ese momento cruza a toda velocidad un coche, levantando tras de sí una nube de polvo.
El conductor del vehículo es un colono israelí que proviene de un ‘outpost’, una instalación considerada ilegal incluso por la propia legislación israelí, situada en las cercanías de esta aldea de Cisjordania ocupada, y que aspira a ser un futuro asentamiento.
Estos puestos de avanzada suelen consistir en un puñado de viviendas improvisadas -a veces habitadas por no más de una o dos docenas de personas-, pero funcionan como base para expandir la presencia colona en el territorio ocupado.
«Nos acosan, vienen y cortan los cables de electricidad, se llevan las ovejas», denuncia Zainab con firmeza. Relata que, especialmente durante la noche, los colonos israelíes -jóvenes y hombres adultos- llegan hasta su propiedad, se acercan hasta su casa, se paran bajo su ventana y permanecen allí con una clara intención de intimidar y generar miedo.
Israel legaliza 22 asentamientos
El testimonio de Zainab no es un caso aislado, sino que representa la experiencia compartida por miles de palestinos que viven en comunidades rurales de Cisjordania, donde el hostigamiento, la violencia y el despojo por parte de colonos israelíes son parte de la vida cotidiana.
Según el derecho internacional, toda forma de asentamiento en territorios conquistados mediante ocupación militar, como es el caso de Cisjordania, ocupada por Israel desde 1967, constituye una violación grave. No obstante, dentro del marco legal israelí, la mayoría de las colonias ya existentes han sido regularizadas.
La situación se agravó recientemente por una decisión del Gobierno israelí, adoptada a finales del pasado mayo, que autoriza la legalización de 22 nuevos asentamientos en la Cisjordania ocupada.
«Nosotros queremos vivir, criar a nuestras ovejas y quedarnos en nuestro lugar», insiste Zainab. «Pero los colonos no lo permiten. No quieren que tengamos agua o electricidad… todo para forzarnos a que nos vayamos».
En Ras Ein Al Auya, que se encuentra en un paisaje árido y polvoriento, salpicado de tiendas de campaña y modestas estructuras de chapa y madera, trabaja un grupo de activistas israelíes de la ONG Looking the Occupation in the Eye (Mirando a la Ocupación a los Ojos).
Organizan turnos de vigilancia las 24 horas para intentar proteger a los residentes palestinos de posibles ataques o provocaciones de colonos, no solo en esta aldea, sino también en las comunidades vecinas.
Entre ellos está Yoram, que advierte que la nueva directiva del gobierno israelí tendrá «consecuencias catastróficas».
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