

En el corazón de la parroquia Chirica, en lo profundo de San Félix, se encuentran las comunidades: Colinas de Chirica y Corocito, habitadas por más de 300 familias que enfrentan el aislamiento y la carencia de servicios básicos, con un reclamo constante que une sus voces, la necesidad urgente de transporte público que les permita conectar con la ciudad.
Alejadas unos 10 kilómetros después del semáforo del cruce entre El Rosario y Chirica Vieja, estas comunidades cuentan con calles pavimentadas gracias a gestiones en administraciones pasadas, pero esa es la única mejora visible. La luz eléctrica presenta fallas constantes, y el agua apenas llega, dificultades que se ven opacadas por un problema que impacta día a día; la ausencia de un sistema de transporte público accesible.
Los vecinos deben enfrentarse a la dura realidad de caminar entre tres y cuatro kilómetros desde sus casas hasta donde pasan las pocas camionetas que recorren la ruta de Palo Grande, la única vía que conecta sus casas con el mercado municipal y otros sectores de San Félix.
Si no logran abordarlas, el camino se extiende a 10 kilómetros más hasta el cruce en El Rosario, un trayecto que se vuelve interminable para muchos, sobre todo para los niños, adultos mayores y personas con movilidad reducida.
La comunidad, a pesar de las carencias, ha demostrado su capacidad de organización. Han resuelto por sí mismos la crisis del agua al construir un tanque comunitario y probar un sistema de bombeo para garantizar el suministro, pero el transporte sigue siendo una batalla pendiente que limita su acceso a oportunidades, salud, educación y empleo.
Este problema, reflejo de una realidad común en múltiples sectores alejados de la ciudad, exige atención prioritaria de las autoridades locales y regionales para responder a la necesidad de miles de ciudadanos que, día a día, luchan por superar las barreras del aislamiento.
Línea de transporte
Después de años de espera y constantes reclamos, finalmente se estableció una línea de transporte público en Colinas de Chirica y Corocito. Sin embargo, la esperanza fue efímera; solo cuatro días duró el servicio. “Los dueños de los carritos se quejaron porque la ruta no generaba lo suficiente para mantener uno de los vehículos,” relata Juan José, quien ha vivido más de tres décadas en el barrio, testigo de décadas de abandono.
Las comunidades están rodeadas por sectores como Los Naranjos, Chirica Vieja y Francisca Duarte, lugares que solo son accesibles “echándole pata”, en palabras de un residente de Corocito, que resume la realidad de largas caminatas y una movilidad precaria para sus habitantes.
En medio de estas dificultades, una fuente importante de empleo para los vecinos es el botadero del aserradero, que se ha transformado en una carbonera. Allí, hombres, mujeres y adolescentes dedican largas jornadas, casi las 24 horas del día, a recoger y vender sacos de carbón, un sustento modesto pero vital. Este producto luego se comercializa en la ciudad, indicando la resiliencia y esfuerzo de estas comunidades.
La falta de transporte público no solo limita el acceso a servicios y empleo, sino que también profundiza el aislamiento social y económico, planteando un desafío urgente para las autoridades en función de mejorar la calidad de vida de estas poblaciones.
Llamado a la dirección de transporte
En cuanto al agua, la comunidad no ha estado desamparada. “Construimos un tanque que nos ayuda con el suministro, pero no es apta para consumo humano,” explica Greibis Aray. Por ello, deben comprar agua potable a camiones cisterna que cobran 400 bolívares por un tambor, un gasto significativo para familias con ingresos limitados.
Magalis Martínez, representante del comité de agua del consejo comunal, asegura que aunque persistan deficiencias, la prioridad para todos es el transporte público.
Recalca la importancia para quienes trabajan en la zona comercial de San Félix y para los niños que deben desplazarse a la escuela.
Consideran que la Dirección de Transportes de la alcaldía debe atender con urgencia el reclamo y asignar una ruta que conecte efectivamente estas comunidades, integrándolas sin más demoras a la vida urbana.
La lucha de estos vecinos es una historia de adaptación y resistencia, un reflejo de las contradicciones que enfrenta la ciudad al intentar incluir en su crecimiento a quienes habitan en sus márgenes.
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