Bogotá, Colombia. Marcelo Ríos se mordió los labios para tragarse las emociones. Tenía ambos brazos en alto y en cada mano sostenía la bandera roja, blanca y azul con la estrella solitaria, la misma que alrededor suyo, pero en las tribunas, ondeaban al menos dos mil chilenos que celebraban el triunfo sobre Andre Agassi y su asunción al número uno del tenis mundial.
Aquella del 29 de marzo de 1998 en Miami era una tarde soleada, pero había viento, que movía la cola de caballo que identificaba la cabellera de Ríos, mientras el resto de su cuerpo se había quedado paralizado por unos instantes.
A los 22 años, asimilar hechos grandiosos no es cosa de jovencitos y menos aun cuando se trata de convertirse en el primer tenista latinoamericano de la historia en llegar al primer puesto en el escalafón de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP).
El Crandon Park, escenario de la final del Abierto de Miami, estaba colmado por trece mil espectadores. Descontados los dos mil chilenos, el resto apoyaba con fervor a Agassi, que estaba en casa y que, sobre todo, esperaba resurgir con su primer título de la temporada tras un año de 1997 lleno de altibajos y sinsabores, con lesiones frecuentes y acusaciones de dopaje.
Marcelo Ríos, al contrario, llegaba con un inicio de año sensacional, casi perfecto, ya que sumó títulos en los torneos de Auckland (Australia), California e Indian Wells (EE.UU.) y su moral no decayó pese a perder la final del Abierto de Australia ante el checo Petr Korda, por entonces el número dos del mundo.
El número uno desde 1993 era el estadounidense Pete Sampras, considerado el mejor jugador de su generación y quien vivió el esplendor de su carrera después de Jimmy Connors y antes de Roger Federer, otros dos gigantes del tenis.
Sin embargo, Sampras fue eliminado de forma sorpresiva en la tercera ronda de Miami y su trono quedó en peligro. Ríos era el único que podía quitárselo si vencía a Agassi en la final.
A sabiendas de ello, el chileno, tercero en la clasificación, concurrió al duelo sin la presión emocional que esto podía generarle y sin pensar mucho en el significado que una victoria suya tendría tanto para su país como para el tenis y el deporte de Latinoamérica.
Llegó a la pista rápida del Crandon Park vestido de blanco de pies a cabeza, con una manilla ancha del mismo color en la muñeca izquierda, la de su poderoso brazo zurdo, ese con el que labró su exitoso destino en el tenis.
El partido duró 1 hora, 36 minutos y 54 segundos. Ríos dominó de principio a fin y se impuso con parciales de 7-5, 6-3 y 6-4.
En el último ‘game’, no obstante, el demonio de los nervios se le metió en cuerpo y alma al chileno, que falló su primer servicio tres veces, incluido el último, el del punto de campeonato. Pero arriesgó con un segundo saque fuerte, que Agassi devolvió sin tino para tirar la bola fuera de la línea.
Entonces se oyó una explosión de voces en los graderíos. Hubo histeria chilena representada no solo en gritos, sino en saltos y abrazos. Con la cara y la ropa empapadas de sudor, Ríos sonrió, tiró la raqueta al aire y empezó a agradecer al público. Luego fue a su silla y del maletín sacó la bandera de Chile para ondearla con los brazos en alto.
«Ser número uno del mundo me emociona mucho, puede ser el mejor momento de mi vida. Agradezco el apoyo del público, me sentí cómodo en el partido, es un momento genial para mí», dijo.
EFE noticias
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